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martes, julio 26, 2011

VINO LA MUERTE Y YO ACCIDENTALMENTE DEJÉ ESTOS POEMAS


Desde el año 1995 tomo medicamentos extraños recomendados por mis médicos. A veces pierdo el hilo de los eventos y de repente me enuentro más atrás o más adelante. A veces despierto en lugares extraños con un extraño al lado (I wish!). A veces, simplemente, olvido un generoso comentario sobre algo que yo he escrito. Este es uno de esos casos: G. A. Chaves hace un comentario sobre mi poemario Ángeles para suicidas en su blog Café Verlaine. Luego yo lo leo, lo agradezco y el medicamento, o las circunstancias, me hacen olvidarlo por un tiempo.

Aquí trato, entonces, de obviar ese impasse de olvido y lo cuelgo como si se hubiera dicho ayer.

Gracias, Tavo.


VENDRÁ LA MUERTE Y DEJARÁ ESTOS POEMAS

NOTA BENE: Esta reseña fue escrita en julio del 2010 e iba a aparecer originalmente en un dossier dedicado a la obra de Alexánder Obando en la revista Pezón. Por algunas circunstancias ese número no pudo salir, y decidí sacar la reseña por mi cuenta tras haber acordado con Juan Hernández (editor de Pezón) que escribiría algo más fresco para su revista cuando se diera la ocasión. El pasado lunes por la mañana publiqué este texto aquí en Café Verlaine y hasta puse un anuncio en Facebook. Justo después de hacer esto último me di cuenta de que Alexánder Obando había escrito algo en su blog esa misma mañana sobre mi libro Vida ajena, y entonces todo pareció ridículamente orquestado y bombeta. El pudor me obligó a sacar este texto de circulación. Esta mañana, sin embargo, el Ministerio de Cultura anunció la concesión del Premio Nacional de Poesía Aquileo J. Echeverría a Ángeles para suicidas, el poemario de Alexánder Obando que esta entrada reseña. Es una noticia que me alegra mucho porque, además de reconocer en concreto el trabajo poético de Obando, este premio simboliza un acto de justicia elemental hacia uno de los referentes más importantes de la literatura costarricense contemporánea. Y el Premio Aquileo J. Echeverría, famoso por sus criterios antojadizos y su defensa acérrima de un estereotipo (que no una idea) de lo que es la poesía, ha dado un paso importantísimo para recuperar su honor al poner su nombre al lado del de Alexánder Obando. Digámoslo nosotros para evitarle a Obando la altanería: si alguien ha ganado hoy un premio, ese alguien es el Ministerio de Cultura al reconocer la obra literaria de Obando. Obando, si acaso, se ha ganado una plata. Y ahora todo, incluyendo mi propio rubor por la coincidencia de reseñas entre Obando y yo esta semana, pasa a un muy tercer o cuarto plano. Así las cosas: ¡Felicidades, Álex! Y felicidades para todos nosotros, porque ya se van abriendo las compuertas...

La fama de Alexánder Obando como poeta es antigua y precede a la de novelista. Algunos poemas suyos desperdigados aquí y allá, y un legendario libro premiado y nunca publicado, Hotel de puertas amarillas, habían convertido esa fama en una especie de leyenda. Y luego el éxito de sus titánicas novelas terminó por opacar de algún modo la existencia de su faceta poética, hasta que el año pasado Arboleda Ediciones publicó Ángeles para suicidas.

En su prólogo al libro, Mauricio Molina considera “vergonzosa” la espera que han tenido que sufrir los poemas de Obando para ser editados. Pero yo no estoy tan seguro de que este atraso amerite lamentos. A fin de cuentas, el único que sufrió fue Obando, quien tuvo que esperar más años de la cuenta para “graduarse” como escritor con un libro publicado.

Pero eso son vanidades personales que en nada afectan al mundo. La larga destilación de estos poemas ha beneficiado a Obando como autor, a su libro como proyecto, y a nosotros como lectores.

No creo apresurarme al decir que el tono de Ángeles para suicidas es elegíaco desde su título. Se trata de una crónica póstuma. Todo lo que toca el lápiz poético de Obando se convierte en pasado, en memoria. Obando escribe en y para el después con una brújula sentimental bien calibrada. Sus poemas son “un baile deshaciendo los pasos hechos; / una forma de viajar hacia atrás”, como dice en el poema “Contradanza”. Por eso, el accidente editorial de que estos poemas lleguen a nosotros con tanto atraso sólo los hace más urgentes, más sugestivos y más memorables.

Ángeles para suicidas es un libro religioso. Estoy consciente, por supuesto, de que esta afirmación parece una afrenta. Pero “religión” es pariente del latinajo religare (volver a atar; ceñir más estrechamente), y si hay un método, un orden o un sentido en la escritura de Alexánder Obando, lo mismo en sus novelas que en su poesía, tiene que ser el de la conexión; o, aún mejor, la vinculación. Las cosas, en el pensamiento religioso, tienen que ver unas con otras, se provocan y se afectan, se anuncian. A eso aludía Eliot cuando llamó “mítico” al método de escritura del Ulises de Joyce. En Joyce se trata de sentidos paralelos entre el pasado y el presente. En Ángeles para suicidas, se trata también de paralelos entre lenguas y voces, y sobre todo entre presencias y ausencias:
Y así las noches,
bajo las palmeras en el parque
de Heredia, nos hacían pensar
en Colombia y su gente,
en la ciudad de Cartagena
con sus trescientos años de fortificaciones.
Nos hubiera gustado caminar por sus calles
de balcones y plazas,
imaginando tal vez
               como sería
la ciudad de Heredia
               / y sus noches
                    / y palmeras.

En alguna página de El más violento paraíso se lee: “Evans de repente sintió una extraña nostalgia. Se miró de pie junto a sus tablillas y se imaginó ser parte de una raza gris que de ver tanto, había perdido la capacidad de ver, de asombrarse ante lo religioso de la vida. Pero este fue un pensamiento en medio de la incipiente confusión.” Uno termina de leer los poemas de Ángeles para suicidas asumiendo como propias esas palabras.

La religión es la más antigua y persistente forma de pensamiento en medio de la incipiente confusión del mundo. Lo que ha hecho Alexánder Obando en Ángeles para suicidas es religar, volver a atar, las confusas nostalgias de muchos años, y les ha dado orden con la música de muchas épocas, la poesía de mucho siglos, la perspectiva de muchas edades, las sensaciones de muchos días. Da la impresión de que Obando escribió estos textos como una banda sonora de su vida; pero fue el Tiempo en que no los tuvimos el que los convirtió en poemas.

No tiene sentido preguntar si Alexánder Obando es un novelista que escribe poemas o un poeta que escribe novelas, porque al fin y al cabo siempre tendremos que lidiar solos con sus novelas tan evocadoras como poemas y con sus poemas tan narrativos como novelas. El poema “Cartagena con retrato”, del cual ya cité arriba los versos finales, es una novela en dos páginas, igual que aquel otro de Jaime Gil de Biedma, en quien mucho pensé al leer Ángeles para suicidas, llamado “La novela de un joven pobre”.

El sentido de cualquier vinculación, de cualquier método mítico, es rebasar los límites de la forma, ir más allá de lo que se es para intentar al menos vislumbrar lo que se puede ser. Y esa aspiración, tan presente en Ángeles para suicidas, es esencialmente religiosa. En términos más humanos, la vinculación a la que aspira Obando es su ética de la amistad. ¿A qué si no tantos poemas sobre amantes, sobre amigos, sobre personajes reales o inventados, sobre poetas y artistas siempre a flor de boca porque a veces son el único remedio para días solos? “Vivir solo”, por mucho uno de los poemas más conmovedores de toda la literatura de por aquí, es el que mejor expresa esta necesidad y anhelo de comunión (otra linda palabra manchada de religión):
Vivir solo es pues,
pasarse las noches
miserablemente agarrado a las barras
de este zepelín silencioso,
esperando distinguir algún conocido
entre esa masa que ya no se acuerda
de vos.
Los primeros poemas del libro son bastante descriptivos. No tanto narrativos, como lo son algunos que aparecen luego. Más bien, se trata de ejercicios imagenistas; momentos de los cuales sólo unas breves imágenes perduran. Es muy poco lo que sucede en estos poemas. Más bien, todo queda en imágenes-sensaciones: “un cielo tocable y manoseado”, “piernas, llenas de arena”, “La luz de las 5 y media / desvanece la calle”, “custodiado (…) / por las suaves caricias de los gatos”. Sin embargo, la sensación más abarcadora de los poemas iniciales de Ángeles para suicidas es la transitoriedad. Todo se siente pasajero o detenido en un tiempo caduco. También en las secciones “Amantes famosos” y “Amantes famosas” hay una fuerte sensación a juventud que se agota, lo cual, insisto, le da al libro un profundo tono elegíaco.

Pero no es sino hasta que llegamos a los dos poemas de la sección “Las ciudades invisibles” que percibimos lamentaciones como las que, a pesar de lo elegíaco, están rampantemente ausentes en los poemas anteriores. Hasta ese punto, la nostalgia es una reacción posible ante el libro, pero puede más la calma que el tiempo le añade a lo escrito. Uno no puede leer estos poemas iniciales del tiempo perdido y la piel gastada sin admitir cierto placer por el hecho mismo de que estas cosas hayan pasado, tanto en sentido cronológico como en sentido existencial. Hay adioses, sí; pero no lamentos. Hasta ese momento, los poemas de Alexánder Obando son elegías truncadas por el hecho feliz de que seguimos vivos.

Con todo, también hay en Ángeles para suicidas una nocturnidad agobiante. No todo es carpe diem. También hay que sobrevivir a las noches. Dice Obando que él está familiarizado con la noche, y poemas como “Los Ángeles” (“Así es como termina el mundo / no con un grito / sino un lamento.”) dan cuenta de ello. El cambio de tono se consolida con la sección “El mar llamado Solaris” (“La gente no se muere. El sol, lentamente, los va desmoronando.”). Para cuando llegamos a la sección “Alucinar en lenguas”, ya hemos pasado por tal despedazamiento verbal (el poema “Solaris”) que estamos listos, formalmente hablando, para lo que sea. Y lo que viene es más bien la restitución del tono entrañable de los poemas iniciales del libro, esta vez en español, inglés e italiano.

Dentro de esta estrategia de vinculación que he tratado de describir, los poemas en inglés de Obando son un momento de breve dispersión o de elevación desde el cual se contempla el camino andado. El más significativo de estos poemas, “Caliban’s Lot”, termina así: “The answer lies in a book of blank verse (…) / One that can only offer the clarity and vision / Of a severed head, / As it may construct the skies around its aging eyes.” (La respuesta está en un libro en verso blanco (…) / Que sólo ofrece la claridad y visión / De una cabeza cortada, / Que pudiera construir los cielos alrededor de sus ojos que envejecen.)

Creo que esta imagen de los ojos que envejecen mientras construyen el cielo a su alrededor es la imagen central de Ángeles para suicidas. Páginas después de este poema aprendemos que morir es dejar de ver, al menos con los ojos con los que hemos vivido: Verrà la morte e avrà i tuoi occhi. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

Todo esto da la impresión de una orquestación muy calculada. De hecho, Ángeles para suicidas termina con poemas musicales, incluso uno que es una letanía. Un responso, una kaddish por nosotros y nuestros delirios. Vinculación, orquestación o, como diría Italo Calvino, multiplicidad. Lo cierto es que es una suerte que estos poemas hayan aparecido tan tarde. Es más, vale la pena leerlos una vez y guardarlos bien para más luego. Siempre se corre el riesgo, con estos poemas angélicos, de estar nosotros demasiado vivos para entender sus suicidios entrañables.

Heredia. Julio del 2010 a enero del 2011.

Foto del autor: Guillermo Barquero. Ediciones Lanzallamas.

2 comentarios:

Luis Chaves dijo...

reseña y media papá! saludos desde zapote

Alexánder Obando dijo...

Luis, lo que me alegra más de la reseña de G. A. es que aunque solo vos has coemntado directamente en el blog, la página tuvo más de 200 visitas en las primeras 24 horas. Eso me alegra no solo por mí mismo sino también por G.A. Chaves, cuyo trabajo crítico merece mucha difusión.