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jueves, junio 05, 2008

TE LLEVARÉ EN MIS OJOS (por Adriano Corrales)


Novela de Rodolfo Arias Formoso, Legado/EUNED, 2007.

Por Adriano Corrales Arias, escritro costarricense.


Seguramente porque conocía el anterior, El alfiler y la mariposa, que me parecía extraordinario, el título de ésta novela no termina de cuadrarme. (El autor se vio obligado a cambiarlo porque durante el período de escritura, que fue bastante largo, aparecieron no pocas novelas nacionales con el sustantivo mariposa, o mariposas, en su denominación. ¡Lástima!). En todo caso me resulta un tanto liviano, incluso complaciente (acaso sintomático del final) respecto del exuberante mundo narrado.

Pero ello es una falta menor, si acaso es una falta. O una apreciación latosa de mi parte. Acá lo importante, como dicen los editores, es la tripa. Porque asistimos a una historia de amor que nos remonta a los años 70, pasando por la debacle de los 80 con la contrareforma neoliberal que aún nos asedia y nos agobia. Gonzalo y Lucía son los jóvenes protagonistas de una trama que nos permite adentrarnos en la algarabía de las luchas estudiantiles, en las vicisitudes de la izquierda burocrática y en la movida escena político militar que permitió el triunfo de lo que entonces pensamos sería la revolución popular sandinista en Nicaragua, más tarde el empate bélico en El Salvador y el fin de la lucha revolucionaria en Guatemala, con sus neutralizantes firmas de la paz.

Todo lo anterior desde el mundo colorido y despreocupado de la juventud vallecentrista, especialmente josefina, de clase media o de barrio popular. Costa Rica era entonces un país que recogía los frutos de las reformas sociales de los 40 y del estado benefactor, con condiciones inmejorables respecto de los demás países del área, aunque ya se anunciaban el cáncer de la corrupción y la escalada neoliberal. Sin embargo, la izquierda tradicional se debatía entre la connivencia con ese estado de cosas, o la construcción de una alternativa socialista-comunista que potenciara aquéllas reformas desde una perspectiva popular revolucionaria. Y ese debate, más el inicio de la contrareforma en los 80 con los Planes de ajuste estructural, los famosos PAE, y el país como retaguardia, primero de los sandinistas, luego de la CIA y de la contra, es el marco sociopolítico e ideológico que soporta esa sugestiva, pero no por ello menos paradójica, crónica de amor.

Escrita con la maestría que todos los lectores le reconocemos, Rodolfo Arias logra una narración enjundiosa, polifónica, sugerente. Destacan los diálogos y el manejo de los recovecos lingüísticos que distinguen al tico, sobre todo al de clase media metropolitana, además de una depurada técnica que, a pesar de presentarnos una narración cronológica tradicional, nos sorprende con sus feed backs y los vistazos colaterales de variados encuadres y puntos de vista. Igualmente el trazo y los perfiles conductuales de los personajes son intachables. Hay que agregar, como ventaja comparativa, el profundo conocimiento que el narrador muestra, y demuestra, sobre la vida cotidiana urbana de esa época reciente y de sus variados e intrincados detalles de tramoya, escenográficos, políticos, literarios, artísticos (especialmente musicales) y tecnológicos.

Agreguémosle otros condimentos: el humor refinadamente dosificado; el guiño nostálgico siempre latente; la emoción y la ternura patentes pero graduadas para no caer en el peligroso bache del melodrama; la generosidad y la empatía que suscitan los personajes, especialmente Lucía, Alirio y Mari la Macha; o José Luis, Rodrigo, Carolina, hasta Artemio, el jeep de Gonzalo, que también nos seducen, e incluso el mismo escritor convertido en personaje, Rodolfo; o la energía vital que recorre todas las páginas a manera de un tejido épico romántico, sencillamente el duende de aquéllos años.

El nudo del conflicto argumental que genera la separación de la pareja es la negativa de Gonzalo para irse a combatir a Nicaragua. Lucía se marcha convencida como está, debido a su conciencia de clase largamente acrecentada, no sólo a Nicaragua, sino hasta El Salvador. Y allí, en la montaña, en las trincheras y barricadas, conoce el verdadero amor. Pero regresa años más tarde con su hijo engendrado en las zozobras de la guerra. Gonzalo, consumido por los escrúpulos y la resaca ideológica de su decisión, no cesa de autoengañarse en su nuevo papel de pequeño empresario, es decir, de auténtico yuppie. En otras palabras, la guerra ingresa al confort de una militancia a medias (en el caso de Gonzalo) destruyendo una relación que se había estancado por sutiles contradicciones ideológicas y de procedencia social. Lucía cumple su papel de mujer procedente de los sectores populares y Gonzalo el suyo, el del pequeñoburgués acorralado por sus propios fantasmas.

Pero caen el muro de Berlín y el socialismo real. Y la izquierda prosoviética se divide grotescamente. La también llamada Nueva Izquierda se pierde en un berenjenal político ideológico cuyo alcance aún no termina de digerirse. Muchas y muchos militantes sucumben y se refugian en el alcohol, las drogas, el cinismo o el espanto. Otros buscan salidas urgentes a sus vidas reciclando sus postulados, oficios y profesiones. Algunos se encaraman al carro de los partidos tradicionales; llegan a ser diputados, alcaldes, presidentes de instituciones autónomas, hasta asesores presidenciales. Es el reflujo del movimiento social y político, el momento del consenso, de la reconfiguración.

Por esa razón el final de la novela, al igual que el título, no termina de satisfacerme. Por supuesto, no voy a referirlo para no inducir a los lectores. Solamente debo decir que, desde la verosimilitud histórico-ideológica del contexto argumental y narrativo, la solución final, aunque poética y finamente tratada, me parece forzada. Algo en mi interior se niega a aceptar un final tan elegante, dada la diferencia de caminos frecuentados por los protagonistas. Es posible que me equivoque, pero ese final feliz no cuadra a una narración que se apoya, de muchas maneras, en la historia real, la cual significó un profundo desgarramiento para la mayoría de sus personajes. O tal vez sea el intertexto necesario para suavizar una época que culminó cargada de desencanto y frustración.