Reseña tomada del BLOG Sentencias Inútiles
por Guillermo Barquero
(Para una reseña comme il faut de esta novela, refiero al blog de Juan Murillo, 100 palabras por minuto. Acá intento solo una aproximación incauta)
Hace unos días, leí una entrevista hecha a Jordi Soler (escritor mexicano-español) y a Clara Sánchez (escritora mexicana); en dicha conversación cara a cara, se hablaba de los criterios de evaluación de las obras literarias, en la actualidad. Los novelistas parecieran estar volviendo, según las palabras de los entrevistados, después de la experimentación necesaria en la segunda mitad del siglo XX (nouveau roman como ejemplo de la ruptura con lo contado), a las historias bien estructuradas y al amor por las formas clásicas. Sin embargo, Soler hacía alusión a algo importantísimo, que Sánchez secundó con gusto: hay historias muy bien contadas, con acabados artesanales perfectos, carentes de “música”, que podríamos traducir como “sin alma”; Sánchez fue especialmente clara al respecto: “detrás de una obra tiene que haber siempre una personalidad fuerte, que es la que sustenta; una personalidad literaria, que es el escritor.
¿Para qué hago una introducción con esto que no suena a reseña de El más violento paraíso? No tengo más respuesta que esta: es necesario. Cuando una novela nos presenta una historia de una sola dimensión, clara, rastreable dentro del universo interno del libro (no importa que se hagan flashbacks y adelantos en el tiempo), se la puede reseñar contando o resumiendo esa historia, para luego intentar aproximarse a los métodos narrativos del autor. Con esta novela de Obando no se puede seguir ese cómodo método que tanto ayuda.
El más violento paraíso podría ser visto, como me comentó alguien, como un cuentario gigante (Sinus Roris, uno de los capítulos de la primera parte, está incluido en una antología de cuentos editada recientemente por Andrómeda), en el que, sin embargo, las pequeñas diversas tramas tienen hilos que las van uniendo conforme pasan las páginas. Bizancio, Constantinopla, Sinus Iridum, San Pedro (con su Calle de la Amargura, su biblioteca Carlos Monge, su antigua Librería Macondo) y otros sitios del pasado, presente y futuro, albergan a toda suerte de personajes reales e imaginarios, todos unidos por el autor, capítulo por capítulo, a través de un denominador común: la deformación moral (claro, en comparación con el poco fiable canon de las “buenas costumbres”). Esto de la deformación es un concepto muy general, que se puede hacer específica mencionando los actos que los personajes realizan: en Sinus Iridum, la base lunar futurista (cuando la vida en la Tierra se hizo insostenible), en la que se escapa de la realidad mediante el sexo, los senso-clubs y el esquifo, una droga alucinatoria y venerada; en Constantinopla (antigua Bizancio), cuando el sultán Mehmet II deja establecido el nacimiento del poderoso Imperio Otomano con una triple decapitación; en San Pedro, cerca de la Calle de la Amargura, cuando los poetas costarricenses (aparecen David Maradiaga, Eunice Odio y versiones de otros escritores, caricaturizados por Obando) se prestan a embarcarse en “La Mariquita” (que les permitirá la huida de esa parcela inhabitable del planeta), y entre ellos hay toda suerte de desavenencias, que terminan en piras, decapitaciones, sangre bebida, un minotauro caminando por las calles y asesinando a quien se le ponga de frente, libros rotos, violentos enfrentamientos entre los poetas jóvenes y las “vacas sagradas”; en la historia del Necronomicón, el libro sagrado de los Primordiales (seres desterrados del mundo), desde su escritura por Abdul Al-Jazred, hasta su pérdida por el mariscal Gilles de Rais (compañero de armas de Juana de Arco), que compensa convirtiéndose en un “ilustre” y sanguinario infanticida, que disfruta con sus amigos nobles de carnicerías y fiestas necrofílicas; en la vida de Dionisio y el origen del culto báquico-dionisíaco, desde el nacimiento del dios (Zeus y Semele sus padres) hasta su ascenso a los cielos, pasando por todos los elementos tan caros a las grandes mitologías: traición, asesinato, odio, rebeldía, desmembramientos, pedofagia y demás avatares en la vida del Dios del Vino.
El método para amalgamar (a medias, claro está) todos estos trozos de épocas históricas y proyectadas, es ir dando pequeñas dosis de cada una de estas realidades a lo largo de los 65 capítulos, divididos en tres partes. Un poco del mito dionisíaco, seguido de la pavorosa vida en Sinus Iridum, en la que se espera el inevitable choque de la Luna contra la Tierra; más adelante, los trabajos y los días de Gilles de Rais. Luego, un poco más de Dionisos y su resurrección, una pizca de vida futurista, un tanto del sanguinario mariscal francés. Y así por el estilo, en lo que, con el paso de las páginas, va configurando el universo interno de lo que se puede decir con una palabra: abyección.
Obando echa mano a todos los registros que le sirvan para armar esto que no es una historia ni un anecdotario común y corriente: descripciones clásicas, casi académicas de Bizancio-Constantinopla; los recovecos de la literatura de terror para la vida de Gilles de Rai; neologismos y nombres absurdos dentro del mundo lunar de Sinus Iridum, que a veces se convierte en un entramado insoportable de alucinaciones al mejor-peor estilo de Naked lunch, del sobrevalorado Borroughs; argot tico en su máxima expresión para la huida de ese muelle diabólico, atestado de poetas, que es San Pedro.
El más violento paraíso es todo menos una novela perfecta o notablemente bien escrita. Claro, es de destacar que a veces está deliberadamente mal escrita, o que luce torpezas que se nota son adrede, y a veces en ella Obando hace gala de un lenguaje y un cuidado que se agradece en su prosa. Tiende a abusar del lenguaje vernáculo en partes en las que no calza (pachucones en un Sinus Iridum cuyos personajes a leguas no son ticos), tiene grandes huecos narrativos, cuando Obando inserta fragmentos que solamente parecen tener el propósito de hacer el volumen más grueso o, por qué no, el de eternizar las pedantes palabras de Juan Goytisolo: Dar algo consabido y previsible es tratar al lector con desprecio. La literatura difícil es la muestra de respeto a un público inteligente.
En resumen, tiene de todo, abarca todo (historia, mito, proyección, abandono), se regodea en todos los excesos y, como tiene que ser, deja toda suerte de sensaciones en el lector. Eso solo lo hace un escritor que se proyecta en el texto, que se desparrama sobre éste. Tenía razón Clara Sánchez: El más violento paraíso es la fuerza de Alexánder Obando o, como a él le gustaría más, la sangre de Alexánder Obando.
Pero, si después de todo, alguien anda buscando un “resumen ejecutivo” del libro, quizá se lo pueda dar con la descripción de Dionisos, de una de las Iluminaciones, que bien puede servir para caracterizar a Obando, que es el trasunto de su obra: es el señor de las paradojas, de todas las locuras y violencias que acompañan la noche de los hombres.
por Guillermo Barquero
(Para una reseña comme il faut de esta novela, refiero al blog de Juan Murillo, 100 palabras por minuto. Acá intento solo una aproximación incauta)
Hace unos días, leí una entrevista hecha a Jordi Soler (escritor mexicano-español) y a Clara Sánchez (escritora mexicana); en dicha conversación cara a cara, se hablaba de los criterios de evaluación de las obras literarias, en la actualidad. Los novelistas parecieran estar volviendo, según las palabras de los entrevistados, después de la experimentación necesaria en la segunda mitad del siglo XX (nouveau roman como ejemplo de la ruptura con lo contado), a las historias bien estructuradas y al amor por las formas clásicas. Sin embargo, Soler hacía alusión a algo importantísimo, que Sánchez secundó con gusto: hay historias muy bien contadas, con acabados artesanales perfectos, carentes de “música”, que podríamos traducir como “sin alma”; Sánchez fue especialmente clara al respecto: “detrás de una obra tiene que haber siempre una personalidad fuerte, que es la que sustenta; una personalidad literaria, que es el escritor.
¿Para qué hago una introducción con esto que no suena a reseña de El más violento paraíso? No tengo más respuesta que esta: es necesario. Cuando una novela nos presenta una historia de una sola dimensión, clara, rastreable dentro del universo interno del libro (no importa que se hagan flashbacks y adelantos en el tiempo), se la puede reseñar contando o resumiendo esa historia, para luego intentar aproximarse a los métodos narrativos del autor. Con esta novela de Obando no se puede seguir ese cómodo método que tanto ayuda.
El más violento paraíso podría ser visto, como me comentó alguien, como un cuentario gigante (Sinus Roris, uno de los capítulos de la primera parte, está incluido en una antología de cuentos editada recientemente por Andrómeda), en el que, sin embargo, las pequeñas diversas tramas tienen hilos que las van uniendo conforme pasan las páginas. Bizancio, Constantinopla, Sinus Iridum, San Pedro (con su Calle de la Amargura, su biblioteca Carlos Monge, su antigua Librería Macondo) y otros sitios del pasado, presente y futuro, albergan a toda suerte de personajes reales e imaginarios, todos unidos por el autor, capítulo por capítulo, a través de un denominador común: la deformación moral (claro, en comparación con el poco fiable canon de las “buenas costumbres”). Esto de la deformación es un concepto muy general, que se puede hacer específica mencionando los actos que los personajes realizan: en Sinus Iridum, la base lunar futurista (cuando la vida en la Tierra se hizo insostenible), en la que se escapa de la realidad mediante el sexo, los senso-clubs y el esquifo, una droga alucinatoria y venerada; en Constantinopla (antigua Bizancio), cuando el sultán Mehmet II deja establecido el nacimiento del poderoso Imperio Otomano con una triple decapitación; en San Pedro, cerca de la Calle de la Amargura, cuando los poetas costarricenses (aparecen David Maradiaga, Eunice Odio y versiones de otros escritores, caricaturizados por Obando) se prestan a embarcarse en “La Mariquita” (que les permitirá la huida de esa parcela inhabitable del planeta), y entre ellos hay toda suerte de desavenencias, que terminan en piras, decapitaciones, sangre bebida, un minotauro caminando por las calles y asesinando a quien se le ponga de frente, libros rotos, violentos enfrentamientos entre los poetas jóvenes y las “vacas sagradas”; en la historia del Necronomicón, el libro sagrado de los Primordiales (seres desterrados del mundo), desde su escritura por Abdul Al-Jazred, hasta su pérdida por el mariscal Gilles de Rais (compañero de armas de Juana de Arco), que compensa convirtiéndose en un “ilustre” y sanguinario infanticida, que disfruta con sus amigos nobles de carnicerías y fiestas necrofílicas; en la vida de Dionisio y el origen del culto báquico-dionisíaco, desde el nacimiento del dios (Zeus y Semele sus padres) hasta su ascenso a los cielos, pasando por todos los elementos tan caros a las grandes mitologías: traición, asesinato, odio, rebeldía, desmembramientos, pedofagia y demás avatares en la vida del Dios del Vino.
El método para amalgamar (a medias, claro está) todos estos trozos de épocas históricas y proyectadas, es ir dando pequeñas dosis de cada una de estas realidades a lo largo de los 65 capítulos, divididos en tres partes. Un poco del mito dionisíaco, seguido de la pavorosa vida en Sinus Iridum, en la que se espera el inevitable choque de la Luna contra la Tierra; más adelante, los trabajos y los días de Gilles de Rais. Luego, un poco más de Dionisos y su resurrección, una pizca de vida futurista, un tanto del sanguinario mariscal francés. Y así por el estilo, en lo que, con el paso de las páginas, va configurando el universo interno de lo que se puede decir con una palabra: abyección.
Obando echa mano a todos los registros que le sirvan para armar esto que no es una historia ni un anecdotario común y corriente: descripciones clásicas, casi académicas de Bizancio-Constantinopla; los recovecos de la literatura de terror para la vida de Gilles de Rai; neologismos y nombres absurdos dentro del mundo lunar de Sinus Iridum, que a veces se convierte en un entramado insoportable de alucinaciones al mejor-peor estilo de Naked lunch, del sobrevalorado Borroughs; argot tico en su máxima expresión para la huida de ese muelle diabólico, atestado de poetas, que es San Pedro.
El más violento paraíso es todo menos una novela perfecta o notablemente bien escrita. Claro, es de destacar que a veces está deliberadamente mal escrita, o que luce torpezas que se nota son adrede, y a veces en ella Obando hace gala de un lenguaje y un cuidado que se agradece en su prosa. Tiende a abusar del lenguaje vernáculo en partes en las que no calza (pachucones en un Sinus Iridum cuyos personajes a leguas no son ticos), tiene grandes huecos narrativos, cuando Obando inserta fragmentos que solamente parecen tener el propósito de hacer el volumen más grueso o, por qué no, el de eternizar las pedantes palabras de Juan Goytisolo: Dar algo consabido y previsible es tratar al lector con desprecio. La literatura difícil es la muestra de respeto a un público inteligente.
En resumen, tiene de todo, abarca todo (historia, mito, proyección, abandono), se regodea en todos los excesos y, como tiene que ser, deja toda suerte de sensaciones en el lector. Eso solo lo hace un escritor que se proyecta en el texto, que se desparrama sobre éste. Tenía razón Clara Sánchez: El más violento paraíso es la fuerza de Alexánder Obando o, como a él le gustaría más, la sangre de Alexánder Obando.
Pero, si después de todo, alguien anda buscando un “resumen ejecutivo” del libro, quizá se lo pueda dar con la descripción de Dionisos, de una de las Iluminaciones, que bien puede servir para caracterizar a Obando, que es el trasunto de su obra: es el señor de las paradojas, de todas las locuras y violencias que acompañan la noche de los hombres.
1 comentario:
Álex, el saqueo intelectual no existe, solo las variantes infinitas de la identificación intelectual. Todo es (o debería ser) dominio público. Saludos.
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