Foto publicitaria de la excelente cinta "Atrapado en un cuerpo atrapado".
I. Reconozcamos nuestra condición clínica de autombetas
Este título parafrasea el de doña Irma Prego, "Agonice con elegancia". Y es que dedicarse al autobombo es una suerte de claudicación. Es un estarnos dando cuenta de que el chiquito literario nos está naciendo muerto, y eso causa traumas, angustia, depresión y una súbita oleada de malos olores por toda la casa. Así es que reconozcamos nuestro problema antes de seguir con la "milagrosa terapia de curación".
Si hemos caído en autobombo (conocida técnicamente como autopatía ludes, o autopatía exolúdica) tenemos que reconocer que nos estamos muriendo de algo; de cancer, de envidia, de rencor, de cirrosis, de bazukazos antidemocráticos, de salamancazos, de pobrecito-yo-nadie-me-da-pelota-con-lo-genio-que-soy, de anorexia sexual, de mala calidad, de exceso de clases de cívica, de Negrita tirriosa, de alcoholismo trans-pos-lúdico, etc., etc.
Hay tantas razones para ejercitar el autobombo. Puede ser para caer en la lambisconería del yo, para parecer culto, decente y apropiado o simplemente para acariciarnos partes impúdicas a la sombra de nuestra soledad. Sea cual fuere el motivo (el detonante, dirían los especialistas) es importante que nuestro doloroso desasosiego pase inadvertido: Más aún si somos escritores. Más aún si tenemos una bitácora electrónica. Más aun si ya sabemos que vamos a estar en los partidos tiempos extras y que ni aún así vamos a poder tocar el balón.
Ante semejante orestíada lo mejor es amarrarse bien los coturnos, ceñir la estola o la clámide con pericia alcibiádica (para ambos casos) ponerse la máscara (también para ambos casos) y entrar a escena como Electra electrocutada: The Sequel. Dicho en vallemeseteño, subirse los pantalones hasta estrangularse los huevos y poner cara de "estoy contento".
Ahora procedamos a la enfermedad en sí y disfracémosla. He aquí unos "tips" de nuestra experta Machuco Yamahada, sobre el tema de "Cómo disfrazar nuestro autobombo en un blog".
II. La invención de comentaristas a nuestras entradas
Este es un acto que requiere de delicadeza y mucho puntillismo. Un micro detalle mal puesto y se nos cae la máscara en medio escenario a mitad del tercer acto. Por ejemplo: el nombre/seudónimo elegido. Si ponemos a Belisario Artajerjes Porcial de la Cuesta a comentar, ya eso atraerá sospechas. ¿Qué tico se llama así?... O mejor... ¡¿Qué ser humano se llama así?! Fácil regla de oro para estos casos: entre más polo el nombre, más posibilidades de pasar el infundio inadvertido. Úsese algo como Alexander Obando (sin tildes), o Yéison Rodríguez, Warren Garita, Jennifer Mata, Miléidi ("Milady") Porras, o incluso Oscar (sin tilde) Chinchilla. Y si la cosa es un seudónimo o cuasi anónimo, pues ahí también vale oro la discreción. ¿Para qué señalar nuestras propias flaquezas o desgracias con seudónimos como Pedómano Frustrado, Alérgica al Látex o La Chupeta de Chiquitolina? Mejor un seudónimo discreto que no delate nuestra autopatía ludes como Pedomágico Astral o Mi mamá era la pistola de John Wayne. Algo que provoque la imaginación, pero solo un poquito. No tanto como para que se entre vea nuestro propósito ruin.
Capítulo aparte merece la cronometría. ¡Qué grave error, amigos, meter más de un comentario sospechoso y elogioso en menos de una hora. Supra elogios como "eres lo máximo desde el Big Bang" y "Dios te ha mandado para salvar la literatura de este país" nunca deben aparecer en comentarios de nombres dudosos con menos de varias horas entre una y otra entrada. Sino, nuestra agria careta de superioridad volará con el viento.
Y claro, está el problema de los registros, el historial, los respaldos y las cuentas. Si encontramos el comentario de Pepillo Viñuela en un blog determinado y luego buscamos su estampa por todo internet sin encontrarla, -o peor aún-, descubrimos que es una identidad cibernética creada en Google o cualquier otro apenas cinco minutos antes del comentario, levantaremos una ceja de duda y también un jmmmm sospechoso se nos escapará de la boca.
III La polución de comentaristas y administradores de la bitácora
Aquí entramos en el ámbito del delirio. Un un bloguero que dice "yo soy ejércitos" y luego pone en su blog a muchos heterónimos en ruedas de chistes, comentarios, regaños de mentirillas, burlas, apoyo o desacreditaciones, mensajes, y "chats" prosaicos es, en definitiva, un bloguero bien tostado. Aquí es cuando la autopatía ludes cobra la mayor parte de sus víctimas. Hay blogs donde incluso se afirma que la bitácora está manejada por un consejo editorial... ¡y sus familiares!... Esta suerte de Knesset, de Duma, de House of Lords (and Ladies) es el más claro indicio de que las sirenas de las ambulancias del Psiquiátrico andan en busca de escritores... Es hora de esconder la portátil y meterse debajo de la cama.
IV. Una nota final sobre las calificaciones
Hay quienes quieren hacer un top ten, formar opinión y castigar los desafueros de los malos escritores. Muy bien, pero que se identifiquen. Hasta ahora, los únicos sitios de la red donde la crítica se ha mostrado lúcida y seria ha sido en los espacios que corresponden a una persona (re)conocida. Los demás, repartidores de admoniciones, castigos, chucherías y espejos, como los Rotten Tomatoes de la cinefilia gringa, no hacen más que constituirse en dínamos de vergüenza ajena. El problema de los críticos anónimos no ha sido que no digan lo que en muchos casos es la verdad. El problema es su rampante ingenuidad, su bisoñería y su credulismo básico. Uno de estos blogs propone dar méritos a los escritores en consonancia con el número de premios nacionales que tengan, porque (sic) "no hay otra forma de evaluarlos". Con razonamientos así, me pongo de pie, me voy al sótano y me meto yo mismo a la máquina de auto pateo.
V. Et in excelsis ego
¡Viva el autobombo, chicos! ¡Pero que viva como Ilya Kuryakin: guapo, frío, inteligente y anónimo! Así pues, si don Juan José Vargas puede "curar" homosexuales, nosotros podemos disfrazar los autobombos más feroces en suaves y delicados momentos de talento literario, de verdadero reconocimiento a nuestra obra, de incólume y notable prohombre de la patria, y hasta de presidente inteligente solo porque es mujer.
En el mundo del maquillaje todo es posible. ¡No nos quedemos atrás!
Se puede estar en desacuerdo con otro escritor y se puede problematizar su obra con una crítica contundente, pero de allí al ataque ad hominem, al irrespeto y a la chota, hay un abismo. A don Alberto lo respeto muchísimo como intelectual, es un erudito con una lucidez extraordinaria a su edad, conocedor de la literatura costarricense como pocos, y, a pesar de sus errores y de sus correrías político/ideológicas que, como sabemos, todos cometemos, se le debe reconocer su trabajo como gestor literario y su ayuda desinteresada a muchos jóvenes escritores, por tanto, no deja de ser un maestro, aunque no estemos de acuerdo con su pensamiento, su praxis y su escritura.
Reitero: una cosa es expresar el desacuerdo con una forma de pensamiento, con una obra y un proceder, pero con argumentos y contrapropuestas; otra es aprovechar cualquier ocasión para chotear, envilecer e irrespetar a un anciano de la talla de don Alberto, estemos o no de acuerdo con él.
Los orientales, con su cultura milenaria, al igual que las culturas africanas y las precolombinas americanas, celebran, protegen y reivindican al anciano porque es la sabiduría acumulada de sus pueblos. La cultura occidental, leáse europea/colonial, con su crisis general y la obsolescencia del mercado que se convierte en un cultura para la muerte, los abandona en asilos, calles y hospitales. La soberbia nos hace repetir ese esquema antivejez con una saña que no deseo a quien haya preguntado lo que se preguntó. Quiero decir que, ojalá (¡Oh Alá!) nunca al estimado poeta Alexander Obando ningún joven mesiánico, rabioso y con ínfulas de figurar, le aplique el mismo cuestionario.
Adriano Corrales Arias.
Escritor.