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lunes, octubre 08, 2012

CONFESIONES DE UNA MÁSCARA LLAMADA ALEXÁNDER OBANDO



 Alexánder Obando (por Ev Cash, 2012)

17 AÑOS, CUATRO LIBROS Y UN GRAVE ERROR

En febrero de 1995 empecé a escribir un cuento llamado Sexo y hamburguesas, donde quedaba patente que los títulos no han sido nunca mi fuerte. Pero ese cuento fue el inicio de algo muy importante en mi vida.

Seis años más tarde, publiqué el cuento dentro de una obra mayor llamada El más violento paraíso. El cuento ya no se llamaba así, ni tampoco aparecía como cuento sino como el segundo capítulo de dicha novela. La novela luego pasó varios años más o menos ignorada hasta que en el 2009 Ediciones Lanzallamas sacó una segunda edición y todo el asunto tuvo, o más bien tiene, un final relativamente feliz.

La segunda novela fue empezada como un ejercicio para distanciar la mente de los horrores de Gilles de Rais, un lindo personaje a quien le gustaba masturbarse mientras metía la mano en la pancita de un niño vivo y poco a poco le iba jalando los intestinos hasta sacárselos. El orgasmo de Rais solía llegar con los últimos estertores y convulsiones del niño. Obviamente debe ser muy doloroso que te tiren las entrañas de un jalón mientras aun respirás, ¡eww!,… pero me había abocado a escribir este tipo de cosa con todo el realismo posible porque el elemento sadomasoquista entre Gilles de Rais y el niño víctima debía ser paralelizado entre el escritor y el lector, (sino, el elemento sadomasoquista del relato no tendría sentido).

Pues bien, tratando de liberarme de demonios literarios como ese, me entregué a una nueva experiencia literaria, y así empecé, en 1998, Canciones a la muerte de los niños. Este ha sido el trabajo literario más ingrato para mí, mucho más que El más violento paraíso. Y se debe al final. Fue muy difícil encontrar un cierre apropiado, pero después de nueve intentos, es decir, nueve finales diferentes, descubrí que esta obra terminaba de esa manera escalonada, y así, escogí los finales más representativos, los incluí como un todo y luego, después de eso, agregué aun otro final que nada tenía que ver con los anteriores.

 San Francisco en éxtasis, obra de Michelle da Caravaggio. En esta versión de Ev Cash (2012) San Francisco y el ángel de la guarda han mutado en Alexánder Obando y Leonardo Dicaprio, tal cual este último aparecía en la cinta "Eclipse Total" de 1996.


Dado que los dioses a veces son benévolos pude por fin terminar la novela y publicarla en 2008 con la Editorial Costa Rica. Un problema resuelto, pero quedaban tres más sin resolver.

En 2006, mientras me daba de trompadas con Canciones a la muerte de los niños, tenía otros tres trabajos pendientes: un poemario iniciado en 1989; una colección de cuentos que venía acumulando desde 1987 y una tercera novela, con muchos títulos pero que no iba para ninguna parte.

El poemario lo pude terminar de revisar y publicar, finalmente, en 2010 con Editores Arboleda. El texto, llamado Ángeles para suicidas, ganó el premio Aquileo J. Echeverría de Poesía de ese mismo año y por fin me pude sentar a descansar y ver a una criatura mía tomar su propio destino.

El cuentario va por una ruta semejante. Ahora se llama Teoría del caos y está en prensa con Ediciones Lanzallamas. Si los dioses me siguen siendo propicios, saldrá para estas próximas saturnales.

Queda entonces la novela de los mil nombres, aunque no es en realidad muy larga, ¿unas 160 páginas tal vez? La empecé a escribir en 2006 cuando mi madre enfermó de cáncer y yo estaba casi permanentemente incapacitado por un brutal problema de salud. Además de eso, tomaba como un beocio en dionisíacas por lo que mi salud en general no mejoraba.

La dichosa novela estaría dividida en tres partes; la primera dedicada al emperador Elagábalo (una obsesión desde que lo descubrí en 1998), el famosísimo Vlad Țepeș, Dralyea (obsesión de toda una vida) y la reina Juana la Loca (un delirio más reciente). Pues, bueno, estaban definidos los protagonistas, Elagábalo hizo algunas apariciones para prensa y publicidad y de repente toda la cosa ─aboslutamente todo─ se congeló. ¿Qué había pasado?...

Cosas muy difíciles de retomar para mí. En cosa de seis semanas mi madre enfermó, descubrimos que tenía cáncer y falleció. Seis semanas entre una salud aparentemente perfecta y una muerte en estado de coma inducido por los calmantes... Mi mundo, el de mi juventud eternamente irresponsable, se acabó a mis 48 años. Y de repente, muchas cosas que había considerado firmes en el tiempo e invaluables en importancia perdieron todo sentido para este huérfano casi cincuentañero;... en cuenta, mi literatura.

               Obando el dionisíaco. (otro trabajo de Ev Cash, 2012).

El 2007 es un año que no existió. Solo recuerdo latas de cerveza por toda la casa, viajes constantes a consulta médica y una magra pensión por incompetencia vital consumada. La única luz al final del túnel fue la visita de Juan Murillo en algún momento de ese año para proponerme la reedición de El más violento paraíso.

El 2008 comenzó igual y terminó peor. Me moría de hambre por problemas económicos, me asaltaron, me caí y rompí la cara y la escritura ya había dejado de existir. En algún momento del 2007 escribí el último cuento de valor y ya nada más. Ese año 2008, sin embargo, tuvo dos puntos importantes dentro de la fantasmagoría imparable de autoabandono e inercia: dejé de tomar porque el doctor me avisó que me calculaba unos dos o tres años más de vida (parece que en el fondo quería volver a escribir) y también abandoné una relación que ya entraba en los diez años. Mi novio era errático, impredecible y a veces hasta peligroso. Culpa mía. Siempre me han gustado lo chicos que caminan por el lado salvaje de la vida. Son un gran estímulo literario... Pero tuve que dejarlo... el riesgo ya era mucho.

Así entré en el 2009 sin “vicios” y sin pareja. Mi mejor amigo fue una pared en blanco y un televisor siempre apagado... y el hambre. Traté de sentarme a trabajar en literatura pero siempre era lento y doloroso. La situación económica seguía empeorando y me resultó más que evidente que debía vender la casa familiar. Ya solo  importaba comer y seguir adelante.

La venta de la casa fue lenta, pero avanzó. Me fui a vivir donde unos parientes mientras terminaba la transacción y empacaba para emigrar, una vez más a los Estados Unidos. Al llegar el 2010 publiqué el poemario Ángeles para suicidas mientras yo mismo hacía maletas para Los Ángeles, California.

 Los años en que yo no existí. (Fotografía de Guillermo Barquero, 2007 o 2008).

En junio de 2010 llegué a la otra casa familiar, la de mi hermano en La Mirada, a unos cuarenta kilómetros de la metrópolis posmoderna. Pensé entonces en la vibra y la historia de Los Ángeles. Después de todo, me dije, esta fue la ciudad estadounidense donde vivió o aún vive gente como Alma Mahler, Igor Stravinski, Jim Morrison, Werner Herzog, Thomas Mann o Harlan Ellison… y donde también vivieron y murieron otros grandes como Charles Bukowski, Janis Joplin, Heinrich Mann, Truman Capote, Ray Bradbury o Philip K. Dick. Pero eso no cambió en casi nada mi bloqueo literario, porque aunque el lugar tiene su gran magia y su potente vibra artística, mi bloqueo, como casi todo otro bloqueo de escritor, es un asunto interior, muy personal… triste e ineluctablemente biográfico. Así pues, seguí produciendo a nivel mínimo: más o menos un cuento por año que también agregué, cuando la calidad lo permitía, al futuro libro de cuentos que ahora trabaja Lanzallamas.

Y sin embargo, parece que las aguas de la obnubilación empiezan a ceder un poco. Los niveles van bajando y yo me doy cuenta que lo que me amarra al fondo de este mar oscuro no es la ausencia de mi madre y o el vacío de no tener ya a mi compañero. Tampoco es el alcohol, quien fue el más fiel de todos mis amigos y el más exigente de todos mis amantes. Ni son los psicotrópicos que consumo desde el mentado 1995 para no dejarme ir en las mareas de la noche. No, nada de eso. Lo que me retenía, y me retiene, soy yo mismo. Quise seguir escribiendo siendo el mismo Alexánder Obando de siempre; el niño mimado de mami que era primorosamente aislado de las durezas del mundo para que él pudiera bailarse un par de valsecitos con Gilles de Rais o Drácula, el Hijo del Dragón. Pero ese Obando ya murió. Y el nuevo quiere decir algo distinto. Por eso no puedo retomar la novela de los mil nombres, porque no soy quien la escribió y por eso (ya) no la entiendo ni tengo idea de qué pueda ser lo que quiere decir. Ciertamente la voy a rescatar a pedazos, pero contextualizada de manera muy diferente a lo que ahora parece ser.

Y aquí me encuentro, 7 de octubre de 2012, y con la cabeza bullendo de ideas. Una nueva novela, me digo, y me siento a tomar notas como loco. Ya llevo cerca de diez páginas de ideas y semi propuestas que eventualmente podrían explotar y convertirse en la tercera novela de mi ciclo dionisíaco. No lo sé… pero podría ser.

 Otra toma en los años finales en Tibás. (Foto de Jorge Vega, 2008 o 2009).

Nombre de trabajo (que no será el definitivo de la novela): Madre de corazón atómico. Estilo: ciencia ficción sucia. Materiales de trabajo: he determinado que hay unos 21 libros (más o menos) que debo leer para acompañar la “aventura” de escribir… (sí, sí… hoy estoy pasado de cursi) con datos, información y otros ejemplos literarios que me den orientación y sustento. Ya voy por la mitad de los primeros dos que leo de manera alternada. Muy interesantes. Tiempo de escritura calculada: dos o tres años. Corrección y mejoramiento: el resto de la vida.

Algo me dice que la vida en las afueras de Los Ángeles si podría estar rindiendo sus frutos. La vida suburbana de los mega centros comerciales, asépticos, monumentales, vacíos y extraños, junto a los autobuses que pasan una vez cada hora y parecen venir de ninguna parte y dirigirse a ninguna parte. Las conversaciones en las mesas adjuntas a la mía en la cafetería. En español mexicano y salvadoreño, en chino, japonés, coreano y ruso. Los muchachos y muchachas con todos los colores posibles de piel. Los menús que parecen sacados de una peli de Buñuel o de Cronenberg. La mega oferta en línea o las librerías más grandes que Pricemart o Wallmart Costa Rica. Los museos también ingentes donde podés ver altorrelieves asirios de hace tres mil años o pinturas japonesas del siglo XVII. Todo esto, conjugado con la demencia mercantil, la velocidad y la frivolidad, el tremendismo apocalíptico cristiano, el culto castrense al súper héroe y la manada de porno apenas insinuado en la publicidad, la tele, las películas, los vampiros y los zombies que hacen todos que el sur de California se me vuelva una nueva Metrópolis donde la diosa de hierro ya sustituyó a Venus y a Gaia. Un mundo que pide a gritos que se escriba sobre él.

Y eso es lo que los grandes de esta zona han hecho. La ciencia ficción es un caldo de cultivo natural en estas latitudes.

A ponerse los guantes de cirugía y a trabajar. A ver qué puede hacer un tico en medio de tanto fantasma viral.

Porque lo único que ya no voy a decir es: “no puedo”.


La Mirada, 7 de octubre de 2012.

viernes, noviembre 18, 2011

SEXO, DROGAS Y DIONISOS


Los tres libros de Alexánder Obando que usted encuentra en la XII Feria Internacional del Libro, que estará abierta hasta el 20 de noviembre. En orden usual: El más violento paraíso (novela, Ediciones Lanzallamas), Canciones a la muerte de los niños (novela, Editorial Costa Rica) y La gruta y el arcoíris: Antología de narrativa gay/lésbica costarricense (Editorial Costa Rica).

Dos breves comentarios a El más violento paraíso:

Rodrigo Soto dijo en 2001:
 
"... La mayoría de los 65 capítulos que componen la obra -algunos de los cuales son narraciones totalmente autónomas, y por cierto, un par de ellos verdaderas piezas de antología-, son encabezados por epígrafes que también nos hablan del carácter iconoclasta y plural del libro: Kavafis, falsas y verdaderas citas de Platón, Jim Morrison, Burroughs, el poema de Gilgamesh, etc. También aquí, todo tiene cabida. De lo que no queda duda, es de la voluntad expresa del autor de dialogar e inscribir su trabajo en una tradición que nada tiene que ver con la problemática de "lo nacional" y los restantes ejes por donde ha transitado mayoritariamente la literatura costarricense. Quizás, en este sentido se lo pueda relacionar con los llamados 'escritores del crack', que surgieron en México en años recientes..." "Una novela de los límites", La Nación, 1 de julio de 2001.

Alfonso Chase dijo en 2009:

Nunca pude escribir una reseña sobre esta novela de Alexánder Obando (San José, 1958), sino que hablé de ella en dos ferias del libro: Bogotá y Guatemala. Me retuvo el exceso de su impacto, la vertebración de la narración, y la definición de los perfiles de los personajes y, sobre todo, el respeto que me produjo el talento narrativo de Obando. [...] La fragmentación de los sucesos en engañosa. Todo sucede de manera límpida, se descuaja, a veces violentamente, del árbol madre – padre. Otras tiene la soterrada ternura de un escritor que conoce sobre lo que escribe, lo aumenta, lo disminuye, lo adorna de erudiciones reales o fantásticas, hasta lograr eso en lo cual todos somos unánimes: es una obra que quiebra el esquema narrativo, aquí y en cualquier lugar, para crear una obra monstruo, que se devora a sí misma como el Uroboro y se rejuvenece..." La ronda de los libros. La Prensa libre, 2009.

Dos breves comentarios a Canciones a la muerte de los niños:
 
Juan Murillo dijo en 2008:

"...Por otra parte, esta novela continua la propuesta neopagana que iniciara El más violento paraíso, centrándose en la estrella Sirio ahora como punto de interés y reinterpretando mitos cristianos a partir de la misma. En este caso, el tono erudito del ensayo astronómico es la herramienta que permite la sustitución de la religión oficial de Costa Rica. [...] Quizá lo que horroriza, avergüenza, disgusta y confunde de las novelas de Obando sea el hecho de lo profundamente arraigado que está el arquetipo de lo correcto, de lo costarricense, en los lectores de Costa Rica. Obando por otra parte, se ha dado a la tarea, sino de destruirlo, por lo menos de arrastrarlo por el lodo, para que lo demás, los que no calzan, los que están excluidos, entiendan y sepan que esa construcción es una imposición que se puede desafiar. "¿Quién le teme a Alexánder Obando?" Blog 100 Palabras por Minuto.

Adriano Corrales dijo en 2008:

Son numerosas las virtudes del maremágnum lingüístico e ideológico que presupone la propuesta de Obando. Mejor dicho, son variadas las aristas y los enfoques de la apoteosis dionisiaca novelada desde el margen y la precariedad, desde la heterodoxia literaria costarricense, o, como el mismo autor nos advierte, desde la tradición procedente de la novela bizantina, del Renacimiento y del temprano Barroco, con la exacerbación  de lo denso y retorcido, de lo violento e hiperbólico. Algo cercano a la mezcla de un Rabelais con el sinuoso Marqués de Sade, pasando por Apollinaire. Canciones a la muerte de los niños de Alexánder Obando. Isla Negra.
 
Dos breves comentarios sobre La gruta y el arcoíris:

Expediente 10 dijo en 2009:

El escritor Alexánder Obando ha publicado la primera antología de narrativa costarricense con el título de “La gruta y el arcoiris” en la Editorial de Costa Rica, Esta compilación reúne, en un solo libro, lo más relevante de la literatura gay/lésbica de autores nacionales. [...] Como bien lo establece Alexánder Obando en el prólogo: “no está frente a un trabajo de ‘género’ , ni frente a un texto escrito exclusivamente por gente gay, Lo que tiene en sus manos es un compendio de diversos escritores nacionales (GLBT o no) que han publicado algo acerca de la gente gay”. Expediente 10. 8 de junio del 2009.

Ángela Arias Molina dijo en el 2011:

"...También di con una antología muy variada y de excelente calidad en la que pude probar a varios autores ticos a la vez. Esto es La gruta y el arcoiris: Antología de narrativa gay/lésbica costarricense, una recopilación de trozos de novela y otros textos que hablan de la homosexualidad y otras orientaciones sexuales. [...] Al principio, una pensaría que lo más interesante de esta antología es ver cómo diferentes autores abordan el mismo tema. Pero cuando ya me puse a pensar con más detalle en este libro, me di cuenta de que lo más importante es ver que en Costa Rica (un país tan pequeño y, en cierta medida, todavía tan prejuicioso) hay muchas voces literarias que se alzan para hablar de la diversidad en orientación sexual. Estas voces están reunidas entre dos tapas, gracias a una selección bastante acertada de Alexánder Obando. Página Cero 10 de agosto de 2011.

El más violento paraíso está a la venta en el puesto de editores independientes, A21.

Canciones a la muerte de los niños y La gruta y el arcoíris están a la venta en el puesto de la Editorial Costa Rica.

 
Disfrute de la feria, ya que yo no puedo.
Bon appetit!!

jueves, septiembre 22, 2011

CANCIONES A LA MUERTE DE LOS NIÑOS: Fragmentos del sexto capítulo.


Los tercetos nunca fallan... por un tiempo.

Querides amigues, les incluyo más abajo un fragmento (pp. 327-334) de mi novela Canciones a la muerte de los niños.

La Editorial Costa Rica tendrá próximamente una Feria de Libros (¿dónde, cuándo?) y afirman que los libros se venderán a precio de costo. Si les gusta (o al menos no les horroriza) lo que este servidor escribe, ahí podrán conseguir Canciones a la muerte de los niños y La gruta y el arcoíris: antología de narrativa gay/lésbica costarricense.

Para compras de El más violento paraíso aquí. Y para el poemario Ángeles para suicidas, aquí.


--¿Cuál sos vos?
--¡Cualquiera!

Shine On, You Crazy Diamnod!

(Capítulo sexto de Canciones a la muerte de los niños)
[Fragmento: pp. 323-334]


Después de la muerte de Gerber Rubén Fischer, Lucy se había sentido enferma una semana entera. No entendía cómo al­gunos seres solo podían sentir lástima dentro del horror más grande. No era hasta que la sangre se abría camino empujando contra la resistencia de la piel, y cuando los huesos, más hosti­les aún, sonreían su blancoamarillenta sonrisa a la luz del sol, que algunos por fin entendían que la cosa iba en serio.
En el fondo no estaba tan dolida por Gerber como sí por Kimberly Yajaira, una güila de papi y mami que ahora se queda­ba sin voz después de que el tata la dejara sin cerebro. La po­bre quedaba más incapacitada que la niña Pochita para ser al­guien en un mundo donde solo asomaban máscaras inexpresivas y vulgares, gente sin el menor sentimiento de nada y con la úni­ca intención vital de ir de compras a “Mayami”.
Le hizo una seña a Brallan, el cantinero del Sexy-Café-Camus, para que le trajera otro vodka, exactamente como a ella le gustaba: 3/4 partes de jugo natural de tomate, 1/4 parte de vodka Smirnoff (o Stolíchnaya cuando hay plata, como hoy) 1/2 tajada de jugo de limón, 2 cucharaditas de salsa Liza­no, 2 de salsa inglesa Worcestershire y 3 ó 4 gotas de tabas­co. Así, el Bloody Mary, o María la Sanguinaria, según los más puristas, quedaba de chupársela por todo lado. Curioso que una bebida tan sabrosa llevara el nombre de una reina que era anatema en la memoria de su pueblo: María Tudor, herma­na de Isabel I, y protagonista del más sanguinario intento de de­volver a Inglaterra al redil del Vaticano. Pero nada le funcionó. Tan pronto entregó el alma a su Cristo Católico, Isabel y los su­yos revirtieron el proceso de la contrarreforma inglesa y en me­dio de otro gran baño de sangre, los ingleses volvieron a encon­trar en la figura de su monarca al verdadero vicario de Cristo en la tierra. La pobre María, además de fea, murió con una gi­gantesca panza de catorce meses, pues lo que en principio se cre­yó era un retoño, resultó ser un tumor de proporciones real­mente “majestuosas”. Los “dolores de parto” empezaron desde el cuarto mes y la pobre reina ya no dejó de gritar horriblemen­te, hasta que toda la bomba real estalló y pringó las paredes de Hampton Court del color intenso por el que la deliciosa bebida es ahora conocida. Entonces, pensó Lucy con una sonrisa, sí había razón de llamarla Bloody Mary a solas y no Bloody Mary and Elizabeth o Bloody Tudor Queens. María Tudor tuvo la ven­taja al sangrar por dentro y por fuera, y al hacer que su país hi­ciera exactamente lo mismo, se ganó el derecho al apodo que, después de todo, no era en el fondo tan británico. Hay que re­cordar que el vodka es ruso y la salsa Lizano es, bueno, un pseudo-clón tico de la Worcestershire inglesa, por lo que el ar­gumento de nuevo se revierte, y parece que María es cada vez más dueña de su coctel, aun con toda la Siberia rusa bailándo­le adentro.
Brallan llegó con el otro (¿o la otra?) Bloody Mary y Lucy se puso entonces a lanzar líneas temáticas por todo lado. La pla­ta que le habían dado como míseras prestaciones del colegio, si acaso le servirían para un par de meses. Por eso había acepta­do la oferta de Sergio de irse a vivir con ellos, porque no solo agra­decía el gesto sino que sabía lo que se le venía. Los hijueputas del Monseñor Gluteens se habían encargado de malinformarla por todo lado para que no volviera a trabajar en docencia, pro­fesión que ella ejercía desde hacía cinco años sin conocer otra forma de ganarse la vida. Además, al igual que la reina María, es­taba cansada de luchar contra corriente y de sangrar hacia fue­ra. La madre ya estaba donde una tía porque los delirios y el fantasma de Luis Fernando, el esposo, poco a poco le habían picado el hueso de la razón hasta dejarlo hecho un queso suizo. Ni siquiera valía la pena contarle las cosas que le pasaban por­que la mamá siempre le recomendaba que le pidiera consejo al papá y así todo estaría bien. La tía no hacía más que menear la cabeza en triste resignación y traerle a la viuda de Brant una suéter para que al menos el cuerpo resistiera un poco más que el juicio. Lucy entonces volvía a su mini-chante o ahora al chan­te de Sergio y se dedicaba a repasar las opciones del futuro. ¿Meter a la madre a un asilo; dejarla con la tía olvidadiza; ma­tarla en un potrero; darle amor eterno y desinteresado? Todo le parecía igual. La madre ya no era la madre. Esa señora alegre y simpática se había ido con su marido hacía más de ocho años.
Brallan trajo el tercer trago y le sonrió a Lucy con inten­ción. El maecillo no estaba nada feo: unos 24 años, machito, cuerpo bronceado y ojos de perrito soñador. Pero ella no sopor­taba ni siquiera la idea de acostarse con él porque sería repetir la tragicomedia de Manfred desde el principio: da capo y con un sonoro fortissimo. Mejor dejar las cosas como estaban. Ella sabía que tenía la misma maldición de Alma Mahler: una espe­cie de insensibilidad y frigidez ante los maes brutos; y lo que era Brallan, solo le faltaba el babero para ser un perfecto C.I. 70. Además, las cosas cambiaban definitivamente para ella: Cachi y Sergio eran el eje de su mundo afectivo y no estaba dispues­ta a que eso cambiara. Aun con lo egoístas que eran a veces, en los momentos de más peligro el trío se compactaba en una sola unidad, en un pangolín enrollado, y nada lo podía herir. Ser­gio, Cachi y ella misma eran muy débiles por separado. Pero si se mantenían juntos, el mundo les pasaba por encima y ellos lo aceptaban como si nada. El guapo de Brallan le trajo entonces otra reina a medio estallar y Lucy se la bajó como el ogro de Pulgarcito a los niños. Se limpió el bigote rojo y se puso a verle la maleta al mesero. La verdad, para un acueste –para uno so­lo– no estaba tan mal. Pero lo importante era la lucha. Ella ya no lucharía por nada que no fueran Sergio o Cachi. Lo demás no era más que la mierda del mundo disfrazada de flores y perfu­mes. Esa crápula a la que tanto odio le tuvo Rimbaud y que siempre chapoteaba en medio de nuestro único plato de sopa. Pues entonces, había que sacarla y tomarse la sopa rápido, antes de que se enfriara y nos fuera a caer mal. Por eso, se pi­dió otra reina, pero ahora ya casi de catorce meses.
Lucy tuvo entonces algunos recuerdos fragmentados. Al­guien ayudándola a salir del Sexy-Café. El pene de Brallan en­tre sus labios. Un techo sucio y monótono y el crujir incesante de una vieja cama.
Cuando se levantó y se puso el bluyín, volvió a ver al mu­chacho desnudo en el catre. Era tan sorompo que todavía tenía el bóxer en los tobillos como unos grilletes de tela. A lo mejor ni habían cogido y el mae se había tropezado en algo, se había golpeado la cabeza contra un tubo del catre y luego caído en la posición en que estaba. La almohada mostraba un seco charco de sangre color sepia, por lo que aquello, fuera lo que fuera, ha­bía ocurrido hace muchas horas. Lucy no tenía ganas de averi­guar qué había sido. Quizá un golpe leve. Tal vez el mae estaba muerto. O quizás era sangre de ella misma; el tumor maligno que hacía tiempo cargaba dentro de sí. Ya no le importaba. Era posible que lo que decía Sergio fuera verdad, que entre ella y Ca­chi, Lucy era siempre la verdadera vampira.
Brallan se empezó a desperezar. El pobre meserillo se asus­tó tanto al ver la cama llena de sangre que pegó un grito seco y se puso de pie como un rayo, pero como todavía tenía el bóxer en los tobillos se tropezó y cayó al suelo.
Antes de que el tonto pudiera decirle algo, Lucy ya había ce­rrado la puerta y se iba rápido por el zaguán hediondo a desin­fectante.
*-*-*

Del fólder Dionisos Cretense:
Pero el dios mismo no es meramente tocado y apresa­do por el fantasmal espíritu del abismo. Él mismo es la monstruosa criatura que vive en las profundidades. Desde su máscara mira al hombre y lo disloca con la ambigüe­dad de la cercanía y de la distancia, de la vida y de la muer­te en una sola entidad. Su divina inteligencia mantiene las contradicciones juntas. Porque este es el espíritu de la excitación y del salvajismo; y toda cosa que esté viva, que se agite y que brille, resuelve el cisma entre sí y su opuesto y luego absorbe a este espíritu en su deseo. Así, todos los poderes terrenales se reúnen en el dios: el arrebato genera­dor, nutriente e intoxicante; la vida otorgando inagotabili­dad; y el dolor desgarrador, la palidez mortífera, la silen­ciosa noche del haber sido. Él es el éxtasis demente que preside cada concepción y parto y cuya ferocidad siempre está pronta a moverse hacia la destrucción y la muerte. Él es la vida que, cuando se rebasa, se vuelve loca y en su más profunda pasión queda íntimamente ligada a la muerte. (wo)
 *-*-*
(Música del horripilante Himno Nacional. La cara del Pre­sidente de la República con cara de pocos amigos. Atrás, un óleo de Braulio Carrillo también con cara de estar de malas pul­gas. A la derecha, el pabellón nacional. Pausa dramática):
Señores padres de familia: la sociedad costarricense es­tá pasando por una grave crisis como nunca antes había visto. En estos días, un desalmado a quien la ciudadanía ha da­do en llamar “el Vampiro de San Pedro” ha hecho de las suyas cometiendo horrendos crímenes. A la fecha, dicho psicópata ha asesinado a sangre fría a no menos de seis personas, cinco de ellas, ciudadanos de nuestra más ímproba y noble clase tra­bajadora. Costarricenses que, de haber tenido la oportunidad, hubiesen demostrado en todo momento la fibra moral y espiri­tual de que está hecho este pueblo. Pero no nos anclemos más en las aguas del dolor por la pérdida de estas cinco… eh… seis vidas que se han perdido trágicamente. Es hora de que los cos­tarricenses tomemos de nuevo las armas y luchemos contra es­tos filibusteros sicarios de las fuerzas más ocultas y antidemo­cráticas. A partir de hoy he ordenado al Ministerio de Seguridad, Policía, Gracia y Culto que tome todas las medidas necesarias para que dicho asesino sea descubierto y atrapado en bien de la seguridad de la ciudadanía de este gran país. No duden uste­des de que el presidente de Costa Rica, como mandatario de todos los costarricenses, está más que listo para defender los derechos y los intereses sagrados de este pueblo bendito por Dios. Aprovecho esta ocasión para hacer llegar mi más sentido pésame a la señora magistrada de la Corte Suprema de Justicia, Dra. Sugey Achúmann de Fischer, por la desaparición de su hi­jo, Gerber Rubén, en la flor de la juventud, lo mismo que a las otras cinco familias costarricenses que hoy se encuentran enlu­tadas por la cizaña ciega de este verdugo de inocentes que es el “Vampiro de San Pedro”. Ruego a Dios porque pronto tenga­mos en custodia a este enfermo, tan contrario a todos los bue­nos valores que nuestro valeroso pueblo siempre ha demostra­do. Honor a quien honor merece… buenas noches. ¡CLICK! Cachi apenas tuvo tiempo de apagar la tele con el control remoto. Ser­gio le metió el pene en la boca poniéndolo a mamar mientras Lucy lo acariciaba y también se llevaba a la boca el pene de Cachi to­davía flácido. Cuando Lucy volvió a encender la tele, dos horas más tarde, ya los tres se habían mandado más de cinco mil pe­sos de “cajeta” de la mejor. Tanto habían fumado que ni siquie­ra le dieron bola al montón de tocolas que quedaban en el ce­nicero. Sergio parecía un árabe o un indio americano con un paño arrollado en la cabeza a modo de sultán del harén. Lucy te­nía la payasa y Cachi la templona. Se tocaba constantemente como si la piel de todo el cuerpo le estuviera ardiendo. “¡Cójan­me!”, les gritaba a Lucy y Sergio como si estuviera poseído, “¡Ma­es, porfa, cójanme!”. Y se tiró en la cama en medio de Sergio y Lucy como si aquellos fueran un mar donde toda su sed queda­ría saciada. Sergio lo montó mientras Lucy se acomodó para que Cachi la mamara. El muchacho, en una fruición fuera de sí gritaba: “¡Qué rico!”. Y metía la cara en la vagina de Lucy para que todos los líquidos le quedaran impregnados en el rostro. Luego hacía un sonido como de mugido de placer y empujaba el cuerpo contra Sergio que se lo estaba cogiendo. “¡Más fuer­te, mae! ¡Cójame más fuerte!”. Y volvía a empujar las nalgas con­tra Sergio para que este le diera más fuerte. Lucy también es­taba extasiada mugiendo y gimiendo a grito abierto mientras Cachi le chupaba hasta el último líquido que le salía por la va­gina. De repente la muchacha detuvo a Cachi y le dijo: “¡No aguanto más, Cachi! ¡Cojeme!” y Cachi, con el pene ya erecto em­pezó a penetrar a Lucy mientras Sergio se lo seguía cogiendo a él. La música obligada era el Serial Killers Don’t Kill Their Girlfriends / Serial Killers Don’t Kill Their Boyfriends de Front Two Forty-Two, que hacía rato se repetía y repetía en el tocadiscos mientras el incienso de sándalo se mezclaba con los sonidos de la tele y los gemidos de los tres en una habitación lle­na de humo de cannabis y de olores carnales totalmente repul­sivos para la señora de la poesía filológica. Sergio recordó en ese momento unas líneas de James Baldwin, cuando su perso­naje Giovanni, homosexual y enamorado del protagonista, le decía a este: “…lo que pasa es que tú no eres como Giovan­ni. Giovanni no le tiene miedo al olor que produce el deseo. Pero tú sí le temes. Temes a la suciedad que produce el amor…”. Y Sergio arremetió con más fuerza mientras Lucy subía los pies en los hombros de Cachi y los tres parecían una amorfa araña de piel humana y olorosa. La música no dejó de sonar ni un instante pese a los esfuerzos de los tres por acallar­la con gritos y poemas y locuras de la payasa, la comilona, la chupona, y por sobre todo, la cogiona irrestricta.
  Cuando Sergio se levantó para apagar el tocadiscos ya es­taba amaneciendo y Cachi, como de costumbre, estaba hablan­do dormido mientras Lucy no conciliaba el sueño…


__________________________

Tomado de Canciones a la muerte de los niños, pp. 327-334, (San José, Editorial Costa Rica, 2008).

miércoles, junio 01, 2011

BELLES, HORRENDES, FANTASMALES Y ESCRITORES


Despidiéndome de Costa Rica, junio de 2010. De izq. a der. Óscar Fernández, María Morales, Meritxell Serrano, Cecil Gaspar, Juan Hernández, el conde Sören Vargas y Alexánder Obando.
(Foto de Karla Fernández.)

Preguntándome esta noche cuál es o ha sido el secreto más grande de mi vida debo recurrir a un examen de historial (que no de conciencia). Lo hago con el afán de limpiar la mente de ciertos secretos persistentes y de poner a prueba lo que otros piensan de mí y de sí mismos en tanto se autodefinan como escritores.

Primero, supongo, ser homosexual. Fueron muchos años de clóset pero finalmente encontré la llave y salí de ese claustro. Sin embargo, antes tuve que empezar a curarme yo mismo de la homofobia y salir cuando ya iba superando esa horrible enfermedad. (Recuérdese que en mi época, el único programa para homosexuales y lesbianas se llamaba IT GETS WORSE, BECAUSE YOU'RE GOING TO HELL). Pero luché. Y como resultado final obtuve el diplomado de Playo decentemente ajustado a su vida de "diferente". Y digo "decentemente" porque en la realidad nunca se supera el hecho de ser diferente. 

Recital del Taller Eunice Odio en 1986. De izq. a der. Alexánder Obando, José Gabriel Sánchez y Francisco Mata.
(Foto de Luisiana Naranjo).

Escribía ayer mismo en Facebook que el comentario (¿machista?) de Carlos Cortés en La Nación de este domingo (sobre Yolanda Oreamuno y la novela de Sergio Ramírez) posiblemente tenía algo que ver con la propia naturaleza física de Carlos, digamos el no ser muy "agraciado". Pues lo dije porque yo mismo conozco bien el estigma. No es fácil ser un obeso bizco y homosexual en un mundo de heterosexuales delgados y de ojos rectilíneos. Y para todos nosotros, -feos o no- tampoco es fácil lidiar con la belleza de algunes.  Todavía más si la deseamos con ardor.

Por tanto la diferencia física y de orientación sexual no se supera, al menos de momento, aunque sí se aprende a vivir con tales diferencias. Pero aclaro que esta no es una negación de la posibilidad de adaptación a ser diferente. Lo que digo es que la diferencia no desaparece... HAY QUE VIVIR CON ELLA.

Y esto me lleva a otra diferencia cardinal que ya ustedes conocen de mí porque muchos la comparten, me refiero a escribir.

Cuando en un momento de mi vida me topé con la realidad de tener que optar entre dejar de escribir o dejar de estudiar, el mundo entero se me cayó encima. Estábamos en los años 80 y yo era profesor de escuela privada, alumno de la UCR y escritor de madrugadas. Pero se me agudizó el problema de la vista y tenía que soltar una de las tres actividades. No podía entonces soltar el brete porque me moría de hambre. Tampoco podía soltar la escritura porque entonces me moría de espíritu, por lo que tuve que dejar de estudiar. Me dolió profundamente ver a mis amigos de generación y aun menores seguir adelante sin mí. Pero ese era el precio de Dionisos. No sé otres escritores, pero para mí dejar de escribir significa perder identidad. Porqué son precisamente las "diferencias", como ser escritor, lo que me da identidad. Los problemas de salud, la obesidad, el sentido de humor chabacano (cuando no sutil ☺) ciertas ciencias "ocultas", la pasión por la historia, la efebolatría y la obsesión religiosa por la literatura son las cosas que me hacen Alexánder Obando. Es decir, no existe un Alexánder Obando delgado, buguita y amante de los carros deportivos. Se puede llamar así, pero no soy yo.

Presentación de la segunda edición de El más violento paraíso, febrero de 2010. Con mis editores Guillermo Barquero y Juan Murillo.

Y esto me lleva a la diferencia más oculta. La que muchos compartimos pero no lo decimos.

En febrero de 1995, dos meses antes de sufrir el primer colapso nervioso (tuve otro diez años después) empecé a escribir El más violento paraíso. La realidad literaria de repente se me hizo tersa y fluida, como cuando una seda te recorre las manos. Yo escribía al son de música clásica o industrial; ponía los dedos sobre el teclado, hacía la cabeza para atrás a lo Franz Liszt en arrebato y empezaba a teclear casi como si tocara un piano, dejando que el tema y las palabras afloraran sin ningún análisis u objeción. No dejaba que nada me detuviera, salvo un momento para tomar vermut (que siempre tenía al lado) y ojear la candela aromática que ponía a la par de la compu junto a la botella. Meditaba un segundo en la música y el vermut y seguía escribiendo dejando que el subconsciente tomara su rumbo. No era sino horas después, cuando ya había terminado el texto que me dedicaba a analizarlo con detenimiento. El resultado casi siempre necesitaba de mucha corrección, pero lo importante para mí en aquellos momentos era usar la música, la vela aromática y el vermut como "puentes" hacia la espontaneidad total, una inspiración que con el tiempo se acomodó más a mis circunstancias. Ya toleraba la presencia de otros cuando escribía, toda vez que no hablaran mucho, y también me cuidé más del vermut pues si se me pasaban las copas, perdía toda posibilidad de improvisar con inteligencia. Así, poco a poco el ritual se fue refinando hasta que finalmente comprendí lo que pasaba. Me sentía acompañado y asesorado por alguien a la hora de escribir. La sensación es casi imposible de explicar objetivamente sino a través de tropos vagos. Sentía que alguien estaba en el sillón contiguo a mi mesa de compu y me iba dictando el texto. Una sombra que no era sombra porque no se veía pero que estaba ahí. Alguien o algo que sabía de mis deseos y de mis luchas interiores como escritor. Alguien que ya había entrado en mí y que ayudaba con lo mejor de su propio oficio. Al principio me asusté mucho y decidí dejar el vermut (y otros estimulantes que por ahora no menciono) para ver si eran delirios de alcoholismo, pero a pesar de la mini ley seca que me impuse, el fantasma, la persona, la sombra que dictaba a la hora de escribir nunca faltaba a la cita con este escritor.

Este es el tipo que estaba escribiendo El más violento paraíso en 1996. (Otra diferencia de este individuo es el color oscuro que a veces toman sus párpados. En el cole tuvo que darse de pichazos para imponer la verdad de que no usa maquillaje).

Siendo conocedor de algunos oficios ocultistas, me decidí a "atrapar" aquella presencia. Trabajé intensamente con el tarot en estados de semi embriaguez (mi mejor momento para esos trances) y consulté con profesionales en el campo. Hubo sesiones exploratorias y mucha especulación, pero solo una cosa saqué en claro: yo no era el único escritor que había sentido o "vivido" algo así. Parece que a un buen porcentaje nos pasa y de hecho me encantaría verter aquí una lista de los literatos nacionales que han pasado por tal faena, pero sería un grave error. Los expondría al ridículo costarrisible como ahora mismo me estoy exponiendo a mí mismo. Pero bueno, el fin de esta entrada era hablar de este secreto compartido por tirios y troyanos en el ámbito literario. No sé si se debe a una precaria salud mental de parte de poetas y narradores o en verdad tocamos otros mundos con la sensibilidad y la intuición.

La presencia de que hablo siguió acompañándome durante la escritura de El más violento paraíso, de Canciones a la muerte de los niños y de buena parte de Flautista a las puertas del amanecer. Luego parece haberse ido a partir del 2007. Estuvo conmigo un total de doce años.

Dionisos, mi dios predilecto. Pero no es la presencia que escribe conmigo.

Ya intuyo con mayor precisión qué o quién fue que me ha acompañado todo ese tiempo. Me queda claro que quería compartir su talento con el mío porque le gustaba lo que yo tenía que decir. Y para más señas, esa sombra o persona está en El más violento paraíso. Aparece con nombre y apellido en seis o siete capítulos del libro. Siempre quedaré intensamente agradecido por su aporte.

Ahora bien, puede que simplemente sea locura mía, producto de los psicotrópicos que me han recetado ya casi 20 años o producto incluso de alguna enfermedad mental congénita. Tal vez tiene que ver con la caída que me dí en el María Aguilar (por jugar de Supermán) cuando tenía seis años y me partí la crisma. Podría deberse al tétanos que me quiso entrar en esa ocasión o los tres días que pasé luego en el hospital. Podría deberse a tener amigues y familiares que practican cosas que algunos llaman "magia" o podría ser culpa de esa fúlgida magia negra llamada literatura. Pero cualquiera que sea el caso, hay algo de lo que estoy plenamente seguro: si esa sombra me acompaña algún día de nuevo para escribir otra novela a su gusto, será completamente bienvenida.

Para nada me importa hacer el ridículo si con ello logro escribir bien.

Primera portada de El más violento paraíso, 2001.