Alexánder Obando (por Ev Cash, 2012)
17 AÑOS, CUATRO LIBROS Y UN GRAVE ERROR
En
febrero de 1995 empecé a escribir un cuento llamado Sexo y hamburguesas, donde quedaba patente que los títulos no han
sido nunca mi fuerte. Pero ese cuento fue el inicio de algo muy importante en
mi vida.
Seis
años más tarde, publiqué el cuento dentro de una obra mayor llamada El más violento paraíso. El cuento ya no
se llamaba así, ni tampoco aparecía como cuento sino como el segundo capítulo
de dicha novela. La novela luego pasó varios años más o menos ignorada hasta que
en el 2009 Ediciones Lanzallamas
sacó una segunda edición y todo el asunto tuvo, o más bien tiene, un final
relativamente feliz.
La
segunda novela fue empezada como un ejercicio para distanciar la mente de los
horrores de Gilles de Rais, un lindo personaje a quien le gustaba masturbarse
mientras metía la mano en la pancita de un niño vivo y poco a poco le iba
jalando los intestinos hasta sacárselos. El orgasmo de Rais solía llegar con
los últimos estertores y convulsiones del niño. Obviamente debe ser muy
doloroso que te tiren las entrañas de un jalón mientras aun respirás, ¡eww!,…
pero me había abocado a escribir este
tipo de cosa con todo el realismo posible porque el elemento sadomasoquista
entre Gilles de Rais y el niño víctima debía ser paralelizado entre el escritor
y el lector, (sino, el elemento sadomasoquista del relato no tendría sentido).
Pues
bien, tratando de liberarme de demonios literarios como ese, me entregué a una
nueva experiencia literaria, y así empecé, en 1998, Canciones a la muerte de los niños. Este ha sido el trabajo
literario más ingrato para mí, mucho más que El más violento paraíso. Y se debe al final. Fue muy difícil
encontrar un cierre apropiado, pero después de nueve intentos, es decir, nueve
finales diferentes, descubrí que esta obra terminaba de esa manera escalonada,
y así, escogí los finales más representativos, los incluí como un todo y luego,
después de eso, agregué aun otro final que nada tenía que ver con los
anteriores.
San Francisco en éxtasis, obra de Michelle da Caravaggio. En esta versión de Ev Cash (2012) San Francisco y el ángel de la guarda han mutado en Alexánder Obando y Leonardo Dicaprio, tal cual este último aparecía en la cinta "Eclipse Total" de 1996.
Dado
que los dioses a veces son benévolos pude por fin terminar la novela y
publicarla en 2008 con la Editorial
Costa Rica. Un problema resuelto, pero quedaban tres más sin resolver.
En
2006, mientras me daba de trompadas con Canciones
a la muerte de los niños, tenía otros tres trabajos pendientes: un poemario
iniciado en 1989; una colección de cuentos que venía acumulando desde 1987 y
una tercera novela, con muchos títulos pero que no iba para ninguna parte.
El
poemario lo pude terminar de revisar y publicar, finalmente, en 2010 con Editores Arboleda. El texto, llamado Ángeles para suicidas, ganó el premio
Aquileo J. Echeverría de Poesía de ese mismo año y por fin me pude sentar a
descansar y ver a una criatura mía tomar su propio destino.
El
cuentario va por una ruta semejante. Ahora se llama Teoría del caos y está en prensa con Ediciones Lanzallamas. Si los dioses me siguen siendo propicios,
saldrá para estas próximas saturnales.
Queda
entonces la novela de los mil nombres, aunque no es en realidad muy larga,
¿unas 160 páginas tal vez? La empecé a escribir en 2006 cuando mi madre enfermó
de cáncer y yo estaba casi permanentemente incapacitado por un brutal problema
de salud. Además de eso, tomaba como un beocio en dionisíacas por lo que mi
salud en general no mejoraba.
La
dichosa novela estaría dividida en tres partes; la primera dedicada al
emperador Elagábalo (una obsesión desde que lo descubrí en 1998), el famosísimo
Vlad Țepeș, Dracúlyea
(obsesión de toda una vida) y la reina Juana la Loca (un delirio más reciente).
Pues, bueno, estaban definidos los protagonistas, Elagábalo hizo algunas
apariciones para prensa y publicidad y de repente toda la cosa ─aboslutamente
todo─ se congeló. ¿Qué había pasado?...
Cosas muy difíciles de retomar para mí. En cosa de seis
semanas mi madre enfermó, descubrimos que tenía cáncer y falleció. Seis semanas
entre una salud aparentemente perfecta y una muerte en estado de coma inducido
por los calmantes... Mi mundo, el de mi juventud eternamente irresponsable, se
acabó a mis 48 años. Y de repente, muchas cosas que había considerado firmes en
el tiempo e invaluables en importancia perdieron todo sentido para este
huérfano casi cincuentañero;... en cuenta, mi literatura.
Obando el dionisíaco. (otro trabajo de Ev Cash, 2012).
El 2007 es un año que no existió. Solo recuerdo latas de cerveza por toda la
casa, viajes constantes a consulta médica y una magra pensión por incompetencia
vital consumada. La única luz al final del túnel fue la visita de Juan Murillo
en algún momento de ese año para proponerme la reedición de El más violento paraíso.
El 2008 comenzó igual y terminó peor. Me moría de hambre
por problemas económicos, me asaltaron, me caí y rompí la cara y la escritura
ya había dejado de existir. En algún momento del 2007 escribí el último cuento
de valor y ya nada más. Ese año 2008, sin embargo, tuvo dos puntos importantes
dentro de la fantasmagoría imparable de autoabandono e inercia: dejé de tomar
porque el doctor me avisó que me calculaba unos dos o tres años más de vida
(parece que en el fondo quería volver a escribir) y también abandoné una
relación que ya entraba en los diez años. Mi novio era errático, impredecible y
a veces hasta peligroso. Culpa mía. Siempre me han gustado lo chicos que
caminan por el lado salvaje de la vida. Son un gran estímulo literario... Pero
tuve que dejarlo... el riesgo ya era mucho.
Así entré en el 2009 sin “vicios” y sin
pareja. Mi mejor amigo fue una pared en blanco y un televisor siempre apagado...
y el hambre. Traté de sentarme a trabajar en literatura pero siempre era lento
y doloroso. La situación económica seguía empeorando y me resultó más que
evidente que debía vender la casa familiar. Ya solo importaba comer y seguir adelante.
La
venta de la casa fue lenta, pero avanzó. Me fui a vivir donde unos parientes
mientras terminaba la transacción y empacaba para emigrar, una vez más a los
Estados Unidos. Al llegar el 2010 publiqué el poemario Ángeles para suicidas mientras yo mismo hacía maletas para Los
Ángeles, California.
Los años en que yo no existí. (Fotografía de Guillermo Barquero, 2007 o 2008).
En
junio de 2010 llegué a la otra casa familiar, la de mi hermano en La Mirada, a
unos cuarenta kilómetros de la metrópolis posmoderna. Pensé entonces en la
vibra y la historia de Los Ángeles. Después de todo, me dije, esta fue la ciudad
estadounidense donde vivió o aún vive gente como Alma Mahler, Igor Stravinski,
Jim Morrison, Werner Herzog, Thomas Mann o Harlan Ellison… y donde también
vivieron y murieron otros grandes como Charles Bukowski, Janis Joplin, Heinrich
Mann, Truman Capote, Ray Bradbury o Philip K. Dick. Pero eso no cambió en casi
nada mi bloqueo literario, porque aunque el lugar tiene su gran magia y su
potente vibra artística, mi bloqueo, como casi todo otro bloqueo de escritor,
es un asunto interior, muy personal… triste e ineluctablemente biográfico. Así
pues, seguí produciendo a nivel mínimo: más o menos un cuento por año que
también agregué, cuando la calidad lo permitía, al futuro libro de cuentos que
ahora trabaja Lanzallamas.
Y
sin embargo, parece que las aguas de la obnubilación empiezan a ceder un poco. Los
niveles van bajando y yo me doy cuenta que lo que me amarra al fondo de este
mar oscuro no es la ausencia de mi madre y o el vacío de no tener ya a mi
compañero. Tampoco es el alcohol, quien fue el más fiel de todos mis amigos y
el más exigente de todos mis amantes. Ni son los psicotrópicos que consumo
desde el mentado 1995 para no dejarme ir en las mareas de la noche. No, nada de
eso. Lo que me retenía, y me retiene, soy yo mismo. Quise seguir escribiendo
siendo el mismo Alexánder Obando de siempre; el niño mimado de mami que era
primorosamente aislado de las durezas del mundo para que él pudiera bailarse un
par de valsecitos con Gilles de Rais o Drácula, el Hijo del Dragón. Pero ese
Obando ya murió. Y el nuevo quiere decir algo distinto. Por eso no puedo
retomar la novela de los mil nombres, porque no soy quien la escribió y por eso
(ya) no la entiendo ni tengo idea de qué pueda ser lo que quiere decir.
Ciertamente la voy a rescatar a pedazos, pero contextualizada de manera muy
diferente a lo que ahora parece ser.
Y
aquí me encuentro, 7 de octubre de 2012, y con la cabeza bullendo de ideas. Una
nueva novela, me digo, y me siento a tomar notas como loco. Ya llevo cerca de
diez páginas de ideas y semi propuestas que eventualmente podrían explotar y
convertirse en la tercera novela de mi ciclo dionisíaco. No lo sé… pero podría
ser.
Otra toma en los años finales en Tibás. (Foto de Jorge Vega, 2008 o 2009).
Nombre
de trabajo (que no será el definitivo de la novela): Madre de corazón atómico. Estilo: ciencia ficción sucia. Materiales
de trabajo: he determinado que hay unos 21 libros (más o menos) que debo leer
para acompañar la “aventura” de escribir… (sí, sí… hoy estoy pasado de cursi) con
datos, información y otros ejemplos literarios que me den orientación y
sustento. Ya voy por la mitad de los primeros dos que leo de manera alternada.
Muy interesantes. Tiempo de escritura calculada: dos o tres años. Corrección y
mejoramiento: el resto de la vida.
Algo
me dice que la vida en las afueras de Los Ángeles si podría estar rindiendo sus
frutos. La vida suburbana de los mega centros comerciales, asépticos,
monumentales, vacíos y extraños, junto a los autobuses que pasan una vez cada
hora y parecen venir de ninguna parte y dirigirse a ninguna parte. Las
conversaciones en las mesas adjuntas a la mía en la cafetería. En español
mexicano y salvadoreño, en chino, japonés, coreano y ruso. Los muchachos y
muchachas con todos los colores posibles de piel. Los menús que parecen sacados
de una peli de Buñuel o de Cronenberg. La mega oferta en línea o las librerías
más grandes que Pricemart o Wallmart Costa Rica. Los museos también ingentes
donde podés ver altorrelieves asirios de hace tres mil años o pinturas
japonesas del siglo XVII. Todo esto, conjugado con la demencia mercantil, la
velocidad y la frivolidad, el tremendismo apocalíptico cristiano, el culto
castrense al súper héroe y la manada de porno apenas insinuado en la
publicidad, la tele, las películas, los vampiros y los zombies que hacen todos que
el sur de California se me vuelva una nueva Metrópolis donde la diosa de hierro
ya sustituyó a Venus y a Gaia. Un mundo que pide a gritos que se escriba sobre
él.
Y
eso es lo que los grandes de esta zona han hecho. La ciencia ficción es un
caldo de cultivo natural en estas latitudes.
A
ponerse los guantes de cirugía y a trabajar. A ver qué puede hacer un tico en
medio de tanto fantasma viral.
Porque
lo único que ya no voy a decir es: “no puedo”.
La
Mirada, 7 de octubre de 2012.