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viernes, septiembre 09, 2011

RETRO VADE, JUAN MURILLO


En contra de los aviones de Juan Murillo.

Hace pocas semanas me leí por segunda vez En contra de los aviones de Juan Murillo. Y debo confesarles que nuevamente me desagradó mucho.

Los personajes de la vieja abuela y el Cadejos me produjeron una suerte de náuseas con sus feas deformidades y sus asquerosas dolencias; mientras que el siniestro Dago me transportó otra vez al terror infantil que uno suele abrigar por tipos silenciosos, espeluznantes y desalmados que aparecen en la literatura de lo oscuro.

También me enfermó un poco lo del avión —o más bien— me enfermó bastante. Lo leí un par de meses antes de tener que volar y casi siento un desfallecimiento la mañana en que me vi obligado a entrar de nuevo en una cabina que no es más que un “globo de aluminio inflado”. (La sugerente definición se la debemos al infame Murillo). Y así, en una semana en que tuve que tomar cuatro vuelos, mi constitución pasó de débil pero estable a francamente verde y temblorosa.

Todo esto me puso a meditar sobre el libro de Juan y de los nefastos recursos que el narrador había utilizado para incomodar de ese modo. Y a pesar de mucho coligar y ponderar, solo pude arribar a la conclusión de que Juan Murillo utilizó un recurso de mercadotecnia muy viejo. Pero eso sí, agregándole invaluables nuevos ingredientes. El asunto era simple: meter un producto viejo en un empaque nuevo.

Producto viejo: literatura de terror.

Empaque nuevo: literatura costarricense contemporánea.

Muy de Perogrullo, claro, pero a veces no lo vemos de buenas a primeras.

Y esa mezcla habría hecho del libro de Murillo algo más o menos inconsecuente, prosaico e inane, a no ser por los “ingredientes invaluables” que cité más arriba.

Primer ingrediente adicional: la lección huidobriana bien aprendida. Si un adjetivo o un adverbio está de más, entonces ESTÁ DE MÁS. Otra Perogrullada que es necesario repetir con emblema y corneta porque aún hasta los mejores tienden a olvidarlo. Juan entonces hace aquí un franco despliegue de pericia y maña al usar palabras de manera casi barroca (notable el caso en Desde algún lugar de parajes), pero siempre poniendo en equilibrio la abundancia de palabras con lo literario, es decir, la expresividad... es decir, lo poético... es decir, la comunicabilidad literaria. (Me siento cómodo definiendo la obra de Murillo en estos términos aunque es evidente que yo mismo no he repasado bien la lección huidobriana). Entonces, la elocuencia juega al borde del abismo con la verbosidad y el lector espera con el aliento entrecortado que una, la otra, o ambas caigan al abismo. Pero no sucede y Murillo nos muestra que ya está graduado en esta técnica como pocos lo están en la pequeña Costa Rica.


¡Fin de las vacaciones!

Segundo ingrediente adicional: “carne literaria”. Personajes, paisaje, hechos, sentimientos, eventos, desastres y amores. Hay cuentos de autores costarricenses que parecen muñequitos hechos de palillos de dientes. Tal es la inanidad, la insustancialidad de sus personajes. Y no me refiero aquí a personajes oblicuos como las múltiples voces en Diario de una Multitud de Carmen Naranjo o el supuesto difunto Chico Muñoz de Jorge Arroyo. No, no. Me refiero a personajes centrales que están construidos defectuosamente y con toda lateralidad, como si no tuvieran importancia en el texto siendo sus protagonistas. Pero en Murillo siempre hay un mundo de datos, de giros y de sugerencias que constantemente contribuyen a darle bulto a los personajes. La descripción del contenido del cuarto de Dago es muy elocuente en este sentido. El cúmulo de información nos dice gran cantidad de cosas sobre el tipo, si bien casi no hay descripción física del mismo. Eso se puede verificar también en La soledad de la batalla y La interpretación de los signos. El mundo interior del niño en el primer cuento y el entorno físico del adulto en el segundo son tan intensos que casi se yerguen como doppelgangers de cada uno de ellos. Estos personajes pueden ser fantasmas en un aspecto psíquico, pero no lo son por falta de carne literaria.

Tercer ingrediente adicional: pathos. El ritmo interior de un texto es vital si un texto quiere enrollar y desenrollar los nervios de sus lectores. Y en un cuento donde se está desarrollando un alto nivel de tensión, un mal sentido del ritmo narrativo puede dar por tierra con todo el esfuerzo. El relato final del libro, En contra de los aviones, es un ejemplo de excelente dominio del pathos. La tensión emocional aumenta y cambia de rumbo sin perderse en efectos secundarios o laberintos informativos, aunque Murillo va manejando alternativamente varias historias dentro del relato principal. Tiene la limpia ejecución emocional que uno más bien asocia con la buena dramaturgia.

Cuarto ingrediente adicional: simbolismo. El cuento titulado El dragón es un buen ejemplo de texto polisémico. Es una narración mítica y poblada de arquetipos culturales muy comunes en la literatura medieval y de fantasía (que no literatura fantástica). Esta clase de texto también es una avis rara en nuestra narrativa local, por lo que se hace aún más notable en el conjunto. No quiero decir con ello que la plurisignificación no esté además presente en otros textos del conjunto sino que en El dragón presenciamos una verdadera bacanal simbólica (a veces pareciera un texto para iniciados), donde el sentido cae sobre otro sentido como capa de nieve sobre capa de nieve, logrando crear una sustancia mágica y llena de esplendores que van desde lo filosófico hasta lo heroico. Cuando me enfrenté con este texto por primera vez creí atisbar guiños metafísicos de los que realmente ya no estoy seguro. Por eso me atengo a lo evidente: sí, es iniciático, pero como literatura.

Abuelas hay muchas... peores.

Resumo y digo entonces que la mayor virtud del libro de Murillo es estar bien escrito y saber atrapar a sus lectores en una estela de terror literario donde la muerte, “la niña blanca”, siempre acecha. Definitivamente es literatura de terror, y en esa tesitura nos acerca a un gótico tropical y contemporáneo que ha mudado los castillos por las playas, los fantasmas por las abuelas, los laberintos por las ciudades, y los monstruos por los indigentes y otros seres marginales.

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Nota: En gustos literarios yo soy más bien cochinón. Me gusta el gore-vampírico-gay, la ciencia ficción con naves espaciales y el terror con íncubos sobresexuados. Es decir, no suelo andarle de cerca a los monstruos literariamente elegantes como los de Juan Murillo, y por eso mismo he debido pagar un cierto precio. La literatura de Juan es un río que se mueve lentamente y arrastra piedras, por lo que su lectura no es para eyaculadores precoces (en la lectura, claro) o para sorompos que creen que dos historias paralelas ya es demasiada complicación. Es decir, no es literatura para cerveceros con insolación. Es literatura para aquellos que les gusta un buen coñac calentado a mano.

Alexánder Obando
La Mirada, 9 de septiembre del 2011.

10 comentarios:

Mauro "Flamehowl" dijo...

Quedé intrigado, mas por el motivo que me encuentro desarrollando cuentos de terror ficción. espero poder leerlo pronto

Luis Chaves dijo...

libro para múltiples lecturas, totalmente. el que l da lnombre al libro, además, debería usarse como paradigma.

Germán Hernández dijo...

Exacto Alex!

La primera lectura es exigente
La segunda es un gozo

Roncahuita dijo...

Al menos me enteré que existe. No conozco el libro.Trataré de encontrarlo.

FRANK RUFFINO dijo...

Alex: esto le contaba a Jequita en un comentario en respuesta al suyo en mi blog -por cierto: no dijiste nada de mi última entrada-:

Amiga Jeca:

Jajajaja! "Deshuezador", eso está bonito y bien: somos unos carroñeros, sociedad de consumo salvaje como ella sola. Fíjate, aunque me incluyo en la danza de quién compra más o tiene más, desde hace cuatro años, estando bebiendo en el Bar Limón en Barrio Amón, una ex novia de infausta memoria me llamó, la pobre, para controlarme. Pues bien o mal: agarré este pequeño tirano que llaman teléfono móvil o celular y lo reventé contra el suelo, luego estuve brincando sobre sus restos por cinco minutos hasta hacerlo añicos, como en un ritual, como cuando Jorge Charpentier me enseñaba libros de poetas nacionales, y un día, empecé a brincar sobre uno o dos de éstos, creo de Xenia Gordienko y Matarrita, y él secundó la acción ahí en el bar Salón París, frente a la parada de Mozotal -costado sur de Automercado-. Jajaja!

Abrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,

Frank Ruffino.

P.D. En los dos años que conocí y anduve bebiendo en los bares de Barrio Amón con este gran poeta que era Jorge Charpentier, creo, sacrificamos unos 30 títulos siempre con este ritual troglodita estilo ruffiniano, luego quemamos varios en los caños en las afueras de la cantinas, porque ni siquiera la palabra mediocre es suficiente para calificarlos. Jajajajaja! Qué sadismo madre mía! Luego te cuento cuando le pedí a Charpentier rebautizara a este ateo echando cerveza sobre mi cabeza, yo, arrodillado, en el bar La Marinita.

Alexánder Obando dijo...

Se le comunica a "DanteRemixCRLiteraria" que su comentario no se acepta en este blog dado que abriga acusaciones e injurias al amparo de un anónimo o un seudónimo que no es respaldado por un nombre real.

Los libelos anónimos los puede desplegar con toda libertad, como ya es usual, en su propio blog.

Alexánder Obando dijo...

Mauro:
Espero que lo podás leer, pero recordá que no es gótico en un sentido convencional. Suerte.

Alexánder Obando dijo...

Tetrabrok:
"En contra de los aviones" es un cuento brillante.

Alexánder Obando dijo...

Guega:
Totalmente de acuerdo.

Alexánder Obando dijo...

Roncahuita:

Muy recomendado.