Gandalf y Saruman, perosnajes de Tolkien. El anciano bueno y el anciano mnalo, según los arquetipos tradicionales.
Que para mí la literatura, o más bien, los libros y escribir, cumplieron con todo lo que a otros daba dios: consuelo, esperanza, castigo y una forma —no mejor ni peor— de tratar de explicarme qué mierda era la vida.
Felipre Granados
La mayor parte de mi vida adulta me la he pasado venerando a dos ancianos y a un adolescente. Esto no es extraño si también les cuento que al igual que Felipe Granados (q.d.e.p.), y tras una búsqueda incesante que me llevó años, finalmente arribé a la literatura como mi forma personal de religión. No digo esto a la ligera, como también soy consciente de todo lo que eso puede conllevar. Sé que Dionisos no existe como sé que Jehová o Yahvé tampoco existe. Pero ejerzo mi derecho a darle sentido a un mundo sin sentido a través de mis propias preferencias; en este caso, preferencias artísticas. Efectivamente, el universo solo tiene sentido para mí de manera estética, y el meollo, el corazón y centro de la creatividad humana está en su lenguaje, y por consiguiente en su literatura. Ese es dios para mí, aunque suene a pos-entelequia u otra opción aún más solipsista.
William Burroughs, ya en su tercera edad.
Dicho esto, les presento a mi santísima trinidad (en minúsculas porque a cada rato abarca a más autores): William Burroughs, Konstandinos Kavafis y Arthur Rimbaud. También podemos incluir a Beckett, Yourrcenar y Arenas, prueba de que la edad o el sexo de los autores no es de mayor importancia. Por eso me resulta ridículo cuando alguien insinúa por ahí que soy anti-ancianos u opresor de gente mayor.
Kavafis, también en sus años postreros.
A nivel nacional ha habido algunos ancianos de grata memoria debido a su labor como intelectuales y/o escritores en nuestro medio. Solo podría negar la importancia de Hilda Chen Apuy quien no conozca algo de la historia y evolución de los estudios orientalistas en Costa Rica. De nuevo, solo desconociendo la historiografía del arte costarricense podríase pasar por alto una figura como la de Luis Ferrero o la de Calufa y Gutiérrez si ya vamos a hablar del grandes novelas en nuestreo país. Mamita Yunai, Marcos Ramírez, Puerto Limón, Murámonos, Federico o La hoja de aire son todas prueba de gran maestría literaria, cuando menos a nivel local.
Rimbaud; el adolescente que nunca creció físicamente, aunque su estatura literaria sea la de un titán.
El proyecto cultural (literario) del Partido Liberación Nacional se agotó en los años setenta. Sus exponentes más notorios como Carmen Naranjo, Julieta Pinto, Alberto Cañas, Samuel Rovinski y Daniel Gallegos (entre otros) ya estaban criticando el statu quo que empezaba a hacer agua por diversos lados. Cañas, ha sido el escritor costarricense que más involucramiento político ha logrado en los años posteriores al 48. Fue mienbro de la Junta Fundadora de la Segunda República, vicemimistro, ministro, diputado y embajador por el PLN, copando casi todos los rangos políticos de importancia en Costa Rica exceptuando la misma la presidencia de la república. Pertenece además a una de las familias más antiguas y adineradas del país.
La diferencia entre Cañas y los autores mencionados en el párrafo anterior se puede resumir en lo siguiente: don Beto es el mayor de todos, por tanto el más longevo. Ha tenido más participación política y ha trabajado muchos años con las estructuras de poder que en nuestro país se encargan de producir y divulgar literatura; la Editorial Costa Rica, La Asociación de Autores, el Ministerio de Cultura, la academia, etc., etc., por lo que su obra ha tenido una gran oportunidad de divulgación. También podemos agregar que está mejor de salud que doña Carmen Naranjo o doña Julieta Pinto, por lo que es más activo y más conspicuo en el medio nacional. Su carácter fuerte e impositivo también es harto difícil de ignorar.
Saruman consultando a su amo.
Lo que sí es evidente es que el señor Cañas no tiene los méritos literarios para ser considerado un gran prócer en esa rama. Por experimentación y novedad ha aportado mucho más Carmen Naranjo. Y si de divulgación se trata entonces el cetro recae en José León Sánchez. Además, la obra de Cañas, vasta como es, nunca ha salido de la medianía, mientras que Diario de una multitud, Tenochtitlán y La isla de los hombres solos son verdaderos aportes a la literatura de esta país.
Doña Carmen, la gran escritora que nunca entendí de adolescente. Más adelante su literatura fue un gran manjar literario.
Por otro lado, hay quien afirmó en Facebook que don Alberto Cañas es una "institución filosófica" en Costa Rica. Posiblemente eso sea cierto, si es que lo medimos con la misma vara con la que algunos declaran al Sr. Carlos Morales "un gran novelista". ¿Y qué pasó con Teodoro Olarte o con Constantino Láscaris? Facebook no sabe; Facebook lo ignora; Facebook no responde.
Don Quincho daba unos cursos llamados "Teoría y Práctica de la Creación Literaria I, II y III". Sus alumnos los llamábamos "Anecdotarios I, II y III". Nunca nos mofamos de alguien con tanto cariño, con tanto respeto y admiración como cuando asistíamos a los "anecdotarios" de don Quincho.
En conclusión, el señor Cañas tiene derecho a sus quince minutos de fama con respecto a su quehacer profesional, pero no menos que doña Carmen, Don Quincho o don Daniel Gallegos. Lo demás no es más que fanafarronería política victimizando a la flaca memoria de los costarricenses.
Y si quieren saber a quiénes rescataría yo de entre los autores de ese período. Pues ya lo hice; está en los capítulos titulados Nosostros los muertos, en El más violento paraíso.
Se puede estar en desacuerdo con otro escritor y se puede problematizar su obra con una crítica contundente, pero de allí al ataque ad hominem, al irrespeto y a la chota, hay un abismo. A don Alberto lo respeto muchísimo como intelectual, es un erudito con una lucidez extraordinaria a su edad, conocedor de la literatura costarricense como pocos, y, a pesar de sus errores y de sus correrías político/ideológicas que, como sabemos, todos cometemos, se le debe reconocer su trabajo como gestor literario y su ayuda desinteresada a muchos jóvenes escritores, por tanto, no deja de ser un maestro, aunque no estemos de acuerdo con su pensamiento, su praxis y su escritura.
Reitero: una cosa es expresar el desacuerdo con una forma de pensamiento, con una obra y un proceder, pero con argumentos y contrapropuestas; otra es aprovechar cualquier ocasión para chotear, envilecer e irrespetar a un anciano de la talla de don Alberto, estemos o no de acuerdo con él.
Los orientales, con su cultura milenaria, al igual que las culturas africanas y las precolombinas americanas, celebran, protegen y reivindican al anciano porque es la sabiduría acumulada de sus pueblos. La cultura occidental, leáse europea/colonial, con su crisis general y la obsolescencia del mercado que se convierte en un cultura para la muerte, los abandona en asilos, calles y hospitales. La soberbia nos hace repetir ese esquema antivejez con una saña que no deseo a quien haya preguntado lo que se preguntó. Quiero decir que, ojalá (¡Oh Alá!) nunca al estimado poeta Alexander Obando ningún joven mesiánico, rabioso y con ínfulas de figurar, le aplique el mismo cuestionario.
Adriano Corrales Arias.
Escritor.