Los tercetos nunca fallan... por un tiempo.
Querides amigues, les incluyo más abajo un fragmento (pp. 327-334) de mi novela Canciones a la muerte de los niños.
La Editorial Costa Rica tendrá próximamente una Feria de Libros (¿dónde, cuándo?) y afirman que los libros se venderán a precio de costo. Si les gusta (o al menos no les horroriza) lo que este servidor escribe, ahí podrán conseguir Canciones a la muerte de los niños y La gruta y el arcoíris: antología de narrativa gay/lésbica costarricense.
--¿Cuál sos vos?
--¡Cualquiera!
Shine On, You Crazy Diamnod!
(Capítulo sexto de Canciones a la muerte de los niños)
[Fragmento: pp. 323-334]
Después de la muerte de Gerber Rubén Fischer, Lucy se había sentido enferma una semana entera. No entendía cómo algunos seres solo podían sentir lástima dentro del horror más grande. No era hasta que la sangre se abría camino empujando contra la resistencia de la piel, y cuando los huesos, más hostiles aún, sonreían su blancoamarillenta sonrisa a la luz del sol, que algunos por fin entendían que la cosa iba en serio.
En el fondo no estaba tan dolida por Gerber como sí por Kimberly Yajaira, una güila de papi y mami que ahora se quedaba sin voz después de que el tata la dejara sin cerebro. La pobre quedaba más incapacitada que la niña Pochita para ser alguien en un mundo donde solo asomaban máscaras inexpresivas y vulgares, gente sin el menor sentimiento de nada y con la única intención vital de ir de compras a “Mayami”.
Le hizo una seña a Brallan, el cantinero del Sexy-Café-Camus, para que le trajera otro vodka, exactamente como a ella le gustaba: 3/4 partes de jugo natural de tomate, 1/4 parte de vodka Smirnoff (o Stolíchnaya cuando hay plata, como hoy) 1/2 tajada de jugo de limón, 2 cucharaditas de salsa Lizano, 2 de salsa inglesa Worcestershire y 3 ó 4 gotas de tabasco. Así, el Bloody Mary, o María la Sanguinaria, según los más puristas, quedaba de chupársela por todo lado. Curioso que una bebida tan sabrosa llevara el nombre de una reina que era anatema en la memoria de su pueblo: María Tudor, hermana de Isabel I, y protagonista del más sanguinario intento de devolver a Inglaterra al redil del Vaticano. Pero nada le funcionó. Tan pronto entregó el alma a su Cristo Católico, Isabel y los suyos revirtieron el proceso de la contrarreforma inglesa y en medio de otro gran baño de sangre, los ingleses volvieron a encontrar en la figura de su monarca al verdadero vicario de Cristo en la tierra. La pobre María, además de fea, murió con una gigantesca panza de catorce meses, pues lo que en principio se creyó era un retoño, resultó ser un tumor de proporciones realmente “majestuosas”. Los “dolores de parto” empezaron desde el cuarto mes y la pobre reina ya no dejó de gritar horriblemente, hasta que toda la bomba real estalló y pringó las paredes de Hampton Court del color intenso por el que la deliciosa bebida es ahora conocida. Entonces, pensó Lucy con una sonrisa, sí había razón de llamarla Bloody Mary a solas y no Bloody Mary and Elizabeth o Bloody Tudor Queens. María Tudor tuvo la ventaja al sangrar por dentro y por fuera, y al hacer que su país hiciera exactamente lo mismo, se ganó el derecho al apodo que, después de todo, no era en el fondo tan británico. Hay que recordar que el vodka es ruso y la salsa Lizano es, bueno, un pseudo-clón tico de la Worcestershire inglesa, por lo que el argumento de nuevo se revierte, y parece que María es cada vez más dueña de su coctel, aun con toda la Siberia rusa bailándole adentro.
Brallan llegó con el otro (¿o la otra?) Bloody Mary y Lucy se puso entonces a lanzar líneas temáticas por todo lado. La plata que le habían dado como míseras prestaciones del colegio, si acaso le servirían para un par de meses. Por eso había aceptado la oferta de Sergio de irse a vivir con ellos, porque no solo agradecía el gesto sino que sabía lo que se le venía. Los hijueputas del Monseñor Gluteens se habían encargado de malinformarla por todo lado para que no volviera a trabajar en docencia, profesión que ella ejercía desde hacía cinco años sin conocer otra forma de ganarse la vida. Además, al igual que la reina María, estaba cansada de luchar contra corriente y de sangrar hacia fuera. La madre ya estaba donde una tía porque los delirios y el fantasma de Luis Fernando, el esposo, poco a poco le habían picado el hueso de la razón hasta dejarlo hecho un queso suizo. Ni siquiera valía la pena contarle las cosas que le pasaban porque la mamá siempre le recomendaba que le pidiera consejo al papá y así todo estaría bien. La tía no hacía más que menear la cabeza en triste resignación y traerle a la viuda de Brant una suéter para que al menos el cuerpo resistiera un poco más que el juicio. Lucy entonces volvía a su mini-chante o ahora al chante de Sergio y se dedicaba a repasar las opciones del futuro. ¿Meter a la madre a un asilo; dejarla con la tía olvidadiza; matarla en un potrero; darle amor eterno y desinteresado? Todo le parecía igual. La madre ya no era la madre. Esa señora alegre y simpática se había ido con su marido hacía más de ocho años.
Brallan trajo el tercer trago y le sonrió a Lucy con intención. El maecillo no estaba nada feo: unos 24 años, machito, cuerpo bronceado y ojos de perrito soñador. Pero ella no soportaba ni siquiera la idea de acostarse con él porque sería repetir la tragicomedia de Manfred desde el principio: da capo y con un sonoro fortissimo. Mejor dejar las cosas como estaban. Ella sabía que tenía la misma maldición de Alma Mahler: una especie de insensibilidad y frigidez ante los maes brutos; y lo que era Brallan, solo le faltaba el babero para ser un perfecto C.I. 70. Además, las cosas cambiaban definitivamente para ella: Cachi y Sergio eran el eje de su mundo afectivo y no estaba dispuesta a que eso cambiara. Aun con lo egoístas que eran a veces, en los momentos de más peligro el trío se compactaba en una sola unidad, en un pangolín enrollado, y nada lo podía herir. Sergio, Cachi y ella misma eran muy débiles por separado. Pero si se mantenían juntos, el mundo les pasaba por encima y ellos lo aceptaban como si nada. El guapo de Brallan le trajo entonces otra reina a medio estallar y Lucy se la bajó como el ogro de Pulgarcito a los niños. Se limpió el bigote rojo y se puso a verle la maleta al mesero. La verdad, para un acueste –para uno solo– no estaba tan mal. Pero lo importante era la lucha. Ella ya no lucharía por nada que no fueran Sergio o Cachi. Lo demás no era más que la mierda del mundo disfrazada de flores y perfumes. Esa crápula a la que tanto odio le tuvo Rimbaud y que siempre chapoteaba en medio de nuestro único plato de sopa. Pues entonces, había que sacarla y tomarse la sopa rápido, antes de que se enfriara y nos fuera a caer mal. Por eso, se pidió otra reina, pero ahora ya casi de catorce meses.
Lucy tuvo entonces algunos recuerdos fragmentados. Alguien ayudándola a salir del Sexy-Café. El pene de Brallan entre sus labios. Un techo sucio y monótono y el crujir incesante de una vieja cama.
Cuando se levantó y se puso el bluyín, volvió a ver al muchacho desnudo en el catre. Era tan sorompo que todavía tenía el bóxer en los tobillos como unos grilletes de tela. A lo mejor ni habían cogido y el mae se había tropezado en algo, se había golpeado la cabeza contra un tubo del catre y luego caído en la posición en que estaba. La almohada mostraba un seco charco de sangre color sepia, por lo que aquello, fuera lo que fuera, había ocurrido hace muchas horas. Lucy no tenía ganas de averiguar qué había sido. Quizá un golpe leve. Tal vez el mae estaba muerto. O quizás era sangre de ella misma; el tumor maligno que hacía tiempo cargaba dentro de sí. Ya no le importaba. Era posible que lo que decía Sergio fuera verdad, que entre ella y Cachi, Lucy era siempre la verdadera vampira.
Brallan se empezó a desperezar. El pobre meserillo se asustó tanto al ver la cama llena de sangre que pegó un grito seco y se puso de pie como un rayo, pero como todavía tenía el bóxer en los tobillos se tropezó y cayó al suelo.
Antes de que el tonto pudiera decirle algo, Lucy ya había cerrado la puerta y se iba rápido por el zaguán hediondo a desinfectante.
*-*-*
Del fólder Dionisos Cretense:
Pero el dios mismo no es meramente tocado y apresado por el fantasmal espíritu del abismo. Él mismo es la monstruosa criatura que vive en las profundidades. Desde su máscara mira al hombre y lo disloca con la ambigüedad de la cercanía y de la distancia, de la vida y de la muerte en una sola entidad. Su divina inteligencia mantiene las contradicciones juntas. Porque este es el espíritu de la excitación y del salvajismo; y toda cosa que esté viva, que se agite y que brille, resuelve el cisma entre sí y su opuesto y luego absorbe a este espíritu en su deseo. Así, todos los poderes terrenales se reúnen en el dios: el arrebato generador, nutriente e intoxicante; la vida otorgando inagotabilidad; y el dolor desgarrador, la palidez mortífera, la silenciosa noche del haber sido. Él es el éxtasis demente que preside cada concepción y parto y cuya ferocidad siempre está pronta a moverse hacia la destrucción y la muerte. Él es la vida que, cuando se rebasa, se vuelve loca y en su más profunda pasión queda íntimamente ligada a la muerte. (wo)
*-*-*
(Música del horripilante Himno Nacional. La cara del Presidente de la República con cara de pocos amigos. Atrás, un óleo de Braulio Carrillo también con cara de estar de malas pulgas. A la derecha, el pabellón nacional. Pausa dramática):
Señores padres de familia: la sociedad costarricense está pasando por una grave crisis como nunca antes había visto. En estos días, un desalmado a quien la ciudadanía ha dado en llamar “el Vampiro de San Pedro” ha hecho de las suyas cometiendo horrendos crímenes. A la fecha, dicho psicópata ha asesinado a sangre fría a no menos de seis personas, cinco de ellas, ciudadanos de nuestra más ímproba y noble clase trabajadora. Costarricenses que, de haber tenido la oportunidad, hubiesen demostrado en todo momento la fibra moral y espiritual de que está hecho este pueblo. Pero no nos anclemos más en las aguas del dolor por la pérdida de estas cinco… eh… seis vidas que se han perdido trágicamente. Es hora de que los costarricenses tomemos de nuevo las armas y luchemos contra estos filibusteros sicarios de las fuerzas más ocultas y antidemocráticas. A partir de hoy he ordenado al Ministerio de Seguridad, Policía, Gracia y Culto que tome todas las medidas necesarias para que dicho asesino sea descubierto y atrapado en bien de la seguridad de la ciudadanía de este gran país. No duden ustedes de que el presidente de Costa Rica, como mandatario de todos los costarricenses, está más que listo para defender los derechos y los intereses sagrados de este pueblo bendito por Dios. Aprovecho esta ocasión para hacer llegar mi más sentido pésame a la señora magistrada de la Corte Suprema de Justicia, Dra. Sugey Achúmann de Fischer, por la desaparición de su hijo, Gerber Rubén, en la flor de la juventud, lo mismo que a las otras cinco familias costarricenses que hoy se encuentran enlutadas por la cizaña ciega de este verdugo de inocentes que es el “Vampiro de San Pedro”. Ruego a Dios porque pronto tengamos en custodia a este enfermo, tan contrario a todos los buenos valores que nuestro valeroso pueblo siempre ha demostrado. Honor a quien honor merece… buenas noches. ¡CLICK! Cachi apenas tuvo tiempo de apagar la tele con el control remoto. Sergio le metió el pene en la boca poniéndolo a mamar mientras Lucy lo acariciaba y también se llevaba a la boca el pene de Cachi todavía flácido. Cuando Lucy volvió a encender la tele, dos horas más tarde, ya los tres se habían mandado más de cinco mil pesos de “cajeta” de la mejor. Tanto habían fumado que ni siquiera le dieron bola al montón de tocolas que quedaban en el cenicero. Sergio parecía un árabe o un indio americano con un paño arrollado en la cabeza a modo de sultán del harén. Lucy tenía la payasa y Cachi la templona. Se tocaba constantemente como si la piel de todo el cuerpo le estuviera ardiendo. “¡Cójanme!”, les gritaba a Lucy y Sergio como si estuviera poseído, “¡Maes, porfa, cójanme!”. Y se tiró en la cama en medio de Sergio y Lucy como si aquellos fueran un mar donde toda su sed quedaría saciada. Sergio lo montó mientras Lucy se acomodó para que Cachi la mamara. El muchacho, en una fruición fuera de sí gritaba: “¡Qué rico!”. Y metía la cara en la vagina de Lucy para que todos los líquidos le quedaran impregnados en el rostro. Luego hacía un sonido como de mugido de placer y empujaba el cuerpo contra Sergio que se lo estaba cogiendo. “¡Más fuerte, mae! ¡Cójame más fuerte!”. Y volvía a empujar las nalgas contra Sergio para que este le diera más fuerte. Lucy también estaba extasiada mugiendo y gimiendo a grito abierto mientras Cachi le chupaba hasta el último líquido que le salía por la vagina. De repente la muchacha detuvo a Cachi y le dijo: “¡No aguanto más, Cachi! ¡Cojeme!” y Cachi, con el pene ya erecto empezó a penetrar a Lucy mientras Sergio se lo seguía cogiendo a él. La música obligada era el Serial Killers Don’t Kill Their Girlfriends / Serial Killers Don’t Kill Their Boyfriends de Front Two Forty-Two, que hacía rato se repetía y repetía en el tocadiscos mientras el incienso de sándalo se mezclaba con los sonidos de la tele y los gemidos de los tres en una habitación llena de humo de cannabis y de olores carnales totalmente repulsivos para la señora de la poesía filológica. Sergio recordó en ese momento unas líneas de James Baldwin, cuando su personaje Giovanni, homosexual y enamorado del protagonista, le decía a este: “…lo que pasa es que tú no eres como Giovanni. Giovanni no le tiene miedo al olor que produce el deseo. Pero tú sí le temes. Temes a la suciedad que produce el amor…”. Y Sergio arremetió con más fuerza mientras Lucy subía los pies en los hombros de Cachi y los tres parecían una amorfa araña de piel humana y olorosa. La música no dejó de sonar ni un instante pese a los esfuerzos de los tres por acallarla con gritos y poemas y locuras de la payasa, la comilona, la chupona, y por sobre todo, la cogiona irrestricta.
Cuando Sergio se levantó para apagar el tocadiscos ya estaba amaneciendo y Cachi, como de costumbre, estaba hablando dormido mientras Lucy no conciliaba el sueño…
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Tomado de Canciones a la muerte de los niños, pp. 327-334, (San José, Editorial Costa Rica, 2008).
14 comentarios:
Alexander:
No tengo ningún libro tuyo, bueno tengo uno prestado, pero no cuenta. Acabo de encargar a la Sra. Ornitorrinco que pase a la Feria por un par de encargos.
Alex, ya sabía que en San Pedro había Vampiros, una vez vi uno, me parece interesante tu novela, voy a tener que comprarla. ^_^
Una parte no es el todo, será por esto que me cuesta leer fragmentos de novelas o ver películas a medias. Mejor, así tendré que ir al libro donde lo mencionas que estará en venta. Saludos.
Ornitorrinco quiere torear de nuevo el panal en su blog y ya salí picado.
Se me ocurre una tercera intromisión: que usted venga a mi blog, puse una entrada rápida en la que, creo, a usted le va a gustar participar. Nos vemos ahí.
Escritor: a ver si viene por mi blog, no se lo digo con carácter publicitario, de verdad me gustaría verlo participar en la entrada que recién puse.
Alex amigo:
Copio toda tu entrada y mañana vengo a opinar tras leer tu fragmento.
Abrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,
Frank Ruffino.
Jolines cabronazo amigo Willey:
...Pero tampoco el todo es la parte. Amigo: hay que tomar las cosas con más filosofía! Filosofía don William, filosofíaaaaaa!
Abrazos,
Frank.
P.D. Por lo demás un día de estos lo invito a comer chifrijo y tomar en La Embajada. Apenas tenga monis.
Estimado Alexánder amigo:
Ya me volé ese respetable fragmento de tu novela. Letras que se disfrutan al máximo. De alguna manera conseguiré el resto de tu libro para estar totalmente satisfecho. Te felicito siempre por tu pluma, tal vez la única respetable en este país de cuasi escritorcillos engreídos chupasangres con la cosa pública en el campo cultural (ventajas, publicaciones, premios...).
Abrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,
Frank Ruffino.
Ornitorrinco, gracias por el intento de leerme. espero que no te decepcione.
Yami:
No solo San Pedro sino todo el Valle Central. De hecho, los muerciélagos vampiro (los verdaderos) son originarios del Caribe centroamericano.
William:
Te costaría entonces leer cualquier cosa mía, pues la fragmentación es una de las características más sobresalientes de mi narrativa. De toda suerte, gracias por intentarlo.
Frank:
Agradezco enormemente tu apreciación sobre mi narrativa, pero me parece muy injusta. CR está llena de talentos literarios que me superan por mucho. Nombres como el de Tatiana Lobo es de muchísimo peso debido a su gran calidad. Millones de gracias, Frank, y algún día nos comemos ese famoso chifrijo de Náralit.
Me encantaría leer todo el libro. Espero comprarlo pronto.
Me gustó mucho esto de los nombres propios... el que más me impactò fue Kimberly Yajaira. Válgame Dios!
Saludos
:D
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