Ecco la befana!
El pincel baja tenuemente por el muslo como si lo estuviera acariciando en lugar de pintarlo. Cecco no se mueve de su asiento aunque hace buen rato que está incómodo: el frío de la noche lo va congelando y se siente a punto de caer sobre los utensilios esparcidos a sus pies. Michelle no dice nada. Solo se queda viendo la piel del muchacho y poco a poco la sigue acariciando sobre el lienzo tratado primorosamente con aceite de lino.
Afuera, la oscuridad serpentea enrollándose en los solitarios mármoles de Sant Angelo y el Panteón; mientras que adentro, los tersos pelillos de los muslos de Cecco vibran atentos a la menor corriente. Todo el muchacho está hecho una piel de gallina pero teme decírselo a su amo. Ahora que maese Caravaggio pinta con absoluto delirio no hay nada que lo detenga: ni los lobos que rondan con su hambre perpetua, ni los pequeños hijos de la polis que siguen escarbando en las callejuelas. Por eso hay varios de ellos durmiendo apiñados en un rincón; porque los golfillos de la ciudad saben que el maestro no los va a dejar a la intemperie en noches de frío. Uno se rasca un cachete en tanto que otro sueña con frutos alucinantes, pero ya todos han comido algo y duermen cerca del horno.
Sin embargo, la hora del santuario ha terminado. El maestro está pintando desde las ocho de la noche y nada lo detendrá hasta que vea el amanecer.
Cecco finge una y mil sonrisas para tratar de olvidar el armazón de plumas que tiene en la espalda desde hace rato. Cambia un poco el tono de la sonrisa para que los músculos de la boca no se le entumezcan en una mueca de frío, pero el maestro, atento al más mínimo detalle, lo nota.
―No, no, Cecco. Voglio lo stesso risolino.
El niño vuelve entonces al gesto anterior.
―Ecco! Non ti muovi!
Y sigue pintando con el mismo delirio de sus noches de embriaguez.
Ya quedaron atrás los años en que el mismo pintor, adolescente, dormía con monjes y comerciantes para luego comprar vino, brochas y pigmentos. Atrás las noches de frío en que él mismo posaba casi desnudo ante un espejo para lograr la presencia de un ángel, acaso un poco famélico, pero una criatura de Dios, al fin y al cabo. Atrás también los años de robos y asaltos a los viajeros para luego irse de juerga con Mario y Ranuccio, sus amigos de taberna y prostitución. Ya no era necesario robar, pues al amparo de ciertos cardenales aquí en Roma, su situación económica era bastante buena.
Ahora solo le quedaban las pasiones de Baco muy adentro en el alma, y Cecco era una de ellas. El chiquillo había tocado su puerta unos años atrás, vestido en andrajos y casi muerto del hambre. Su misma familia lo había enviado para que probara suerte con “il maestro”, pues otros igualmente lo habían hecho, y, en definitiva, no les fue mal. Ahora, los años mostraban su magia: esta noche Cecco era un hermoso “Amore Vincitore” blandiendo las flechas de su triunfo, su tirso, sobre los mortales de la tierra. Toda la Roma papal sabía aquello. No había secreto en que era un niño deslumbrante quien dormía en el lecho del Caravaggio. El chisme corría de salón en salón y de capilla en capilla, pero la ciudad entera estaba dispuesta a ignorar los perfumes de Sodoma, siempre y cuando el Caravaggio compartiera su “angelito” con los demás cardenales.
Y esto se hace ahora por medio de la pintura. El cardenal Del Monte espera impaciente a que su comisión esté concluida. Para tal efecto, ha hecho instalar un marco y una cortina verde especial en su galería privada. El “Amore Vincitore” estará la mayor parte del tiempo cubierto, pues se sabe que va a ser de tal majestuosidad su ejecución que deslucirá a las demás joyas del palacio.
Sin embargo, en este momento, el viento de la noche no se detiene en las calles y apaga, una a una, las efímeras fogatas de la guardia romana. El cardenal siente miedo y llama a su ayuda de cámara para que le vuelva a encender las velas.
Michelle de Caravaggio también se siente de pronto muy cansado. Se lleva la mano a los ojos y los cierra un instante. Lo único que se escucha en la madrugada es el aullido casi animal del viento y el suave respirar de los muchachos dormidos junto al horno. El maestro baja entonces su pincel y lo deja sobre la palestra. Cecco sigue sin mover el cuerpo pero inclina levemente la cabeza hacia un lado. Sabe que su amo viene hacia él para cambiarle la pose... y en la oscuridad, ... las aguas del Tíber, más negras aún que la misma noche, continúan serpenteando por la legendaria Ciudad de Dios.
El cardenal tendrá que arreglárselas con su exaltada impaciencia. Habrá de esperar a su ansiado angelito todavía una semana más.
(Tomado de "Ela más violento paraíso", Ediciones Perro Azul, San José, 2001. El título alude a la costumbre italinana en los ss. XVI y XVII de poner en las ventanas de las barberías el siguiente rótulo: "Qui si castrano meravigliosamente i putti", anunciando que el barbero también hacía de castrador de niños pobres para los coros vaticanos).
5 comentarios:
Que pieza tan hermosa, recuerdo haber tratado de imaginar cual era el cuadro. En Malta vi una exposición de Caravaggio, con motivo del tiempo que el pintor había vivido ahí. Llegó huyendo después de matar a un paisano y luego tuvo que irse de Malta cuando mató a otro. Esas aficiones hacen que vea uno su obra bajo otra luz.
In questo romanzo si dipingono meravigliosamente non solo i putti, ma anche tutte le deformazioni delle nostre anime, infinite... Saludos, Álex. (Este fue uno de los fragmentos que sopesé, degusté y releí, y eso no puede no significar nada.)
Ya voy llegando, Álex, voy llegando a paso firme.
Una pregunta: el otro día me dijiste que mucha gente no logra pasar de la p. 200. ¿A qué se supone que se debía?
Según algunos, Asterión, la página 200 señala. más o menos, el arribo al capítulo 26, El viaje a Bizancio. Este es el capítulo más extenso de la novela. También es particularmente intrincado. El lector impaciente suele tener problemas para pasar de aquí.
Juan, hay varios textos míos que están basados en pinturas. Quisiera poder incluir en el relato una imagen del cuadro aludido, pero los editores, claro, me matarían. Ya es mucho con publicar mis mamotretos.
Guglielmo, parli italiano! Sono grato per i tuoi commenti. Non lo merito, ma grazie comunque. Ci vediamo.
Es curioso que los lectores experimenten eso con "El viaje a Bizancio", porque por extensión, es una de las partes donde se deberían sentir más en una "historia", mientras que antes y después, lo fragmentario es más evidente.
Ciertamente, tus textos con las pinturas sería una experiencia genial. Algún dia se podrá.
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