SEGUIDORES

miércoles, julio 11, 2012

El ASESINATO PERFECTO

¿Alguna vez ha tratado de imaginar cómo sería su paraíso personal? ¿El lugar perfecto para usted? Aquí un breve ejercicio personal (¡muy personal!) de mi paraíso perfecto en forma de cuento de página y media:
x
x
El ASESINATO PERFECTO 
x
One man’s meat is another man’s poison
-Refrán anglosajón-



Primero cerrás los ojos para viajar de noche hasta el bar “Rick’s” en Casablanca. Una vez que entrás y te aclimatás un poco al calor te dirigís a la mesa donde te espera el poeta Federico García Lorca. Y lo encontrás como siempre, sentado corrigiendo algún poema que pronto de querrá leer. Junto a él se encuentra uno nuevo, un muchacho, todavía adolescente y bastante guapo. Lorca te lo presenta como Jean Cocteau, “un amigo francés”, dice él, pero probablemente también le sirva de alfombra persa en las cálidas noches de Casablanca. De pronto te das cuenta de que tenés una sed enorme y te disculpás para ir a la barra a pedir algo. Ahí te encontrás a un hombre grande, borracho y sudoroso a tabaco que te aprisiona con cariño y te presenta a la tetudita que hace rato está manoseando. De hecho, al alegre ginélatra le huelen las manos a puro coño sudado, el olor de las noches de Marruecos. Te dice que te tomés un trago con él y su amiga y no te podés negar porque nadie, creéme, nadie le rechaza una invitación de estas al viejo pirata de Chuck Bukowski; mucho menos ahora que ya está tan borracho que si la tetudita lo suelta se va al suelo con todo y vaso de whisky. Así pues, te quedás un rato tomando bourbon con el padre espiritual de Jim Morrison hasta que por fin te llega el llamado de la naturaleza y debés ir al baño. Te zafás del abarzo de oso de Chuck y cogés para el orinal de hombres al final del pasillo y detrás de un viejo rótula de absenta “La fée verte”. Entrás medio apurado por aquello de la próstata nerviosa y te topás de frente con Reinaldo Arenas agachado mirando hacia la puerta mientras se lo coge un negro enorme [sic]. Reinaldo se apoya un poco agarrándose de la falda de la guayabera de Lezama Lima que, como buen cubano educado que es, mira para otro lado mientras se fuma un habano. Entonces te disculpás, das media vuelta y salís otra vez al salón. Para matar tiempo, te dirigís a la zona de los privados donde pronto te llega el aroma de perfume francés y es que has dado con el corazón de la noche: sentada en una mesa con vaso de whisky en mano, Marguerite Yourcenar le lee algunos de sus Cuentos Orientales a Paul Bowles que, como todos saben, siempre le devuelve el favor a la belga leyéndole alguno de sus Cuentos del Desierto. Sentado junto a ellos está Kubrick, el gringo, tomando furiosas notas porque quiere hacer una película sobre la Yourcenar. Ya tiene escogida a Catherine Deneuve para el papel de Yourcenar, aunque también podría ser la otra Katherine, la Hepburn, por aquella inmensa aura de elegancia que todavía se gasta; tanto que algunos amigos (Bogart incluído) aun la llaman “The African Queen”. Vos entonces te das cuenta que lo del baño ya es urgente y te devolvés por donde viniste. Entrás al baño con cautela pero Reinaldo y su carnaval ya parecen haber emigrado hacia otros territorios. Solo te encontrás un carajillo tierroso que orina frente a uno de los orinales. Pero al observarlo más de cerca resulta que no solo es tierroso, también huele a guaro y a caca y está muy concentrado en una bien ritmada masturbación. Te acercás curioso para darte de frente con los ojos de topaz de Arthur Rimbaud. Le ofrecés entonces tus servicios de efebólatra consumado y el chico accede de buenas. Al rato salís del baño con Rimbaud agarrado a tu cintura y volvés a la mesa del entrañable Lorca que ya ha terminado su poema y ahora está en miraditas y palabritas cursis con el tal Cocteau. Pero hay algo más: sentado con ellos hay otro muchacho, un poco más joven pero de apariencia más ruda que Jean Cocteau. Lorca te lo presenta como su “otro amiguito francés”, también llamado Jean, pero de apellido Genet. A este si lo tenés bien fichado: sabés de su fama de puto, ladrón y algunos dicen que hasta de asesino. Pero vos encontrás en él el rostro más dulce del planeta y quedás embelesado por su silencio. Rimbaud y Cocteau, cantariles y borrachos, le sirven más cerveza al nuevo para que se vaya calentando. Y sucede que al poco rato ya está relatando aventuras descabelladas. Ese es el momento en que decidís seguir tus instintos y te ponés de pie, llamas a Rimbaud y a Genet aparte y les proponés un menage a trois. Genet mira a Rimbaud. Rimbaud mira a Genet y luego ambos te preguntan al unísono: “¿Cuánto?”. Vos mencionás una cifra astronómica y lo dos muchachos estallan en carcajadas. Entonces cada uno de ellos te toma de un brazo y los tres salen a la humedad de la madrugada africana.

Es la última vez en muchos años que se tiene noticia de vos.

3 comentarios:

Esteban U. dijo...

Está bonito. Me recordaste la película “Medianoche en París”, de Allen, aparece el mismo concepto, solo que en un recoveco del tiempo en París.

Alexánder Obando dijo...

Gracias, Stavros. Yo sigo sin ver Medianoche en París, pero imagino que el zeitgaeist nos llama a añorar lo mismo. Abrazo.

Germán Hernández dijo...

Tuve la misma evocación que Esteban respecto a la película de Allen.

Mi paraíso es más modesto, para un fetichista como yo, el paraíso es leer eternamente.

Saludos!