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jueves, septiembre 22, 2011

CANCIONES A LA MUERTE DE LOS NIÑOS: Fragmentos del sexto capítulo.


Los tercetos nunca fallan... por un tiempo.

Querides amigues, les incluyo más abajo un fragmento (pp. 327-334) de mi novela Canciones a la muerte de los niños.

La Editorial Costa Rica tendrá próximamente una Feria de Libros (¿dónde, cuándo?) y afirman que los libros se venderán a precio de costo. Si les gusta (o al menos no les horroriza) lo que este servidor escribe, ahí podrán conseguir Canciones a la muerte de los niños y La gruta y el arcoíris: antología de narrativa gay/lésbica costarricense.

Para compras de El más violento paraíso aquí. Y para el poemario Ángeles para suicidas, aquí.


--¿Cuál sos vos?
--¡Cualquiera!

Shine On, You Crazy Diamnod!

(Capítulo sexto de Canciones a la muerte de los niños)
[Fragmento: pp. 323-334]


Después de la muerte de Gerber Rubén Fischer, Lucy se había sentido enferma una semana entera. No entendía cómo al­gunos seres solo podían sentir lástima dentro del horror más grande. No era hasta que la sangre se abría camino empujando contra la resistencia de la piel, y cuando los huesos, más hosti­les aún, sonreían su blancoamarillenta sonrisa a la luz del sol, que algunos por fin entendían que la cosa iba en serio.
En el fondo no estaba tan dolida por Gerber como sí por Kimberly Yajaira, una güila de papi y mami que ahora se queda­ba sin voz después de que el tata la dejara sin cerebro. La po­bre quedaba más incapacitada que la niña Pochita para ser al­guien en un mundo donde solo asomaban máscaras inexpresivas y vulgares, gente sin el menor sentimiento de nada y con la úni­ca intención vital de ir de compras a “Mayami”.
Le hizo una seña a Brallan, el cantinero del Sexy-Café-Camus, para que le trajera otro vodka, exactamente como a ella le gustaba: 3/4 partes de jugo natural de tomate, 1/4 parte de vodka Smirnoff (o Stolíchnaya cuando hay plata, como hoy) 1/2 tajada de jugo de limón, 2 cucharaditas de salsa Liza­no, 2 de salsa inglesa Worcestershire y 3 ó 4 gotas de tabas­co. Así, el Bloody Mary, o María la Sanguinaria, según los más puristas, quedaba de chupársela por todo lado. Curioso que una bebida tan sabrosa llevara el nombre de una reina que era anatema en la memoria de su pueblo: María Tudor, herma­na de Isabel I, y protagonista del más sanguinario intento de de­volver a Inglaterra al redil del Vaticano. Pero nada le funcionó. Tan pronto entregó el alma a su Cristo Católico, Isabel y los su­yos revirtieron el proceso de la contrarreforma inglesa y en me­dio de otro gran baño de sangre, los ingleses volvieron a encon­trar en la figura de su monarca al verdadero vicario de Cristo en la tierra. La pobre María, además de fea, murió con una gi­gantesca panza de catorce meses, pues lo que en principio se cre­yó era un retoño, resultó ser un tumor de proporciones real­mente “majestuosas”. Los “dolores de parto” empezaron desde el cuarto mes y la pobre reina ya no dejó de gritar horriblemen­te, hasta que toda la bomba real estalló y pringó las paredes de Hampton Court del color intenso por el que la deliciosa bebida es ahora conocida. Entonces, pensó Lucy con una sonrisa, sí había razón de llamarla Bloody Mary a solas y no Bloody Mary and Elizabeth o Bloody Tudor Queens. María Tudor tuvo la ven­taja al sangrar por dentro y por fuera, y al hacer que su país hi­ciera exactamente lo mismo, se ganó el derecho al apodo que, después de todo, no era en el fondo tan británico. Hay que re­cordar que el vodka es ruso y la salsa Lizano es, bueno, un pseudo-clón tico de la Worcestershire inglesa, por lo que el ar­gumento de nuevo se revierte, y parece que María es cada vez más dueña de su coctel, aun con toda la Siberia rusa bailándo­le adentro.
Brallan llegó con el otro (¿o la otra?) Bloody Mary y Lucy se puso entonces a lanzar líneas temáticas por todo lado. La pla­ta que le habían dado como míseras prestaciones del colegio, si acaso le servirían para un par de meses. Por eso había acepta­do la oferta de Sergio de irse a vivir con ellos, porque no solo agra­decía el gesto sino que sabía lo que se le venía. Los hijueputas del Monseñor Gluteens se habían encargado de malinformarla por todo lado para que no volviera a trabajar en docencia, pro­fesión que ella ejercía desde hacía cinco años sin conocer otra forma de ganarse la vida. Además, al igual que la reina María, es­taba cansada de luchar contra corriente y de sangrar hacia fue­ra. La madre ya estaba donde una tía porque los delirios y el fantasma de Luis Fernando, el esposo, poco a poco le habían picado el hueso de la razón hasta dejarlo hecho un queso suizo. Ni siquiera valía la pena contarle las cosas que le pasaban por­que la mamá siempre le recomendaba que le pidiera consejo al papá y así todo estaría bien. La tía no hacía más que menear la cabeza en triste resignación y traerle a la viuda de Brant una suéter para que al menos el cuerpo resistiera un poco más que el juicio. Lucy entonces volvía a su mini-chante o ahora al chan­te de Sergio y se dedicaba a repasar las opciones del futuro. ¿Meter a la madre a un asilo; dejarla con la tía olvidadiza; ma­tarla en un potrero; darle amor eterno y desinteresado? Todo le parecía igual. La madre ya no era la madre. Esa señora alegre y simpática se había ido con su marido hacía más de ocho años.
Brallan trajo el tercer trago y le sonrió a Lucy con inten­ción. El maecillo no estaba nada feo: unos 24 años, machito, cuerpo bronceado y ojos de perrito soñador. Pero ella no sopor­taba ni siquiera la idea de acostarse con él porque sería repetir la tragicomedia de Manfred desde el principio: da capo y con un sonoro fortissimo. Mejor dejar las cosas como estaban. Ella sabía que tenía la misma maldición de Alma Mahler: una espe­cie de insensibilidad y frigidez ante los maes brutos; y lo que era Brallan, solo le faltaba el babero para ser un perfecto C.I. 70. Además, las cosas cambiaban definitivamente para ella: Cachi y Sergio eran el eje de su mundo afectivo y no estaba dispues­ta a que eso cambiara. Aun con lo egoístas que eran a veces, en los momentos de más peligro el trío se compactaba en una sola unidad, en un pangolín enrollado, y nada lo podía herir. Ser­gio, Cachi y ella misma eran muy débiles por separado. Pero si se mantenían juntos, el mundo les pasaba por encima y ellos lo aceptaban como si nada. El guapo de Brallan le trajo entonces otra reina a medio estallar y Lucy se la bajó como el ogro de Pulgarcito a los niños. Se limpió el bigote rojo y se puso a verle la maleta al mesero. La verdad, para un acueste –para uno so­lo– no estaba tan mal. Pero lo importante era la lucha. Ella ya no lucharía por nada que no fueran Sergio o Cachi. Lo demás no era más que la mierda del mundo disfrazada de flores y perfu­mes. Esa crápula a la que tanto odio le tuvo Rimbaud y que siempre chapoteaba en medio de nuestro único plato de sopa. Pues entonces, había que sacarla y tomarse la sopa rápido, antes de que se enfriara y nos fuera a caer mal. Por eso, se pi­dió otra reina, pero ahora ya casi de catorce meses.
Lucy tuvo entonces algunos recuerdos fragmentados. Al­guien ayudándola a salir del Sexy-Café. El pene de Brallan en­tre sus labios. Un techo sucio y monótono y el crujir incesante de una vieja cama.
Cuando se levantó y se puso el bluyín, volvió a ver al mu­chacho desnudo en el catre. Era tan sorompo que todavía tenía el bóxer en los tobillos como unos grilletes de tela. A lo mejor ni habían cogido y el mae se había tropezado en algo, se había golpeado la cabeza contra un tubo del catre y luego caído en la posición en que estaba. La almohada mostraba un seco charco de sangre color sepia, por lo que aquello, fuera lo que fuera, ha­bía ocurrido hace muchas horas. Lucy no tenía ganas de averi­guar qué había sido. Quizá un golpe leve. Tal vez el mae estaba muerto. O quizás era sangre de ella misma; el tumor maligno que hacía tiempo cargaba dentro de sí. Ya no le importaba. Era posible que lo que decía Sergio fuera verdad, que entre ella y Ca­chi, Lucy era siempre la verdadera vampira.
Brallan se empezó a desperezar. El pobre meserillo se asus­tó tanto al ver la cama llena de sangre que pegó un grito seco y se puso de pie como un rayo, pero como todavía tenía el bóxer en los tobillos se tropezó y cayó al suelo.
Antes de que el tonto pudiera decirle algo, Lucy ya había ce­rrado la puerta y se iba rápido por el zaguán hediondo a desin­fectante.
*-*-*

Del fólder Dionisos Cretense:
Pero el dios mismo no es meramente tocado y apresa­do por el fantasmal espíritu del abismo. Él mismo es la monstruosa criatura que vive en las profundidades. Desde su máscara mira al hombre y lo disloca con la ambigüe­dad de la cercanía y de la distancia, de la vida y de la muer­te en una sola entidad. Su divina inteligencia mantiene las contradicciones juntas. Porque este es el espíritu de la excitación y del salvajismo; y toda cosa que esté viva, que se agite y que brille, resuelve el cisma entre sí y su opuesto y luego absorbe a este espíritu en su deseo. Así, todos los poderes terrenales se reúnen en el dios: el arrebato genera­dor, nutriente e intoxicante; la vida otorgando inagotabili­dad; y el dolor desgarrador, la palidez mortífera, la silen­ciosa noche del haber sido. Él es el éxtasis demente que preside cada concepción y parto y cuya ferocidad siempre está pronta a moverse hacia la destrucción y la muerte. Él es la vida que, cuando se rebasa, se vuelve loca y en su más profunda pasión queda íntimamente ligada a la muerte. (wo)
 *-*-*
(Música del horripilante Himno Nacional. La cara del Pre­sidente de la República con cara de pocos amigos. Atrás, un óleo de Braulio Carrillo también con cara de estar de malas pul­gas. A la derecha, el pabellón nacional. Pausa dramática):
Señores padres de familia: la sociedad costarricense es­tá pasando por una grave crisis como nunca antes había visto. En estos días, un desalmado a quien la ciudadanía ha da­do en llamar “el Vampiro de San Pedro” ha hecho de las suyas cometiendo horrendos crímenes. A la fecha, dicho psicópata ha asesinado a sangre fría a no menos de seis personas, cinco de ellas, ciudadanos de nuestra más ímproba y noble clase tra­bajadora. Costarricenses que, de haber tenido la oportunidad, hubiesen demostrado en todo momento la fibra moral y espiri­tual de que está hecho este pueblo. Pero no nos anclemos más en las aguas del dolor por la pérdida de estas cinco… eh… seis vidas que se han perdido trágicamente. Es hora de que los cos­tarricenses tomemos de nuevo las armas y luchemos contra es­tos filibusteros sicarios de las fuerzas más ocultas y antidemo­cráticas. A partir de hoy he ordenado al Ministerio de Seguridad, Policía, Gracia y Culto que tome todas las medidas necesarias para que dicho asesino sea descubierto y atrapado en bien de la seguridad de la ciudadanía de este gran país. No duden uste­des de que el presidente de Costa Rica, como mandatario de todos los costarricenses, está más que listo para defender los derechos y los intereses sagrados de este pueblo bendito por Dios. Aprovecho esta ocasión para hacer llegar mi más sentido pésame a la señora magistrada de la Corte Suprema de Justicia, Dra. Sugey Achúmann de Fischer, por la desaparición de su hi­jo, Gerber Rubén, en la flor de la juventud, lo mismo que a las otras cinco familias costarricenses que hoy se encuentran enlu­tadas por la cizaña ciega de este verdugo de inocentes que es el “Vampiro de San Pedro”. Ruego a Dios porque pronto tenga­mos en custodia a este enfermo, tan contrario a todos los bue­nos valores que nuestro valeroso pueblo siempre ha demostra­do. Honor a quien honor merece… buenas noches. ¡CLICK! Cachi apenas tuvo tiempo de apagar la tele con el control remoto. Ser­gio le metió el pene en la boca poniéndolo a mamar mientras Lucy lo acariciaba y también se llevaba a la boca el pene de Cachi to­davía flácido. Cuando Lucy volvió a encender la tele, dos horas más tarde, ya los tres se habían mandado más de cinco mil pe­sos de “cajeta” de la mejor. Tanto habían fumado que ni siquie­ra le dieron bola al montón de tocolas que quedaban en el ce­nicero. Sergio parecía un árabe o un indio americano con un paño arrollado en la cabeza a modo de sultán del harén. Lucy te­nía la payasa y Cachi la templona. Se tocaba constantemente como si la piel de todo el cuerpo le estuviera ardiendo. “¡Cójan­me!”, les gritaba a Lucy y Sergio como si estuviera poseído, “¡Ma­es, porfa, cójanme!”. Y se tiró en la cama en medio de Sergio y Lucy como si aquellos fueran un mar donde toda su sed queda­ría saciada. Sergio lo montó mientras Lucy se acomodó para que Cachi la mamara. El muchacho, en una fruición fuera de sí gritaba: “¡Qué rico!”. Y metía la cara en la vagina de Lucy para que todos los líquidos le quedaran impregnados en el rostro. Luego hacía un sonido como de mugido de placer y empujaba el cuerpo contra Sergio que se lo estaba cogiendo. “¡Más fuer­te, mae! ¡Cójame más fuerte!”. Y volvía a empujar las nalgas con­tra Sergio para que este le diera más fuerte. Lucy también es­taba extasiada mugiendo y gimiendo a grito abierto mientras Cachi le chupaba hasta el último líquido que le salía por la va­gina. De repente la muchacha detuvo a Cachi y le dijo: “¡No aguanto más, Cachi! ¡Cojeme!” y Cachi, con el pene ya erecto em­pezó a penetrar a Lucy mientras Sergio se lo seguía cogiendo a él. La música obligada era el Serial Killers Don’t Kill Their Girlfriends / Serial Killers Don’t Kill Their Boyfriends de Front Two Forty-Two, que hacía rato se repetía y repetía en el tocadiscos mientras el incienso de sándalo se mezclaba con los sonidos de la tele y los gemidos de los tres en una habitación lle­na de humo de cannabis y de olores carnales totalmente repul­sivos para la señora de la poesía filológica. Sergio recordó en ese momento unas líneas de James Baldwin, cuando su perso­naje Giovanni, homosexual y enamorado del protagonista, le decía a este: “…lo que pasa es que tú no eres como Giovan­ni. Giovanni no le tiene miedo al olor que produce el deseo. Pero tú sí le temes. Temes a la suciedad que produce el amor…”. Y Sergio arremetió con más fuerza mientras Lucy subía los pies en los hombros de Cachi y los tres parecían una amorfa araña de piel humana y olorosa. La música no dejó de sonar ni un instante pese a los esfuerzos de los tres por acallar­la con gritos y poemas y locuras de la payasa, la comilona, la chupona, y por sobre todo, la cogiona irrestricta.
  Cuando Sergio se levantó para apagar el tocadiscos ya es­taba amaneciendo y Cachi, como de costumbre, estaba hablan­do dormido mientras Lucy no conciliaba el sueño…


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Tomado de Canciones a la muerte de los niños, pp. 327-334, (San José, Editorial Costa Rica, 2008).

14 comentarios:

Sergio Arroyo dijo...

Alexander:

No tengo ningún libro tuyo, bueno tengo uno prestado, pero no cuenta. Acabo de encargar a la Sra. Ornitorrinco que pase a la Feria por un par de encargos.

Yami dijo...

Alex, ya sabía que en San Pedro había Vampiros, una vez vi uno, me parece interesante tu novela, voy a tener que comprarla. ^_^

Wílliam Venegas Segura (DW) dijo...

Una parte no es el todo, será por esto que me cuesta leer fragmentos de novelas o ver películas a medias. Mejor, así tendré que ir al libro donde lo mencionas que estará en venta. Saludos.

Wílliam Venegas Segura (DW) dijo...

Ornitorrinco quiere torear de nuevo el panal en su blog y ya salí picado.

Wílliam Venegas Segura (DW) dijo...

Se me ocurre una tercera intromisión: que usted venga a mi blog, puse una entrada rápida en la que, creo, a usted le va a gustar participar. Nos vemos ahí.

Wílliam Venegas Segura (DW) dijo...

Escritor: a ver si viene por mi blog, no se lo digo con carácter publicitario, de verdad me gustaría verlo participar en la entrada que recién puse.

FRANK RUFFINO dijo...

Alex amigo:

Copio toda tu entrada y mañana vengo a opinar tras leer tu fragmento.

Abrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,

Frank Ruffino.

FRANK RUFFINO dijo...

Jolines cabronazo amigo Willey:

...Pero tampoco el todo es la parte. Amigo: hay que tomar las cosas con más filosofía! Filosofía don William, filosofíaaaaaa!

Abrazos,
Frank.

P.D. Por lo demás un día de estos lo invito a comer chifrijo y tomar en La Embajada. Apenas tenga monis.

FRANK RUFFINO dijo...

Estimado Alexánder amigo:

Ya me volé ese respetable fragmento de tu novela. Letras que se disfrutan al máximo. De alguna manera conseguiré el resto de tu libro para estar totalmente satisfecho. Te felicito siempre por tu pluma, tal vez la única respetable en este país de cuasi escritorcillos engreídos chupasangres con la cosa pública en el campo cultural (ventajas, publicaciones, premios...).

Abrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,

Frank Ruffino.

Alexánder Obando dijo...

Ornitorrinco, gracias por el intento de leerme. espero que no te decepcione.

Alexánder Obando dijo...

Yami:

No solo San Pedro sino todo el Valle Central. De hecho, los muerciélagos vampiro (los verdaderos) son originarios del Caribe centroamericano.

Alexánder Obando dijo...

William:

Te costaría entonces leer cualquier cosa mía, pues la fragmentación es una de las características más sobresalientes de mi narrativa. De toda suerte, gracias por intentarlo.

Alexánder Obando dijo...

Frank:

Agradezco enormemente tu apreciación sobre mi narrativa, pero me parece muy injusta. CR está llena de talentos literarios que me superan por mucho. Nombres como el de Tatiana Lobo es de muchísimo peso debido a su gran calidad. Millones de gracias, Frank, y algún día nos comemos ese famoso chifrijo de Náralit.

xwoman dijo...

Me encantaría leer todo el libro. Espero comprarlo pronto.
Me gustó mucho esto de los nombres propios... el que más me impactò fue Kimberly Yajaira. Válgame Dios!
Saludos
:D