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jueves, septiembre 04, 2008

El Taller Eunice Odio


Un Barco Ebrio en la literatura de Costa Rica

(Introducción a una lectura de los poetas Esteban Ureña y Mauricio Molina, 2005)
 

El Taller Eunice Odio se fundó en San José un mes de junio de 1985. Pirmero se llamó Taller de Poesía Activa, luego Taller de Poesía Activa Eunice Odio y finalmente Taller de Literatura Activa Eunice Odio. Cada vez que cambió el nombre se debió a un reacomodo del taller con respecto a su realidad inmediata.

Taller de Poesía Activa.
Este taller fue fundado por los poetas Danilo Pérez, José Luis Amador y José Gabriel Sánchez, entre otros poetas. Estas personas tenían una agenda de preocupación social muy clara a la hora de fundar su taller, de ahí el apelativo de poesía activa, es decir, poesía que va a las comunidades, poesía preocupada por su entorno social y poesía que refleja su entorno social. Pero a pesar de todo el entusiasmo que estos fundadores le entregaron a su taller, sus ocupaciones personales y su mismo trabajo social en otras áreas, pronto agotó sus energías y poco a poco le fueron entregando el taller a la segunda generación.

Taller de Poesía Activa Eunice Odio.
Quien les habla llegó al taller en el mes de diciembre de 1985. Una semana más tarde entró Mauricio Molina, de 18 años y recién salido del colegio. Pronto también ingresó Arturo Solís quien tendría un papel importante en el taller. Esta segunda generación tomó la bandera de la poetisa Eunice Odio, junto con la orientación pro-popular que ya tenía el taller y salió a las comunidades; la primera de ellas: un recital de poesía y música en la Casa de la Cultura de Desamparados, el 20 de marzo de 1986. Si las cuentas no me fallan, el taller hizo en sus años de labor unas 50 presentaciones, tanto en San José como en zonas rurales.

Taller de Literatura Activa Eunice Odio.
A inicios de la tercera etapa se nos unieron escritores como Esteban Ureña (en ese entonces de 17 años) Julio Acuña y Luis Fdo. Rodríguez. Este último era narrador, por lo que una vez más cambiamos el nombre de nuestro grupo literario. Así pues, y para ponerlo en palabras de Laureano Albán, el taller empezó a “cometer prosía”, es decir, una mezcla de prosa y poesía. En esta etapa final que fue la más larga de las tres, fue cuando el grupo tuvo más miembros e intereses más diversos. En principio, todo taller se rehusa a morir, por lo que perduramos en una suerte de statu quo desde 1990 hasta setiembre de 1993 cuando el taller murió definitivamente o mejor dicho, cuatro de los miembros de entonces cometimos el doloroso pero ya muy necesario parricidio.

Ustedes saben mejor que yo que todo taller literario es como una estación de bus —todos, o casi todos, estamos de paso. Hubo gente maravillosa y gente que realmente daba miedo. Porque no hay manera de negar que todo taller es también un manicomio de papel. Egos y poemas vienen y egos y poemas van. Conocimos, por ejemplo, a un joven poeta que se inventaba una nueva escuela literaria cada semana: el psicologismo literario, la cocina poemática, el interjectivismo poético, etc., etc. Estuvo de paso una dama que escribía buenos poemas y hasta tuvo un romance con uno de los miembros viejos, para luego enterarnos que era una plagiaria. También apareció de manera ocasional un señor mayor cuya poesía era inmcomprensible. Él justificaba este hecho diciendo que sus poemas estaban en sintonía con un lenguaje universal más difícil que cualquiera de la Tierra, es decir, el extraño señor (y esto lo confesó más de una vez) estaba escribiendo para los extraterrestres que con el tiempo nos conquistarían pacíficamente. Hubo además un miembro megalomaníaco que amenazaba con “hacer un mierdero” si entre los miembros había demasiada oposición a sus propuestas. Creo que en los pocos meses que esa persona estuvo entre nosotros, el taller estuvo genuinamente secuestrado. Por otro lado también hubo una estela de amigos que no siendo específicamente miembros del taller nos visitaban con cierta frecuencia. En este momento se me ocurren los nombres de David Maradiaga y Guillermo Fernández, por ejemplo.

Pero esto pasa o ha pasado en casi todo grupo literario. Lo que hizo al Eunice Odio un taller más o menos sui géneris fue más bien una carencia. El taller no tuvo gurú, como sí lo tuvo, por ejemplo, el Taller del Café Cultural; y no tuvo junta de notables ya publicados como si lo tuvo, por ejemplo, el Taller del Lunes. Esa carencia de un miembro prominente o de un grupo ya publicado nos ayudó a aprender una cosa fundamental: la poesía no existe; lo que existen son las poessías. Semana a semana recorríamos los anaqueles de las librerías de primera y segunda en un verdadero afán de buitrismo cultural. Así conocimos las poesías de Europa del este como la de Milosz, Seifert o Sorescu; o las anglosajonas como en los casos de O´Hara, Auden o Corso; literaturas, en fin, muy poco conocidas por estos lados en aquellos años. Una de las cosas que más ayudó en este proceso era que más o menos la mitad del los miembros del taller hablaban una o más lenguas extranjeras, permitiéndonos, por ejemplo, analizar la obra de Lawrence Ferlinghetti en su versión original, e intentar incluso, algunas discretas traducciones de autores varios. Debo enfatizar el hecho de los idiomas porque en esa misma época otro taller literario (y más o menos entre amigo y rival nuestro) trataba de desmotivar en sus miembros la lectura en otros idiomas. Su argumento base era el que español era suficiente y se bastaba a sí mismo para cualquier poema. Estoy seguro de que la persona que dijo eso no ha pasado por el tamiz de escuchar o leer poesía en otros idiomas. Para mí es como estar acostumbrado a escuchar música occidental y de repente ser expuesto a la música ritual de la India. La experiencia, creo yo, es casi religiosa.

Así pues, la ausencia de capitán hizo que el barco navegara ebrio a donde los marineros lo llevaran. Y este azaroso itinerario fue lo que nos dio un mapa amplio del mundo literario. (Como ustedes pueden ver, no siempre es bueno que el barco tenga capitán).

Hubo también mucho pleito: que si nuestro papel social se había perdido, que si estábamos cayendo lentamente en las garras de un solo miembro, que si mi ego era más grande que el del otro, que si era válido llegar al taller drogado o sobrio, que si aquel no había recibido suficiente crédito por su trabajo, etc., etc., etc. Y así hasta el infinito, porque si hay algo en que los talleres de literatura nunca van a cambiar es en que siempre son una ratonera, un pleito de gatos donde más de uno sale chimado y raspado, pero son esas mismas heridas lo que a veces puede uno lucir como galardones de oficio. Hubo instancias (por ejemplo) en que Mauricio y yo pasábamos una quincena enojados, pero tan pronto los intereses del taller se imponían nuestras rencillas personales quedaban olvidadas.

Resumo, entonces, diciendo que lo que más caracterizó al Eunice en sus años de vida fueron dos cosas: a) su carencia de cabecilla, por tanto su libertad para viajar y experimentar por todo país imagianrio que los miembros del taller quisieran; y b) la lealtad del grupo nuclear para con su taller, lo que permitió la continuidad de una obra literaria que se extendió ininterrumpidamente por casi ocho años.

En este momento, si ustedes me preguntan si vale la pena asistir a un taller, yo digo sin duda alguna que sí, pero que tengan cuidado: un taller vale tanto como sus miembros lo hagan valer.

Muchas gracias.

ALEXÁNDER OBANDO
21 de noviembre, 2005.

12 comentarios:

Luis dijo...

Yeah Alex!!!
"The dead of the poet was kept from his poems".
Un abrazo en el ciberespacio

Alexánder Obando dijo...

Un verso escalofriante, Lucho. Molina y yo solíamos recitar el poema en voz alta constantemente. (By the way, are you finished with it?)

CAQ dijo...

un recuerdo de lo que debió ser un espacio bello, también importante como registro de la historia literaria de Tiquicia.
Saludos

Warren/Literófilo dijo...

Alex mae, Danilo me comentaba lo bien que la pasaban ahì, y la bien generación de escritores que salieron de ese taller, y creo que ahora se epite lo mismo (todo el ego inflado) allá al Oste del Area Metropolitana. Un abrazo y te quedo bien rebueno alex, de verdad mae.

Anónimo dijo...

Hurgando y hurgando va encontrando uno lazos de diversos tipos, tal y como sucede con estos blogs.

Allá por 1993 conocí a un grupo de escritores que se reunían los sábados, en un edificio en Chepe centro, Urú (los miembros no recordamos si se tildaba o no), cucaracha en español. De ahí el grupo tomó su nombre.

Este grupo se había formado, previamente, en los talleres de la UCR de Laureano, y por ahí pasó Alejandra Castro, quien luego renegó y se fue para Octubre Alfil 4 (aunque luego, mediante un romance, se puede decir que volvió y de una u otra froma nos "unió" con ellos).

Los egos y las formas propias de la adolescencia eran notorias y hoy hacen gracia. "El café de Chico" contra los "laureanitos", Octubre contra todo y los "laureanitos" contra todos. Los que formábamos Urú (nombre que solo nosotros conocimos) también estábamos contra los que considerábamos verdaderos "laureanitos", y nunca nos sentimos obligados con ninguna escuela, a pesar de que aún hoy arrastramos el estigma.

En el grupo estuvo Elizabeth Trejos, quien publico un excelente libro, se casó luego, se fue a Honduras y no supe más de ella. Herberth Espinoza, publicó un libro, se decidió por ser abogado y creo que debe tener guardado su "regreso". Eduardo Brenes, buen narrador, un libro y luego se dedicó a la política. Del grupo, solo tres seguimos activos, aunque muchas veces distanciados: Manuel Marín, magnífico narrador (Cerrando el círculo, Fábula de los oráculos, De beestis), quien viven en Alemania, y canta en el coro de Colonia; Mauricio Vargas Ortega, quien ha publicado seis poemarios, y yo, el último en llegar, el más joven, y el último en hacer barricada por la poesía.

Recientemente he tenido oportunidad de ver genete de esas épocas, escuchar que algunos de diferentes grupos también se han ido y luego regresan. Como que la nostalgia generacional empieza a hacer mella después de cumplir 30.

Hay que ver qué pasa de ahora en adelante.

Saludos.

depeupleur dijo...

Los talleres, ahhh, que época aquella, se recuerdan con cariño y nostálgia, pero si tuvieramos que regresar a ellos quizá optariamos primero por las seis onzas de plomo.

Yo coincido con lo propuesto por el poeta Patrick Cotter: El propósito de todo taller literario es siempre primordialmente sexual.

Alexánder Obando dijo...

Según parece, Asterión, todo taller ha tenido su historia oficial, su historia secreta y su historia discrepante. Eso los hace como seres humanos y por eso son biográficamente tan ricos. Y eso incluye lo sexual de la teoría Patrick Cotter/Juan Murillo.
Saludos.

Anónimo dijo...

Concuerdo con el propósito primordialmente sexual, jaja. De hecho, el que realmente se llega dedicar a la literatura es el iluso que todas las semanas esperó encontrar al amor de su vida (o al polvo de su vida, para los efectos es igual) en el taller y no desfalleció en el primer intento. Los demás, los casuales, se aburrieron el primer día y se dedicaron a tareas más rentables.

Así es, Álex, todo taller tiene su historia. Y es interesante ver cómo cada taller se asume como el mejor, el primero y definitivo que va a romper con todo lo anterior, jaja. Cuando se llega a ese puento, es cuando harían falta las seis onzas de plomo de Juan.

Alexánder Obando dijo...

Asterión, tenés toda la razón. No hay taller que se haya creído el mejor. Por eso son fenómenos de adolescencia o temprana juventud. Si a los cincuenta uno todavía está esperando sacarle réditos artísticos o sexuales a un taller, que mejor vaya a un casting a ver si pega para un comercial de Viagra. jejeje.

Jorge dijo...

Genial historia Alex! Pero me parece que te guardas de manera interesada y solapada algunos datos, citás algunos nombres de autores en inglés, y decís que no había lider. Que yo sepa,si hubo un líder, que creó e imupuló poesìa activa, y que luego, por amistad complaciente contigo, se dejó que agregaras el nombrecito de Eunice Odio, pero ese maje, que se llamó (si no está muerto o lo está o quién sabe) José Gabriel Sánchez,era el que conseguía los buenos charlistas, los Carlos Santander, los Gastón Gaínza, los Porpetta de España, e incluso el espacio, que comenzó en la Sala Jorge Debravo en la Cuesta de Moras, y luego, precisamente por los contactos populares del maje, los pasó a ustedes a ALFORJA, donde les quedó jamón a todos, los de la UCR, y los que se quedaban hasta las 3 a.m. en donde el CHINO aquel asqueroso de la esquiena de la Iglesia donde hoy se levanta el MAL OUTLET. No veo por qué ignorar esos "pequeños" datos.

Jorge dijo...

Alex. viejo, espero tu comentario

Alexánder Obando dijo...

Jorge, en la actualidad me encuentro puliendo el blog. (No sé si los has notado en gran crecimiento y reedicón de etiquetas). El fin es precisamente este: que la gente encuentre viejos trabajos, los revalore y aporte como acabás de hacer.

Sip, he cometido el pecado de omisión con Gabriel. No sé si porque él saltó del barco antes de tiempo o porque no le dio tiempo a su trabajo poético a desarrollarse plenamente. Lo cierto es que él cumplía todas las funciones importantes que vos has señalado.

Me alegro de que hayás redondeado el retrato de época.