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domingo, junio 28, 2009

EL ARTE QUE GENERA ARTE

Giörgy Ligeti (1923-2006)

Descubrimiento de la “vocación”.

En el verano de 1968 Carlos, mi hermano mayor, cometió un error por el que siempre le estaré agradecido. Siendo él un fan de la ciencia ficción y siendo yo otro aún más fanático, mi hermano compró dos boletos para ver la peli que ese verano tenía a todo el mundo conmocionado.

Así una tarde de sábado, enfundado Carlos en uno de sus muchos sacos deportivos y yo enterrado en mis anteojos de "nerd" de los 60 y una gigantesca palangana de palomitas de maíz, nos acomodamos en la platea del entonces lujoso cine Wiltern, sito en la intersección de la Wilshire y la Western (de ahí el nombre poco creativo de la sala).

A partir de ese momento todo fue fascinación y tortura. Fascinación porque lo que teníamos frente a nosotros era superior a los rides de LSD que tanto se comentaban por esos días (yo a los diez años todavía no era toxicómano) y tortura porque mi hermano sudaba de la angustia al no poder contenerme. Cada diez minutos yo preguntaba “What’s that?” o “What does that mean?” o los interminables “Whys” que un chico de mi edad hace ante semejante situación. Pero lo que Carlos no me dijo y yo vine a entender con el tiempo era que él tampoco estaba entendiendo un comino, aunque ambos estábamos al borde del alarido por la maravillosa sobreexposición estética. Así, mi hermano y yo vimos por primera vez 2001: Odisea del espacio.

Unos tres años después, rememorando ese trascendente momento, me hice a mí mismo una promesa: “Ya no seré científico loco (sic) sino artista, y para lograrlo me doy todo el tiempo del mundo, es decir, hasta el año 2001”, en que yo cumpliría los 42. Pues pasó toda una vida llena de cosas buenas y malas pero nada de arte provechoso. Intenté la plástica, la escultura, la música y hasta la actuación y resulté en todos, al igual que don Guido Sáenz, un discreto fracaso. Decidí entonces que me suicidaría a los 30… pero luego lo pospuse para los 40… y luego para los 50… y actualmente creo que lo tengo programado para los 80, o algo así.

En fin, llegó el año 2001 y yo publiqué El más violento paraíso, primer trabajo artistico mío que gozaba, y aún goza, de mi confianza y aprobación. Es decir, ¡salvado por la campana! (Aunque no creo tener el verdadero valor que se requiere para ser un suicida de renombre y prestigio como tal).

El arte que genera arte.

Kubrick decidió dejar de usar la maquinaria de Hollywood en lo que respecta a música cuando cayó en cuenta de que no era necesaria. “Para qué usar música buena (a precios exorbitantes) cuando se puede usar música genial (casi de gratis). Esta meditación hizo que desestimara la colaboración del compositor de “soundtracks” Alex North e incluyera en su magistral cinta música que también es magistral. Así, Johann Strauss hijo (El Danubio azul), Richard Strauss (Así habló Zaratustra), Aram Jachaturian (Adagio de Gayané) y Giörgy Ligeti [Lí-gue-ti] (Réquiem, Lux aeterna, Atmósferas, Aventuras) son los cuatro artistas invitados al banquete fílmico de Kubrick. En ese entonces los dos Strausses ya habían fallecido, pero Jachaturian todavía tenía diez años de pólvora que quemar y Ligeti, aunque magistral, era prácticamente un desconocido.

Ni qué decir del efecto de la cinta en la vida de Ligeti. Lo lanza al estrellato nada menos que a los 45 años, cuando ya había vivdo lo mejor y lo peor de su vida pero se encontraba en la etapa más creativa de la misma (años 60 y 70). Esta colaboración resultó tan jugosa que Ligeti continuó participando de la saga kubrickiana en The Shining (El resplandor) y en Eyes Wide Shut (Ojos bien cerrados).

“Grandes nubes sonoras”.

La música de Ligeti es “extraña”, “ominosa” y profundamente “quieta”; es decir, da la impresión de no transcurrir gracias a que los gigantescos racimos de notas se superponen unos a otros casi intangiblemente. Eso ha hecho que muchos llamen su obra “minimalista” y el mismo compositor la califique de “micropolifonías”, pero lo cierto es que la obra de este húngaro genial es siempre un diálogo con la más seria intención experimental.

Aquí les incluyo dos videos de la música de Ligeti para la cinta de Kubrick. La primera se concentra en mostrar imágenes de la cinta mientras escuchamos partes del Réquiem, el “leitmotiv” del extraño monolito que aparece en el filme.

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La segunda es un paseo comentado y “coloreado” de su obra Atmósferas. Por comentado y coloreado quiero decir que la cinta es una elaboración VISUAL de cómo está montada la obra musical, es una ilustración y una partitura dinámica. Muy interesante.

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Como “bonus track” añadimos la pieza Lux aeterna, también tema del monolito. Es una pieza 100 por ciento a capella y la acompañan en este video tomas astronómicas reales y fantásticas... Enjoy!

lunes, junio 22, 2009

LOS OJOS DEL ANTIFAZ o el baile de máscaras del príncipe Próspero

Presentación de la segunda edición (EUNA, 2007) de Los ojos del antifaz de Adriano Corrales Arias. Este es el texto original sin "editar" para la prensa.

1. Primero el mito. Después el cuento y finalmente el cuentazo

Hubo una vez un país lejano cuyo príncipe se llamaba Próspero, y la princesa se llamaba Próspera, y la nación, por supuesto, era conocida como Prosperia. Ese país era efectivamente —y para no redundar más— una pequeña nación próspera.
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Pero un día llegaron enemigos lejanos que primero trataron de tomar a la fuerza el país, y como no pudieron, luego trataron de negociar con su clase “próspera”. (Perdón: prometimos no usar más ese término). Pero, en fin así fue la cosa. El príncipe se enteró de que venía de otros lares una terriblísima peste conocida como la Máscara de la Muerte Roja. No era necesario —como ustedes comprenderán, amigos— que tuviera máscara alguna, porque solo con llamarse la Muerte Roja, así, en mayúsculas, ya tenía aterrorrizado a todo el país. Incluso al príncipe y a su esposa, cuyos nombres, ya por muy sabidos, no pronunciaremos más. Pero a los dos les temblaban las canillas. ¡Por Dios que sí les temblaban! ¡Y entre ellos dos ya ni siquiera hubo más posibilidades de sexo! Imagínense ustedes entonces: dueños del mundo, y en la cama, no eran más que dos títeres manejados por alguien con el mal de San Vito.
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El príncipe Fulanito de Tal entonces concibió una estratagema, en parte motivada por los invasores iniciales, y en parte fruto de su propia cosecha.
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Buscó en todo su bello principado la abadía más aislada e inexpugnable y la convirtió en castillo de castillos, fortaleza de fortalezas. Nada podía entrar o salir de ese monstruoso fuerte-ciudadela sin que el príncipe, o uno de los suyos lo supiera de antemano.
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Luego vino el abastecimiento. Porque había que abastecer a un fuerte del tamaño de una ciudad medieval. Pero en lugar de admintir pobres y labriegos de la tierra, el príncipe admitió nobles, bailarines y juglares. En lugar de admitir semillas para el futuro, el príncipe admitió las más exuberabtes plantas, listas para preparar y comer. En lugar de admitir parvadas de gallináceos vivas, admitió pavos, codornices, gallinas y flamingos, todos ya muertos y listos para la mesa de su señor. En lugar de admitir médicos, albañiles y soldados, el noble admitió payasos, cocineros de alto vuelo y pajes, pinches y toda suerte de sirvientes, ninguno de ellos adiestrado en la supervivencia. Por tanto, en el palacio del príncipe... ejem... Xxx... abundaban los poetas, los actores, los músicos y los payasos para atacar el posible aburrimiento del príncipe P. y la princesa P.
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Nada se había descuidado, excepto el pueblo. Afuera de las murallas, la Muerte Roja hacía estragos y devastaba monstruosamente el paisaje.
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Para distraer a su gente de tan terrible infortunio, el príncipe ideó la salida perfecta. Planeó junto a los suyos un baile de disfraces, un baile de máscaras y antifaces que rompería el miedo convirtiéndolo en un pulsar multicolor que poco a poco se disolvería en la nada.
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Los detalles de la fiesta fueron tan cuidadosos que cualquiera pudo haber dicho que se trataba de la invasión a otro reino. Pero no. El príncipe solo quería la fiesta perfecta, y no sabía que aunque posible, la fiesta perfecta siempre costaba el trono.
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Así empezó el asalto final a Managua en el primer semestre de 1979.
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Pero el príncipe..., cabeza dura... capitán de barcos... comprador de hermanos... asambleas... Gollums... cortes judiciales... y tribunales... ... rehusaba a darse por menos. Su fiesta tenía que ser de lo mejor; es decir, debía ser un TLC: también conocido en el medio de la nobleza como una Transferencia (de bienes y soberanía) a Lo Caballo.
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Y la fiesta, lamentablemente triunfó. Fue de lo más sonado a 500 metros a la redonda (no pudo ser conocida más allá porque todo el país estaba muerto). Próspero disfrutaba de su vino blanco y los artistas conscritos hacían maravillas con sus respectivas artes. Todo fue una maravilla hasta que el impertinente hizo su asquerosa presencia.
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2. La Muerte Roja no perdona ni a su propia sangre

Cuando la Muerte Roja entró al festín de antifaces que el príncipe... eh... como se llame... ya sabemos tenía montado, lo hizo siguiendo las reglas del juego. Había que llevar máscara o al menos antifaz. Y todo el mundo siguió las reglas espléndidamente, hasta que uno de los invitados llegó vestido de aquello a que tanto le rehuían: llegó disfrazado de momia cuya gazas y cintas iban manchadas de rojo; es decir, iba disfrazado de la Muerte Roja. Tal fue la afrenta que los pocos invitados y sobrevivientes sintieron, que le pidieron al mismísimo príncipe desenmascararlo. Pero cuando este lo hizo, solo encontró el vacío más profundo. La muerte misma. Y así los nobles y sus juguetes humanos, todos cayeron, uno tras otro, encima de lo inevitable.
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Después de eso, todo fue oscuridad en el reino de los prósperos.
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3. David despierta

David es el pequeño de catorce años quien abatió a un gigante, Goliat, tenido como el mejor de su ejército. El chico lo hizo porque creía poder hacerlo; lo hizo porque, en ese momento, sí creía poder hacerlo, aún a sabiendas de que su amo y protector, más adelante, quizás se volvería contra él, como así fue en casi todas estas historias.
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Pero lo que aquí elucidamos no es el la vida de un hebreo nacido en el mil antes de Cristo, sino la vida de un criollo costarricense nacido en San Carlos a finales de los años 50. Y además, una mente muy despierta que veía, con cada retumbo del Arenal, la sangre y peste que nuestro querido Próspero venía derramando al otro lado del río desde los años 30.
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Este chico se debe educar y luego adoctrinar en el San José de los 70; un mundo corrosivamente morboso y desleal aun para aquellos que no creíamos tener nada que ver en el asunto: ejemplo: yo (quien suscribe este texto) tenía expediente secreto en la izquierda por haber llegado recientemente de EE.UU. y tener amigos tanto de izquierda como de derecha; y también tenía expediente secreto en la ultra derecha por haber llegado recientemente de EE.UU. y tener amigos tanto de izquierda como de derecha. ¿Qué cómo me enteré de todo esto? Ambos bandos de amigos me lo hicieron saber a su debido tiempo. Y la nueva Era de Paz, la New Age, todavía quiere que uno no se sienta medio paranaoico y satelitalmente acechado.

4. David se quita toda una fiesta de antifaces

David debe superar las condiciones de campesino en un San José que (por falta de información adecuada) se cree ciudad, cuando el mundo latino está lleno de ciudades de provincia que van de dos a diez veces más grandes que nuestra capital. Con solo pensar en Guadalajara, Mendoza o Bahía, ya se sabe que no está, o al menos no ha estado, en términos de ufanarse de alto urbanismo. Por tanto, nuestro muchacho debe enfrentarse al choteo urbano-campesinoide de San José.
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Su segunda prueba o antifaz es la ideología, una vez matriculado en la U. Ahí debe no solo aprender ideas nuevas sino también confrontarlas con las propias, para luego asumir una nueva dialéctica.
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Su tercer antifaz es el de la infancia. No un antifaz propiamente, sino una manera de ver el mundo que lo han de cuidar y confortar en los momentos más graves. O como dijo alguna vez un poeta italiano: la infancia es también una patria.
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Su cuarto antifaz es el de los más difíciles. ¿Ir a la guerra o quedarse en casa para contarle a los nietos, aunque sea vía satéltite, cómo fue aquel “vergueio contra Somoza”.
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Su quinto antifaz. La derrota personal. Darse por fin cuenta que detrás de cada capitán, detrás de cada Somoza viene otro Próspero, por lo que Corramos aquí— para parafrasear al maestro Donoso— un delicado velo de pudor y no se diga más del tema. Pues si el oyente quiere más, lo invitamos cínica y cordialmente a que se convierta en lector.
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El sexto antifaz. El contraste entre un fuerte café en La Habana y un friísimo vodka a las orillas del Neva, en San Petersburgo, Rusia.
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El séptimo antifaz. El reencuentro con un compa cercano del pasado y el balance, sucio y limpio de todo lo que se hizo.
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El octavo antifaz. La pasión por las mujeres cuyo nombre empiece con L. Primero Laura y Luego Lucía, personaje central en esta novela. Luego, en su novela “continuación” de esta, llamada Balalaika en clave de son, aparece Lina, para finalmente devenir en Leda, la esposa real, no del narrador, sino de autor Corrales. Y bueno, a cada cual con sus lindas perversiones. El hecho es que el joven personaje debe escoger entre el arma de fuego (nos referimos a su hermosa compañera) y la otra arma de fuego (nos referimos ahora a la que quita la vida y nunca la repone). Las consecuencias son desastrosas para los pequeños restos que le quedan de inocencia.
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5. Una novela que implosiona y se traga el Big Bang

Esta novela es originalmente anterior al Big Bang de nuestro amigo Carlos Cortés. Tanto su novela premiada, Cruz de olvido, como la de Daniela Trottier, titulada De todas las selvas, hacen, en alguna medida, historia de la guerra en Nicaragua, pero ambas se quedan de este lado del río. De ahí que yo las llame “periféricas”; no porque no toquen lo más hondo de nuestra partcipación en la Guerra de Nicaragua, sino porque sus testigos y acción tienden a quedarse de este lado, mientras que el joven protagonista sancarleño estuvo, aunque no todo el tiempo, en el mismo frente de combate.
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Y es que en Los ojos del antifaz los testigos no son ni políticos ni otros personajes de altura, por lo que deben cruzar la frontera de un lado para otro constantemente. Ellos no están tomando whisky en San José o Liberia planeando estratagemas, sino que están en medio de un conflcto armado, de una guerra, y aquí es donde la Máscara de la Muerte Roja los puede alcanzar más rápidamente. Porque sépase que el príncipe Próspero de Nicaragua y el príncipe Feliz de Costa Rica o el príncipe Daños Colaterales de EE.UU. siempre son los últimos en poner la sangre; aunque quienes los persiga sea precisamente La Muerta Roja que ellos mismos han desatado.
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6. Y David sobrevive, pero no Goliat

Una vez pasado lo peor, el personaje ya es otro y el mundo en que vivía también es otro. Por tanto nos encontramos ante una bildungsroman, es decir, una novela de aprendizaje, como lo es El joven Törless de Musil o Marcos Ramírez de Calufa. Las tres novelas se refieren más a la pérdida de la inocencia que a la pérdida de la identidad, pero ambas cosas suceden un poco. El David pos-Próspero, lo mismo que el David pos-Goliat, ya no tienen otra alternativa más que ser un nuevo ser humano.

7. La genialidad de muchos compositores y su misma humildad

Cuando Anton Bruckner estrenó su cuarta sinfonía, el efecto fue tan negativo que hasta varios de sus propios amigos salieron de la sala antes de que la sinfonía acabase. Esto hizo que el maestro siguiera corrigiéndola hasta su mismo lecho de muerte. Hoy día, la Cuarta y la Novena sinfonías de Bruckner son sus obras maestras.
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Beethoven pasó un trance parecido. Solía despertar a su pajecillo a las dos de la mañana de un verano vienés ¡para que le consiguiera agua con hielo! Una vez logrado el milagro de cumplir el encargo en un mundo donde todavía no existían ni la electricidad ni las refrigeradoras, el maestro tomaba la jofaina de agua helada y se la vertía entera sobre la cabeza. ¿Propósito? Seguir trabajando, o mejor dicho, seguir corrigiendo.

Cuando el genio de Bonn falleció, sus allegados encontraron entre sus papeles más de 200 finales distintos para su Novena sinfonía.
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Los mismo los fotógrafos que, obsesionados por un tema, sacan mil o más fotos sobre lo mismo hasta lograr la imagen perfecta. Igualmente los pintores en sus series inacabables o los actores, que con cada presentación van refinando cada vez más la obra que tienen puesta en escena.
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Entre los escritores buenos (Honorato de Balzac, Reinaldo Arenas, Vicente Aleixandre) esta ha sido una práctica humilde y obsesiva.
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En Costa Rica, sin embargo, reescribir una novela, o pedírselo a su autor, es un insulto de lesa humanidad contra el “maestro” o “maestra” de turno. Pero hay quienes lo asumen libremente y entonces logran pasar de una novela mala a una novela buena.
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Ese fue el acto de humildad literaria de Adriano Corrales que yo —como colega— más respeto. Sacó la edición del 99 de las nubosidades de la ingenuidad, el desbalance estructural y el cliché morbosamente tonto, hasta elevarla al rango de un trabajo no solo respetabilísimo en su calidad sino que también le agregó nuevos recursos para enriquecer la experiencia del lector. Cierto que persisten algunas consignillas que son obsesiones políticas del autor, pero no maltratan ni afean mayor cosa la calidad del conjunto.
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Entonces no es solo la crónica histórica (algo que ahora está de moda para salvar a los malos escritores del anonimato, caso omiso de la brillante Tatiana Lobo). Sino que también es un trabajo escrito con madurez y seriedad artística.
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La crónica histórica está muy bien y es muy necesaria, pero cuando esta se especializa en encubrir un mal oficio o mala escritura, es decir, mal ARTE LITERARIO, entonces sale sobrando.
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Y San José, lamentablemente, ahora está flotando en buenas crónicas que a la vez son pésimas novelas. Ojalá a Adriano Corrales no se le ocurran cosas como San Carlos Swing, Alajuela Salsa, o peor aun, Barrio Amón Reguetón, porque el día que lo haga, me veré obligado a ignorarlo en las presentaciones como esta.

Muchas gracias.

Alexánder Obando
5 de agosta de 2007.

miércoles, junio 10, 2009

EL MARTILLO DE MAHLER


Gustav Mahler ha sido considerado por muchos como “el último gran sinfonista”, título injusto porque Dmitri Shostakovich, a su vez ferviente admirador de Mahler, hizo de la sinfonía un género propio y apropiado para el siglo XX.

Sin embargo, son las sinfonías de Mahler las que primero vienen a mente cuando hablamos de mega-obras titánicas y poderosas, de obras que rebasaron por mucho la tradición vienesa de la sinfonía, convirtiéndose a su vez en novelas de la vicisitud humana más contemporánea.

Pero no solo esa tónica ominosa y semiesquizofrénica es la que ha dado a Mahler un color tan de nuestra época. Debemos considerar también su particular forma de orquestar, y muy particularmente su gusto por crear recursos nuevos, especialmente percusivos para la orquesta.

“El martillo de Mahler” es un recurso inventado por el austríaco y estrenado en su sexta sinfonía. Consiste en golpear una mesa de madera con un mazo (también de madera) gigante. El resultado es musicalmente devastador pues subraya un tutti de apenas una o dos notas que la orquesta no podría realzar sin este apoyo excepcional.

He aquí el martillazo en mención durante un ensayo de la sexta:

Nótese en esta otra grabación como el martillazo hace vibrar el escenario. Por cierto, esas como cafeteras a la derecha en la mesa de los percusionistas son cencerros de vaca, otro recurso que Mahler utilizó en esta sinfonía con gran acierto:
Aquí otra grabación donde se utiliza una variante. La mesa es recubierta de tablas de madera para crear un sonido aún más seco. ¡Cuidado con las astillas!:
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Finalmente una secuencia de cuatro videos con todo el movimiento cuya duración es de más de media hora. Un recurso tan estrambótico invita a ver su contexto, y solo en él podemos apreciar la fuerza dramática que este recurso, aparentemente antojadizo, genera en en la sinfonía. Sin embargo, para aquellos de ustedes que aman la cultura “prete a porté” le señalamos los momentos cumbres. Los cencerros hacen su tenue aparición en el video 2, minuto 1:40, mientras que el primer golpe de martillo ocurre en ese mismo video 2, minuto 5:10. Recomendamos que se escuche desde unos cinco minutos antes para entrar de pleno en el "ambiente" del recurso. También encontramos en el minuto 7:00 del video 2 un golpe con atado de palillos, recurso mahleriano que más adelante devendría en las escobillas de la batería percusiva. Finalmente, el segundo golpe de martillo se encuentra en el video 3, minuto 2:19. Este tercer video tiene un sonido excelente. Recomendamos que se escuche desde el principio. En él vuelve además el onírico recurso de los cencerros de vaca:
Como dijimos, un recurso tan llamativo puede caer presa de los charlatanes. He aquí una obra de Aaron Copland que requiere un “martillo de Mahler” con una caja de resonancia de… ¡dos metros cúbicos! El percusionista hasta debe subir una escalera para poder tocar tal “tambor”. El insulso efecto aparece después del minuto 3:35 de la grabación:

sábado, junio 06, 2009

TYRANNOSAURUS ANACHRONICUS

Hoy hablamos de una especie que no es muy común pero sí muy pertinaz y endémica en nuestro ambiente cuando por fin logra echar raíces.

El tyrannosaurus anachronicus es un animal que evoluciona a partir del homo sapiens y logra su plena madurez cuando la especie huésped (el mencionado homo sapiens) supera los ochenta años de vida. (Aunque es posible empezar a desarrollar la enfermedad a mucha más temprana edad).

Para que un homo sapiens devenga en tyrannosaurus anachronicus se debe dar una serie de factores propicios. En primer lugar la mentada longevidad, es decir, llegar a los ochenta años; luego la mitificación de la edad humana donde se presumirá que “a más años, mayor sabiduría”. Esto último suele ser cierto y verificable cuando la especie huésped aún no cumple los ochenta años de vida; pero pasado ese umbral, la aparición del tyrannosaurus anachronicus, con su atrabilis e inercia naturales, neutraliza toda forma de progreso mental y el huésped pasa a padecer una condición conocida como “fosilización cultural”.

La tercera característica que va a conformar un t-anachronicus es la vida de privilegio vivida por el homo sapiens huésped; es decir, fue alguien de fortuna, de medios, de mucho poder o incluso de mucha inteligencia. Es de notar que siempre al menos uno de estos factores es necesario para alcanzar el estado final de t-anachronicus.

A los ochenta años señalados, nace el tirano que ahora nos ocupa.

Si su poder fue político, ahora dirá con plena desfachatez que los procesos democráticos en el partido que pueda presidir son INNECESARIOS. Es decir, el t-anachronicus no cree en la democracia ni dentro ni fuera de su partido. Esto es grave en cualquier ciudadano, pero más aún en el t-anachronicus por estar investido de poder. Al hurgar un poco más en las posibles razones de por qué el t-anachronicus no apoya las convenciones de partido abiertas, caemos en cuenta de que ese modo de convención posiblemente no ayude a las aspiraciones de su candidato. Y claro, si se le enfrenta con estos hechos, el anachronicus asumirá su habitual modo de ataque. ¡Amenaza con irse del partido! Y si nadie se mueve rápido a suplicarle lo contrario, entonces él empieza toda una sarabanda de que “realmente” se está yendo. Esta burda charada continuará hasta que alguien por fin le suplique que se quede. Y lo logra, porque por cada tirano que hay por ahí, también hay una buena porción de chupa-tiranos.

Si este tirano, por otro lado, ha descollado en las artes literarias, será muy común que su “fosilización cultural” lo lleve a creer que Elfriede Jelinek, gran novelista y dramaturga austríaca y Premio nobel del 2004, es una escritora mala, aburrida y que no tiene nada importante que decir, mientras que Carlos Morales, nuestro campante periodista, es un escritor aceptable que sí sabe escribir una novela (sic).

Por cierto, los escritos del mentado t-anachronicus casi siempre revelarán ante el más simple análisis su vocación clasista y desdén neo-liberal (en sentido literario) de las grandes masas. Él es, fue y será, siempre un miembro de las clases privilegiadas.

Si además de todo lo anterior, nuestro tiranito es miembro de la junta directiva de una editorial, ejercerá implacablemente el veto tipo “si-no-me-dan-la-razón-yo-me-voy”, al extremo de que ya se ha ido varias veces. Pero el conchudo siempre vuelve a ver cuál chupa-tiranos de turno le pide que se quede.

Los octogenarios, sin embargo, aún se pueden dividir en dos grupos: los que no se dejan infectar por el virus tyrannosaurus anachronicus y los que sí se dejan infectar.

Entre los célebres infectados están Francisco Franco Bahamonde (murió a los 82), Camilo José Cela (85) y el último emperador de Etiopía (83) dictador a quien los seguidores del rastafarismo todavía hoy dan por vivo.

Pero también hay quienes evitando la infección, llegaron a ser homo sapiens octogenarios que el mundo ha querido y respetado. Entre ellos podemos mencionar a Samuel Beckett (83) que se retiró de la vista del público aún antes de ganar el Premio Nobel y Winston Churchill (90) que se retiró al cumplir exactamente los 80 años. Un ejemplo costarricense vendría a ser el escritor Joaquín Gutiérrez (82) cuyas posibles extravagancias de los últimos años se quedaron, dichosamente, en la vida privada.

Si usted conoce un tyrannosaurus anachronicos hágale la cruz… … o mejor aún... hágale una zancadilla.

Todo sea por el bien de Costa Rica.
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