SEGUIDORES

viernes, junio 17, 2011

"POSERS" PARADISÍACOS (Chismes II)

Jack London nunca pelaba la mazorca ante las cámaras.

Todos tenemos secretos, manías y costumbres que no revelamos a los demás o que disimulamos de manera a veces ridícula. (Yo, por ejemplo, [y entre mis muchos defectos] soy un rifle chocho: disparo primero y luego pienso. He tratado de corregir esta maña de escribir primero con el hígado y el corazón y luego con el cerebro, pero no parece surtirme efecto. Esta falta de parsimonia y ecuanimidad solo me da buenos resultados cuando estoy dormido [o cuando estoy haciendo literatura]).

Pero no soy el único. Todos tratamos de encubrir nuestros pequeños defectos, sean físicos o no. He aquí unos ejemplos:

De sonrisa enigmática... a problema dental. Hay más de una Mona Lisa wannabe en nuestro mundo.

Jack London nunca mostraba los dientes ante la cámara porque le faltaban los dos delanteros superiores. Según cuenta la leyenda, se los apearon en una bronca de gamberros cuando tenía 16 años. ¿Por qué nunca se corrigió este defecto? Se oyen explicaciones.

Not so Frenchy.

Cuenta el muy cínico pero igualmente talentoso Cabrera Infante que Alejo Carpentier tenía el curioso hábito de exagerar su "afrancesamiento" (Vidas para leerlas, Alfaguara, 1998). Una tarde en que Carpentier dirigía a unos obreros en una restauración algo salió mal y a Carpentier se le salió el criollo-francés-suizo-ruso-chileno que tenía adentro. Sin embargo, no le salieron los "cajrajos" galos de rigor sino el "carajo" cubano pleno y castizo. Y sigue acotando nuestro infame Cabrera que el acento francés en Carpentier era muy "proper" y muy "demodé". Lo llevaba a todas partes, desde la biblioteca a la ducha y desde la cama a la sala de conferencias... EXCEPTO, si se salía de las casillas. Porque cuando se ponía como un mihura Carpentier hablaba, o más bien, gritaba como cualquier cubano encanfinado. Y eso ya es mucho decir.

Otro dato, el padre de Carpentier era de apellidos Álvarez Carpentier, francés, pero obviamente de origen latino. El hecho de que Carpentier no usara el primer apellido de su padre da cierto crédito a las puyas de Cabrera Infante...

¡Ah esos cubanos, siempre llenos de bellas contradicciones!

"El Gorioncito Negro" con alguno de sus varios maridos.

Edith Piaf fue conocida como el Gorrioncito de París y como el Gorrioncito Negro. Ninguno de los apodos es gratuito.

Gorrioncito porque era sumamente menudita, apenas 1.42 mts. de estatura, y porque hacía gorgoritos al cantar; una suerte de vibrato muy particular que la diferencia de otras cantantes famosas. Y lo de "París" es obvio: la cantante era parisina (o "parisiense", como insiste la RAE, aunque por dicha ya nadie le hace caso).

Lo de Gorrioncito Negro tiene también su razón. Edith nunca se apeaba el vestidito negro estilo Coco Chanel que siempre usaba. Una recomendación de su amigo y patrón Louis Leplée. Este "disfraz" profesional tenía tres razones de ser. Primero el vestidito negro de la Coco estaba de moda entre el medio artístico de París. Luego ayudaba a que el público se concentrara en la música y no en la imagen de Edith (exactamente lo contrario de hoy día). Y tercero y más importante, disimulaba la bajísima estatura de la Piaf. Y si creen que este factor no era importante, fíjense en la foto de más arriba. El maridillo de turno tenía una estatura media, mientras que Edith era media... bueno, ya me entienden.

Edith canta No me arrepiento de nada enfundada en su legendario vestidito negro.

Cuando los amigos de Ludwig van Beethoven llegaban a su casa el maestro podía escuchar en su mente el TÁ ta ta TAAAAÁ de su quinta sinfonía y esperar ser importunado durante varias horas.

El genio de Bonn tenía un sucio secreto que ningún cineasta se ha atrevido a revelar. (Aquí en versión Warhol).

Cada vez que los amigos y familiares cercanos de Ludwig lo visitaban, debían vérselas con dos ingentes monstruos. El primero era el carácter del maestro; agresivo, violento, indómito y flagrantemente grosero. No permitía que le quitaran nada de su lugar ni que le movieran un solo mueble, porque Beethoven, hay que decirlo, era un absoluto cerdo. Toda su casa era un campo de guerra entre quienes le querían limpiar el lugar y el maestro con melena y modales de león. Pero eso no era lo peor: lo peor, amigos era el maestro en sí. Su olor corporal era tan ofensivo que a veces había que hablarle con pañuelo en la cara para no ranchearle el piso ya de por sí hecho una porqueriza.

Y el asunto era sencillo: Ludwig no se cambiaba de ropa, como tampoco frecuentaba el baño, a no ser para hacer pupú. Los amigos llegaban con ropa nueva y lo obligaban a mudarse, pero con la sucia ya no había nada que hacer. Generalmente la quemaban en el patio de sus apartamentos (o "departamentos" como dicen ahora los ticos mexicanizados).

Afirman que con el tiempo fue más tolerante con la limpieza de sus habitaciones, pero con su ropa todo siguió igual hasta el final; chuica que se quitaba, chuica que había que quemar.

Pero bueno, genio es genio, y Beethoven en ese sentido es como la madre: hay que quererlo aunque sea envuelto en mierda.

jueves, junio 09, 2011

EL FACTOR MAQUIAVELO

 Nicoló Maquiavelo, mucho menos culpable que sus pupilos.

Debido a que hoy se conmemoran las efemérides de la muerte de un político costarricense, en un espacio de Facebook vecino al mío, los amantes del caudillismo y el culto a lo que algunos de ellos certifican como el hombre del siglo XX de Costa Rica, han desatado una ruidosa mojiganga de proporciones lamentables; una fanfarria de culto a la personalidad. De esas que se ven tan bien en Lady Gaga y Madonna -que no han aportado mucho- y tan mal en Stalin y Fuyimori -que han aportado nepotismo, alta corrupción, estafa ideológica, demagogia, fraude electoral y hasta genocidio-.

Lamentables mojigangas porque tratan de tapar el sol con un dedo. Fiestones grasos donde el lobo mayor es cubierto con abrigo de piel de cordero.

Los políticos exentos de culpas graves (incluidos delitos de lesa humanidad) son casi inexistentes porque su profesión no les permite ser gente honrada y decente. El político honrado y decente es tan transitorio como la vida de un niño pobre y hermoso en los brazos de Gilles de Rais. Los políticos "de a de veras" limpian el campo desyerbando todo lo que sea honestidad, ingenuidad, bondad e interés social, hasta que solo quedan los arbustos de la ambición, la soberbia, la mentira y las palabras de una tal Laura Chinchilla.

El expediente Figueres no es menos siniestro:

-Soberbia, desfachatez, descaro y cinismo (además de peculado) en su "Me lo comí en confites". Y este primer factor es sorprendente porque los figueristas (aquellos que son hijos del "liberacinismo" más auténtico) suelen celebrar como ingeniosa esta confesión pública de malversación de fondos y total desprecio hacia el ciudadano de a pie.

-También traición, al no ayudar a quienes sí ayudaron a ponerlo en el poder, es decir a sus aliados de la Legión Caribe.

-Sumisión a los intereses de los EUA en el "Pacto de la Embajada" y en la persecución posterior de comunistas; Manuel Mora y Carmen Lyra, entre otros.

-Corrupción y contacto personal con delincuentes internacionales. (El muy conocido caso Robert Vesco).

-Autoritarismo e intransigencia. (Matonismo patriarcal).

Y a pesar de todo esto, Figueres fue "bueno" en la triste escala de los políticos. Pero no por ello debemos olvidar que fue un completo bastardo si lo medimos con la escala del hombre común.

Y ese es el punto al que quiero llegar con los compañeros de la fiesta caudillista de al lado. Los políticos ya se ensalzan a sí mismos mucho poniéndole su nombre a toda escuela y calle que se encuentran; además de los benemeritazgos que últimamente están hasta repartiendo en vida a nulidades que solo cumplieron con el deber que tenían como mandatarios, como es el caso de la momia viviente llamada Mario Echandi Jiménez.

¿Cuántas escuelas hay en Costa Rica con el nombre de Joaquín Gutiérrez, Francisco Zúñiga, Eunice Odio o Luis Ferrero? Sin embargo, las de José Figueres, Daniel Oduber, Otilio Ulate y Rafael Calderón Guardia ya existen y tienen su plaquita o estatuita de rigor. ¿Cuántos auditorios o calles con el nombre de Max Jiménez, Manuel de la Cruz González o Fabián Dobles hay en el país?

Y las excepciones solo parecen confirmar la regla.

Carmen Lyra quizás porque fue tan importante en política.

Y Jorge Debravo porque el 29 de enero de 2000 fue oficialmente incorporado al canon cultural PLUSC por medio del benemeritazgo. Así toda su poesía contra la injusticia impuesta por los políticos, fue transferida a la cuenta personal de los políticos. Ahora, en los cínicos discursos que pretenden aplacar el escozor del pueblo, los políticos aderezan su blasfemia con versos del pobre Debravo, convirtiéndolo en un monigote más de su insaciable poder.

Y como todo ser humano necesita tener ídolos, yo me adhiero a aquellos que no me causen una profunda vergüenza tanto propia como ajena.

Arthur Rimbaud, Michelle de Caravaggio, Klaus Kinski, William Burroughs, Francois Villon y Salvador Dalí no fueron castas palomas. Alguno de ellos hasta quedó debiendo una vida o dos. Pero ninguno llegó al odio, a la codicia, a la mentira y la sangre fría que se necesita para gobernar, estafar y abusar de millones. Ninguno fue un Rodríguez Echeverría, un Ortega Saavedra o un Arias Sánchez. Es decir, prófugos, criminales, ladrones, violentos e infumables pendencieros... y aun así fueron mejores seres humanos que nuestro político medio.

Y también hay ángeles... Oscuros y claros:

Marguerite Yourcenar, Anne Sexton, Federico Gacía Lorca, Vaslav Niyinski y Ana Ajmátova son algunos de ellos.

Y sí, bueno, Figueres no fue un genocida. Se preocupó por mantener las reformas que Calderón, Sanabria y los comunistas habían defendido. Promovió la creación y fortalecimiento del estado benefactor. Pero sus últimos años de gobierno fueron cada vez más oscuros, porque pese a lo bueno en él, tampoco dejó de ser un plutócrata, un nepotista, un ladrón y un autócrata con los pantalones del machismo "bien" puestos. Es decir, un político.

Algunos epígonos esperan que estos factores de más y menos den una suma final de más, pero la realidad es la realidad: si ponés veinte manzanas en un canasto y luego quitás veinte, no queda nada. Figueres es un ser común y corriente: Y la burbuja del dios Figueres se tira pedos hasta quedar en nada.

Honor a quien honor merece.

Y horror a quien horror merece.

En el mundo de mis muchos dioses artísticos y espirituales... un político no vale ni para encenderle una vela, menos para alabarlo con mayúsculas en Facebook.

miércoles, junio 01, 2011

BELLES, HORRENDES, FANTASMALES Y ESCRITORES


Despidiéndome de Costa Rica, junio de 2010. De izq. a der. Óscar Fernández, María Morales, Meritxell Serrano, Cecil Gaspar, Juan Hernández, el conde Sören Vargas y Alexánder Obando.
(Foto de Karla Fernández.)

Preguntándome esta noche cuál es o ha sido el secreto más grande de mi vida debo recurrir a un examen de historial (que no de conciencia). Lo hago con el afán de limpiar la mente de ciertos secretos persistentes y de poner a prueba lo que otros piensan de mí y de sí mismos en tanto se autodefinan como escritores.

Primero, supongo, ser homosexual. Fueron muchos años de clóset pero finalmente encontré la llave y salí de ese claustro. Sin embargo, antes tuve que empezar a curarme yo mismo de la homofobia y salir cuando ya iba superando esa horrible enfermedad. (Recuérdese que en mi época, el único programa para homosexuales y lesbianas se llamaba IT GETS WORSE, BECAUSE YOU'RE GOING TO HELL). Pero luché. Y como resultado final obtuve el diplomado de Playo decentemente ajustado a su vida de "diferente". Y digo "decentemente" porque en la realidad nunca se supera el hecho de ser diferente. 

Recital del Taller Eunice Odio en 1986. De izq. a der. Alexánder Obando, José Gabriel Sánchez y Francisco Mata.
(Foto de Luisiana Naranjo).

Escribía ayer mismo en Facebook que el comentario (¿machista?) de Carlos Cortés en La Nación de este domingo (sobre Yolanda Oreamuno y la novela de Sergio Ramírez) posiblemente tenía algo que ver con la propia naturaleza física de Carlos, digamos el no ser muy "agraciado". Pues lo dije porque yo mismo conozco bien el estigma. No es fácil ser un obeso bizco y homosexual en un mundo de heterosexuales delgados y de ojos rectilíneos. Y para todos nosotros, -feos o no- tampoco es fácil lidiar con la belleza de algunes.  Todavía más si la deseamos con ardor.

Por tanto la diferencia física y de orientación sexual no se supera, al menos de momento, aunque sí se aprende a vivir con tales diferencias. Pero aclaro que esta no es una negación de la posibilidad de adaptación a ser diferente. Lo que digo es que la diferencia no desaparece... HAY QUE VIVIR CON ELLA.

Y esto me lleva a otra diferencia cardinal que ya ustedes conocen de mí porque muchos la comparten, me refiero a escribir.

Cuando en un momento de mi vida me topé con la realidad de tener que optar entre dejar de escribir o dejar de estudiar, el mundo entero se me cayó encima. Estábamos en los años 80 y yo era profesor de escuela privada, alumno de la UCR y escritor de madrugadas. Pero se me agudizó el problema de la vista y tenía que soltar una de las tres actividades. No podía entonces soltar el brete porque me moría de hambre. Tampoco podía soltar la escritura porque entonces me moría de espíritu, por lo que tuve que dejar de estudiar. Me dolió profundamente ver a mis amigos de generación y aun menores seguir adelante sin mí. Pero ese era el precio de Dionisos. No sé otres escritores, pero para mí dejar de escribir significa perder identidad. Porqué son precisamente las "diferencias", como ser escritor, lo que me da identidad. Los problemas de salud, la obesidad, el sentido de humor chabacano (cuando no sutil ☺) ciertas ciencias "ocultas", la pasión por la historia, la efebolatría y la obsesión religiosa por la literatura son las cosas que me hacen Alexánder Obando. Es decir, no existe un Alexánder Obando delgado, buguita y amante de los carros deportivos. Se puede llamar así, pero no soy yo.

Presentación de la segunda edición de El más violento paraíso, febrero de 2010. Con mis editores Guillermo Barquero y Juan Murillo.

Y esto me lleva a la diferencia más oculta. La que muchos compartimos pero no lo decimos.

En febrero de 1995, dos meses antes de sufrir el primer colapso nervioso (tuve otro diez años después) empecé a escribir El más violento paraíso. La realidad literaria de repente se me hizo tersa y fluida, como cuando una seda te recorre las manos. Yo escribía al son de música clásica o industrial; ponía los dedos sobre el teclado, hacía la cabeza para atrás a lo Franz Liszt en arrebato y empezaba a teclear casi como si tocara un piano, dejando que el tema y las palabras afloraran sin ningún análisis u objeción. No dejaba que nada me detuviera, salvo un momento para tomar vermut (que siempre tenía al lado) y ojear la candela aromática que ponía a la par de la compu junto a la botella. Meditaba un segundo en la música y el vermut y seguía escribiendo dejando que el subconsciente tomara su rumbo. No era sino horas después, cuando ya había terminado el texto que me dedicaba a analizarlo con detenimiento. El resultado casi siempre necesitaba de mucha corrección, pero lo importante para mí en aquellos momentos era usar la música, la vela aromática y el vermut como "puentes" hacia la espontaneidad total, una inspiración que con el tiempo se acomodó más a mis circunstancias. Ya toleraba la presencia de otros cuando escribía, toda vez que no hablaran mucho, y también me cuidé más del vermut pues si se me pasaban las copas, perdía toda posibilidad de improvisar con inteligencia. Así, poco a poco el ritual se fue refinando hasta que finalmente comprendí lo que pasaba. Me sentía acompañado y asesorado por alguien a la hora de escribir. La sensación es casi imposible de explicar objetivamente sino a través de tropos vagos. Sentía que alguien estaba en el sillón contiguo a mi mesa de compu y me iba dictando el texto. Una sombra que no era sombra porque no se veía pero que estaba ahí. Alguien o algo que sabía de mis deseos y de mis luchas interiores como escritor. Alguien que ya había entrado en mí y que ayudaba con lo mejor de su propio oficio. Al principio me asusté mucho y decidí dejar el vermut (y otros estimulantes que por ahora no menciono) para ver si eran delirios de alcoholismo, pero a pesar de la mini ley seca que me impuse, el fantasma, la persona, la sombra que dictaba a la hora de escribir nunca faltaba a la cita con este escritor.

Este es el tipo que estaba escribiendo El más violento paraíso en 1996. (Otra diferencia de este individuo es el color oscuro que a veces toman sus párpados. En el cole tuvo que darse de pichazos para imponer la verdad de que no usa maquillaje).

Siendo conocedor de algunos oficios ocultistas, me decidí a "atrapar" aquella presencia. Trabajé intensamente con el tarot en estados de semi embriaguez (mi mejor momento para esos trances) y consulté con profesionales en el campo. Hubo sesiones exploratorias y mucha especulación, pero solo una cosa saqué en claro: yo no era el único escritor que había sentido o "vivido" algo así. Parece que a un buen porcentaje nos pasa y de hecho me encantaría verter aquí una lista de los literatos nacionales que han pasado por tal faena, pero sería un grave error. Los expondría al ridículo costarrisible como ahora mismo me estoy exponiendo a mí mismo. Pero bueno, el fin de esta entrada era hablar de este secreto compartido por tirios y troyanos en el ámbito literario. No sé si se debe a una precaria salud mental de parte de poetas y narradores o en verdad tocamos otros mundos con la sensibilidad y la intuición.

La presencia de que hablo siguió acompañándome durante la escritura de El más violento paraíso, de Canciones a la muerte de los niños y de buena parte de Flautista a las puertas del amanecer. Luego parece haberse ido a partir del 2007. Estuvo conmigo un total de doce años.

Dionisos, mi dios predilecto. Pero no es la presencia que escribe conmigo.

Ya intuyo con mayor precisión qué o quién fue que me ha acompañado todo ese tiempo. Me queda claro que quería compartir su talento con el mío porque le gustaba lo que yo tenía que decir. Y para más señas, esa sombra o persona está en El más violento paraíso. Aparece con nombre y apellido en seis o siete capítulos del libro. Siempre quedaré intensamente agradecido por su aporte.

Ahora bien, puede que simplemente sea locura mía, producto de los psicotrópicos que me han recetado ya casi 20 años o producto incluso de alguna enfermedad mental congénita. Tal vez tiene que ver con la caída que me dí en el María Aguilar (por jugar de Supermán) cuando tenía seis años y me partí la crisma. Podría deberse al tétanos que me quiso entrar en esa ocasión o los tres días que pasé luego en el hospital. Podría deberse a tener amigues y familiares que practican cosas que algunos llaman "magia" o podría ser culpa de esa fúlgida magia negra llamada literatura. Pero cualquiera que sea el caso, hay algo de lo que estoy plenamente seguro: si esa sombra me acompaña algún día de nuevo para escribir otra novela a su gusto, será completamente bienvenida.

Para nada me importa hacer el ridículo si con ello logro escribir bien.

Primera portada de El más violento paraíso, 2001.